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– Empecemos por arriba -dijo él señalando las escaleras.

– De acuerdo.

En la planta de arriba, señaló los tres dormitorios. A lo largo del pasillo había tres grandes armarios para la ropa blanca.

– Si quitamos este armario, podemos hacer un baño con acceso a dos dormitorios, pero ya que serán niños, podríamos convertir este otro en un aseo.

– Ajá.

Le mostró los tres dormitorios. Eran todos del mismo tamaño, con techos inclinados y ventanas salientes con bancos.

– Es genial para leer.

– Sobre todo en días de lluvia. Harán falta muchos cojines y mantas.

Él la observó. Estaba diciendo cosas acertadas, pero parecía que algo iba mal. Podía captarlo.

Ella marcó el camino hasta la segunda planta. El dormitorio principal estaba al fondo. Raúl le mostró la pequeña habitación que podría unírsele, el enorme baño del pasillo y la cantidad de espacio que tenían para almacenaje.

– Es bonita -dijo ella-. Tiene mucha luz y espacio. Me gustan mucho los detalles de artesanía.

Fueron al piso principal, donde él le contó todo lo que quería hacer con la cocina antes de llevarla al estudio.

– Esta habitación es genial. No me suelen gustar los panelados, pero la combinación de madera y ventanas funciona. Hay muchas librerías.

Esperó a que ella pasara, pero Pia, en lugar de mirar la habitación, se echó a un lado y se colocó las manos detrás de la espalda.

– ¿Pia?

Parecía perdida en sus pensamientos.

– Esta casa no es de Josh, ¿verdad? Has acudido a un agente inmobiliario.

– Me recomendó a alguien. Las casas de Josh son más pequeñas y ahora que esperamos tres niños, sabía que necesitaríamos algo más grande.

– ¿Te dijo el agente algo sobre las personas que vivieron aquí antes?

– No. ¿Los conocías?

Ella asintió.

– Esta casa pertenecía a mi familia.

¿Ella había vivido ahí? Menudo idiota, pensó.

– ¿Por qué no has dicho nada? ¿Por qué has dejado que te la enseñe?

– Quería saber lo que sería estar de vuelta aquí. Quería saber… -miró el estudio-. Mi padre se suicidó aquí dentro. Yo encontré el cuerpo.

A Pia la complació poder pronunciar esas palabras sin estremecerse. Era casi como si estuviera contando una historia sobre otra persona. Tal vez había pasado tanto tiempo que el pasado ya no ejercía ningún poder sobre ella, a pesar de tener dudas.

Se giró de espaldas al estudio y entró en el salón. Ese espacio era más seguro. Allí había menos recuerdos.

– Tenía la tercera planta solo para mí. Dormía en una habitación y tenía otra llena de sillones y con una televisión. Mis amigas venían mucho porque yo tenía unos padres guais a los que no les importaba lo que hiciéramos. Podíamos quedamos despiertas toda la noche, hablar por teléfono, e incluso robar alcohol del mueble de mi padre. Lo tenía todo. Todo el mundo me envidiaba. Creían que era muy afortunada.

Él no dijo nada, simplemente se quedó allí a su lado, escuchando mientras ella miraba por la ventana porque eso le resultaba más sencillo que ver compasión en sus ojos.

– Me llevó un tiempo darme cuenta de que no le importaba a ninguno de los dos. Yo era otra forma de mostrar su estatus. Solo nos importaba el aspecto de las cosas, y no cómo eran. Crecí siendo egoísta y mezquina. Tener más ropa de la que jamás me pondría no sustituyó tener unos padres que nunca me quisieron. Envidiaba a los otros niños que eran más inteligentes o que tenían una gran familia.

Involuntariamente, ella lo miró y por suerte no vio ninguna emoción en su expresión.

– Era mezquina -dijo simplemente-. Atormenté a todo el mundo que no entraba en mi círculo de amigos. Me reía de ellos, extendía rumores, contaba mentiras. Y todos me creían por quiénes eran sus padres -intentó sonreír, pero no lo logró-. Me habrías odiado.

– Lo dudo.

– Lo habrías hecho y yo me lo habría merecido. Cuando tenía dieciséis años, a mi padre lo acusaron de malversar fondos de su empresa. No había pagado ni impuestos ni facturas y no se sabía dónde estaba el dinero. Tal vez nos lo habíamos gastado todo. Cuando comenzó mi último año de instituto, quedó claro que lo sentenciarían por varios delitos. En lugar de enfrentarse a los cargos, se puso una pistola en la cabeza y apretó el gatillo.

Raúl fue hasta ella, pero Pia dio un paso atrás. No podía tocarla… ahora no. Si lo hacía, no llegaría a escuchar toda la historia.

– Oí el ruido y vine corriendo. Entré en su estudio -se detuvo-. No es como en las películas. No está tan limpio. Había sangre por todas partes.

Tragó saliva.

– Llamé al 911 y después no recuerdo mucho. Mi madre se marchó a Florida y yo pasé a los cuidados tutelares. Todo cambió. Ya no tenía ni esta casa ni la mitad de mis cosas. Y todos esos niños a los que había torturado se vengaron. Hicieron que mi vida fuera un infierno.

Se giró para volver a mirar por la ventana.

– No los culpo. Me lo merecía.

– ¿Y tu madre? ¿Querías ir con ella?

Asintió.

– Pero no me dejó. Me dijo que necesitaba tiempo y en ningún momento se habló de lo que yo necesitaba. Me dijo que era importante que me graduara con todos mis amigos y cuando intenté decirle que ya no tenía amigos, no me escuchó.

Se cruzó de brazos.

– No sé qué pasó con la casa. Terminé el instituto y mis notas no pudieron ser mejores… supongo que debido a que no había tenido distracciones de ningún tipo. Me echaron del equipo de animadoras y mi novio me dejó. Solicité un puesto en el Ayuntamiento y por eso ahora tengo el trabajo que tengo. Mi madre no volvió para mi graduación y me dejó claro que no era bienvenida en Florida. No la he visto desde entonces.

Sintió cómo Raúl se movió hacia ella y aunque quiso apartarse, no tenía la energía necesaria. Era incapaz de moverse, y los brazos de Raúl la rodearon y la apretaron con fuerza.

– Lo siento -murmuró con un susurro-. Lo siento mucho.

– Estoy bien.

La giró y la miró a los ojos.

– ¿Sabes? Sí que lo estás. Has pasado por un infierno y has sobrevivido.

Ella se apartó.

– No seas tan amable.

– ¿Por qué no?

– Porque entonces podría creerte.

Raúl se quedó observándola un largo rato y ella se sintió desnuda y vulnerable. Sola. Rota.

Después, volvió a acercarla y la abrazó con tanta fuerza que le costó respirar. Debería haberse apartado pero se estaba muy bien a su lado. Demasiado bien.

– Puedes creer en mí. Voy a casarme contigo, Pia. Nada malo volverá a sucederte.

Ella cerró los ojos y se apoyó en él.

– Eso no puedes prometérmelo.

– Lo sé, pero haré lo que pueda -la soltó lo suficiente para tomarle la cara en sus manos y besarla-. Nadie volverá a abandonarte.

Sus palabras hicieron que se le saltaran las lágrimas.

Raúl se aclaró la voz.

– Dado lo que ha pasado esta vez, lo mejor será que tú elijas la siguiente casa.

A pesar de todo, Pia se rio.

– ¿Tú crees?

Raúl volvió a besarla.

– ¿Estarás bien?

Ella asintió. Porque desde la seguridad que le ofrecían sus brazos, tuvo la sensación de que todo saldría bien.

Capítulo 14

La subasta de solteros y el concurso de talentos se celebrarían en el Centro de Convenciones de Fool’s Gold un gran término para lo que en realidad era una estructura de cemento que se había ideado como un gran almacén. Veinte años atrás, un constructor de la zona se había suscrito a la filosofía del «si lo construyes, vendrán». Lo había construido y nadie se había presentado para alquilarlo. La ciudad había comprado el edificio y lo utilizaba para distintos eventos.

La ventaja era que se trataba de un espacio diáfano que podía dividirse como se quisiera. Unos diez años atrás, el interior se había actualizado con una gran cocina industrial y muchos lavabos. Pia había ocupado la mitad para los eventos de esa noche. El lugar no era especialmente elegante, pero sí que era funcional y gratuito, lo cual era importante, dado el escaso presupuesto de que disponían.