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Se había dispuesto un escenario en un extremo y varios obreros estaban colocando sillas. Aún había que colgar la pancarta anunciando la Subasta de Solteros de Fool’s Gold y ella hizo lo que pudo por evitar mirarla. Era algo horrendo y el concurso de talentos no haría más que estropearlo todo. Sin duda, todos los medios de comunicación harían que el pueblo pareciera un refugio para mujeres ansiosas de hombres de cierta edad.

Como si sus días no estuvieran ya llenos de cosas que hacer, Raúl había llamado esa mañana para decirle que su antiguo entrenador iba a visitarlos. Pia sabía lo mucho que Hawk significaba para él, así que ella estaba muy nerviosa ante la idea de conocer al equivalente de su familia política. Hawk iría acompañado de su esposa Nicole.

Desconocía si Raúl les contaría o no la verdad sobre su compromiso y sinceramente no podía decidir qué prefería. Fingir estar enamorada delante de dos personas que querían a Raúl le parecía todo un reto. Pero si ellos sabían lo que de verdad estaba pasando, ¿no intentarían hacerle cambiar de opinión? Y por muy extraña que fuera la idea de casarse por razones prácticas, Pia dependía del hecho de que Raúl fuera a quedarse a su lado.

Dakota llegó al centro de convenciones con los brazos ocupados por cajas llenas de tarjetas para la subasta.

– ¿De verdad crees que vamos a necesitar tantas?

Pia asintió.

– Oh, sí. No solo asistirán señoras de Fool’s Gold, sino también de todo el condado.

– Qué suerte tenemos.

Montana seguía a su hermana con una caja llena de programas para el concurso de talentos.

– ¿Has visto esto? Hay una mujer que baila con un perro.

Pia las llevó hasta la mesa que había contra la pared.

– La he visto en las audiciones. No da tanto miedo como parece. Hacen ballet.

Las hermanas se miraron.

Dakota dejó la caja en el suelo.

– ¿En qué planeta eso no da miedo?

– Por lo menos no bailan juntas.

– De acuerdo -dijo Montana poniendo la caja sobre la mesa-. Dime que no es un caniche.

Pia apretó los labios.

– Lo siento. Pero es grande, por si eso ayuda en algo.

– No.

Las tres se rieron, aunque en el caso de Dakota fue una risa algo forzada. Montana también debía de haberse dado cuenta porque se giró hacia su hermana.

– ¿Estás bien? No pareces muy contenta.

– Estoy contenta.

– ¿Qué apostamos? -preguntó Montana.

Dakota se encogió de hombros.

– Es solo que estoy reflexionando sobre mi vida, reevaluando cosas. Me siento como si estuviera flotando.

Eso era nuevo para Pia.

– ¿Cómo?

Montana se hundió en la silla.

– Oh, Dios. Si estás así cuando vas a obtener un doctorado y trabajas ayudando a niños, ¿qué soy yo? ¿Un gusano?

– No se trata de lo que hago, ésa no es la cuestión. Lo que me pasa es que no sé qué me importa. No salgo con nadie y tampoco me importa. Quiero despertarme sintiéndome emocionada e ilusionada con mi vida. Tengo cosas en las que pensar.

Pia no pudo más que mostrarse de acuerdo con Montana. Dakota era una de las mujeres más sensatas que conocía y asustaba un poco ver que alguien que siempre le había parecido perfecta tuviera esos problemas. Si Dakota tenía problemas para entender algunas cosas, ¿qué esperanza les quedaba a las demás?

Montana fue hacia su hermana y la abrazó.

– Quiero que seas feliz.

– Soy feliz.

– No, no lo eres -dijo Montana.

Dakota sonrió.

– De acuerdo. Entonces lo seré. ¿Qué te parece eso?

– Mejor -respondió Montana-. Te quiero.

– Yo también te quiero.

Pia sintió un nudo en la garganta al ver a las hermanas abrazarse. Siempre se había preguntado cómo sería crecer con un hermano y, aunque ella jamás lo sabría, los hijos de Crystal sí que vivirían esa experiencia.

Se tocó el vientre suavemente.

– Siempre os tendréis los unos a los otros -susurró-. ¿No será genial?

Antes de que ese momento pudiera convertirse en un espiral de abrazos y llantos, otras dos mujeres se acercaron. Pia reconoció a una como la enfermera del hospital y la otra era una abogada. Ambas pasaban de los cincuenta.

Bea, la abogada, se detuvo delante de Pia.

– En cuanto a la subasta -dijo sin saludar primero-, ¿habéis investigado a estos hombres? ¿Habéis comprobado si tienen antecedentes, si tienen papeles?

Pia ya había trabajado antes con Bea y estaba acostumbrada a su seca actitud.

– Vienen a un baile, no son inmigrantes. ¿Qué clase de papeles quieres?

– ¿Cómo sabemos que no son peligrosos?

Pia suspiró.

– Precaución al comprador.

Nina, la amiga de Bea, sonrió a Pia.

– ¿Podemos verlos antes de la puja? ¿Hay una loca de lo que harán o no harán?

Mierda, mierda, mierda.

– Cenaremos, charlaremos y bailaremos, señoras, nada más.

Bea gruñó.

– Cree que estás buscando sexo, Nina.

Nina, una mujer diminuta y morena, se sonrojó.

– Oh, no. No es eso. Solo me preguntaba si podía pedirle a alguno que me limpiara las canaletas del tejado. Ahí arriba todo está lleno de hojas y odio subirme a las escaleras.

¿Canaletas del tejado? Por el rabillo del ojo, Pia vio a Dakota y a Montana intentando no reírse.

– Lo que se gana es una noche que incluye una cena y un baile -repitió Pia diciéndose lo importante que era ser paciente-. La mujer paga y los beneficios que genera la subasta van a distintos proyectos de caridad del pueblo.

– ¿Quién necesita un hombre para bailar? -murmuró Bea-. Soy demasiado vieja como para que eso importe.

Nina ladeó la cabeza.

– No lo sé. Una noche de baile suena muy bien.

– Hay muchas mujeres jóvenes que competirán contigo, Nina.

Nina sonrió.

– Sí, pero ser de cierta edad tiene sus ventajas. Tenemos más dinero.

Bea no parecía estar divirtiéndose.

– Tal vez deberías usar parte de ese dinero tan preciado para que alguien te limpie las canaletas del tejado.

– Tú siempre tan irascible -se quejó Nina antes de girarse hacia Pia-. Gracias por la información. Supongo que tendré que encontrar otro modo de que me limpien las canaletas.

– Busca en el listín telefónico -murmuró Bea y las dos mujeres se marcharon.

– Y yo que pensaba que la subasta sería aburrida -admitió Montana cuando Bea y Nina ya no podían oírla-. Y ahora estoy deseando que empiece.

– ¿Vas a pujar? -preguntó Dakota.

– No, pero traeré palomitas. Menudo espectáculo.

Pia se dejó caer en una silla y se frotó las sienes.

– No me pagan suficiente por hacer esto.

– Probablemente no -dijo Dakota con tono alegre-, pero por lo menos nunca es aburrido.

– Ahora mismo el aburrimiento me suena muy, muy, bien.

Raúl entró en el patio del campamento y al instante se vio rodeado de niños.

– Ven a jugar con nosotros.

– No, ven conmigo.

– ¿Puedes ayudarme a lanzarla con más fuerza?

– Queremos saltar a la comba. ¿Puedes sujetarla?

Raúl se sentía como el líder de una pequeña tribu. Alzó las manos al aire y dijo:

– He venido a ver a mi hombrecito y después habláremos de jugar.

Se oyeron unos cuantos gruñidos, pero los niños se apartaron y le dejaron ir hasta Peter. El chico sonrió al verlo y se abalanzó sobre él. Raúl lo agarró.

– ¿Cómo estás? ¿Todo bien?

Peter había vuelto a su casa de adopción la tarde anterior, la señora Dawson había hecho una investigación y mientras que admitía que los Folio no eran su familia favorita, no podía llevarse al niño de allí sin tener pruebas.