Era humillante. No para ella en concreto, sino para el pueblo.
– Esto no me gusta.
Montana sonrió.
– Eso es porque tú ya tienes un buen hombre en tu vida.
– Aunque no lo tuviera, esto me asustaría. ¿Quiénes son estos tipos? ¿Qué quieren?
– Si tienes que formular esa pregunta, entonces es que Raúl está haciendo algo muy, muy, mal.
Pia se apartó de su amiga e hizo lo que pudo por no sonrojarse.
– Estoy recién embarazada. No estamos… ya sabes.
– Supongo que sería extraño practicar sexo sabiendo que los embriones de otros están creciendo dentro de ti.
– Vaya, gracias por decirlo tan claramente.
– ¿Me equivoco?
– No, pero aun así…
Montana sonrió.
– Bueno, ¿alguna vez habéis… ya sabes? ¿Antes del embarazo?
Pia pensó en aquella magnífica noche.
– Una vez -admitió y entones se corrigió-; bueno, en realidad fue una noche, pero varias veces.
– Impresionante. Un hombre con energía.
– Es una característica de lo más atrayente -aunque estaba segura de que llegaría un momento en el que fuera más seguro para los dos hacerlo mientras ella estuviera embarazada, tenía la sensación de que iba a tener que esperar a que nacieran los bebés antes de repetir aquella noche mágica-. Dejó el pabellón muy alto -añadió-. Y ahora deberíamos hablar de otra cosa. ¿Cómo va tu vida sexual?
– Es inexistente.
– Entonces deberías ir a ver a los chicos nuevos.
– No, gracias -Montana grapó unos mangos de cartón a las palas de la subasta-. Ahora mismo estoy centrándome en mi carrera.
– ¿Te han dado el trabajo?
Montana sonrió.
– Me lo han dado y me encanta. Los perros son geniales. Están bien entrenados y son muy simpáticos. Max es el mejor, también. Es muy paciente. Estoy leyendo mucho y he empezado con las clases online. En unas semanas me iré a Sacramento para un seminario intensivo de tres semanas y Max me lo pagara, ¿te lo puedes creer?
– Te gusta Max -dijo Pia, contenta de ver feliz a su amiga.
– Claro. Es muy agradable y lo sabe todo sobre perros y… -arrugó la nariz-. Em… no. No entraremos ahí.
– Los romances de oficina tienen mucho estilo.
– No es eso. Ya ha cumplido los cincuenta y, aunque no fuera así, lo admiro. No quiero una relación romántica con él. Somos amigos.
– Si tú lo dices…
– Lo digo -le dio un codazo a Pia-. Como estas prometida, ahora quieres que todo el mundo se empareje.
– No. Solo quiero que mis amigas sean felices y si… -se detuvo al ver la expresión de asombro de Montana-. ¿Qué?
– El anillo. Es alucinante.
Pia contuvo el impulso de esconderse la mano detrás de la espalda. Le encantaba su anillo, pero le estaba costando acostumbrarse a él. Las piedras eran impactantes y brillaba tanto que era prácticamente como una fuente de luz.
– Lo ha elegido Raúl.
– ¿Tiene algún hermano?
Eso era algo que ella debería haber sabido, pero no era así.
– Puedo preguntárselo.
Montana la agarró de la mano y miró el anillo.
– Me encanta.
– Gracias.
– ¿Te pone un poco nerviosa?
– Un poco. Nada de toda esta situación me parece real. Ni el compromiso ni el embarazo -bajó la voz-. He hecho pis en el palito y me he hecho una ecografía. Estoy embarazada de verdad, así que ¿por qué no me siento distinta?
– Has pasado por mucho en un espacio de tiempo muy breve. Ya te sentirás así.
– Eso espero -aunque Pia estaba empezando a tener sus dudas. Tal vez le pasaba algo-. ¿Y si no me vinculo a los niños cuando nazcan? ¿Y si no puedo amarlos?
– No tendrás elección. Serás una mamá genial, Pia. Deja de dudar de ti misma.
– Quiero creerte, pero no puedo. Mis padres me abandonaron, igual que todos los hombres que me han importado. Quiero pensar que con Raúl y los bebés será diferente, pero no estoy segura.
– Raúl no irá a ninguna parte. Es un buen tipo.
Era un tipo que iba a casarse con ella para formar una familia, no porque estuviera enamoradísimo de ella.
– Además -continuó Montana-, nunca se sabe cómo saldrán las cosas. Mis padres se quisieron cada día de su matrimonio y cuando mi padre murió, todos temimos que mamá no fuera a superarlo. Pero él no fue el único amor de su vida.
– ¿Qué quieres decir?
Montana sonrió.
– Lleva un tatuaje en la cadera que dice «Max».
– ¿Tu Max?
– No. Él es nuevo por aquí y el tatuaje es viejo. Dakota, Nevada y yo hemos intentado descubrir quién es y mamá no dice ni una palabra. Lo que quiero decir es que el amor surge. Te irá genial con los bebés y estoy segura de que Raúl se enamorará perdidamente de ti. Ya lo verás.
Raúl aparcó delante de la gran casa.
– Sé que es vieja -le dijo a Pia-, pero he hecho que Ethan la revise al completo y es genial. El suelo es fantástico, tiene muchas habitaciones, una gran cocina, que hay que tirar abajo, pero que luego podrías decorar cómo quisieras. Tiene un gran jardín trasero, y grandes árboles para trepar. Es la perfecta casa familiar.
Esperó ansioso mientras Pia miraba la casa de tres pisos con los ojos como platos. Estaba en uno de los barrios más antiguos del pueblo, una zona construida en los años veinte. En cuanto había visto la casa, él había sabido que era exactamente lo que había estado buscando.
– Tiene ocho habitaciones, incluyendo tres en la primera planta. La segunda tiene un gran dormitorio principal, pero he pensado que podríamos tirar abajo el muro que la separa de la habitación más pequeña para hacerla más grande. También reformaremos el baño y agrandaremos el armario.
Ella se volvió hacia él.
– ¿Porque tienes muchos zapatos?
– Sé que tú sí. Es cosas de chicas.
– Supongo que sí.
Pero Pia no parecía tan emocionada con la casa.
– ¿Estás bien? ¿No te gusta este lugar?
– Tiene potencial -dijo ella abriendo la puerta del coche-. Deberíamos pasar.
Él la siguió, preguntándose qué pasaba con las mujeres que ocupaban su vida. Dakota había vuelto al trabajo al día siguiente, pero seguía sin ser la misma e insistiendo en que todo iba bien. Era una pésima mentirosa. Y ahora Pia estaba actuando de un modo muy extraño.
La siguió hasta el porche delantero, que era tan ancho como la casa y tenía varios metros de profundidad.
– ¿Estás enfadada porque he ido a mirar casas sin ti?
– No. Dijiste que irías. No pasa nada.
Él pensó en mencionar que se había llevado a Peter el día antes con él y que al chico le había encantado la casa, pero no estaba seguro de que eso fuera a servir de algo.
– Sé que he estado ocupado -dijo mientras sacaba la llave del bolsillo- con Peter. Sus padres adoptivos volverán en un par de días. La señora Dawson los ha investigado y no ha encontrado nada extraño, así que volverá con ellos.
Ella se giró y posó la mano sobre su pecho.
– Raúl, no estoy enfadada porque te hayas ocupado del pequeño. Creo que es algo maravilloso e increíble. Es más, me encantaría cenar con los dos antes de que Peter se marche. No estoy enfadada por lo de la casa. No estoy enfadada por nada.
– ¿Lo juras?
– Sí.
Ella se puso de puntillas y él se agachó para besarla.
Sentir su boca contra la suya, su cuerpo tan cerca, hizo que quisiera agarrarla con fuerza y aprovecharse de que la casa estaba vacía. Una noche con Pia no había sido suficiente. Pero hasta que hablara con su doctora sobre cuándo era oportuno que volvieran a tener relaciones, no haría nada que pusiera a los bebés en peligro.
– ¿Esta noche? -preguntó él sabiendo que hablaban de la cena, pero deseando algo más.
– Claro.
Abrió la puerta y entraron en el gran vestíbulo. El salón quedaba a la izquierda, el comedor a la derecha y en la misma planta había también un estudio, una cocina y un cuarto de estar.