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– Querrás decir estúpido -le dijo la doctora volteando los ojos-. Es cosa de hombres; no pueden evitarlo.

Pia se rio.

– Como si no lo supiera -se giró hacia Raúl-. Dime que no te has metido en un edificio en llamas para intentar salvar a un niño.

Él se puso derecho y respiró hondo.

– ¿Por qué lo dices así? No es nada malo.

– Aquí hay profesionales que saben lo que están haciendo.

– Eso es lo que no dejan de decirme. ¿Qué ha pasado con darme las gracias por arriesgar mi vida?

– Lo más seguro habría sido que te hubieras desmayado por el humo y que con ello le hubieras dado más trabajo a los bomberos en lugar de menos -le dijo la doctora. Le quitó el pulsímetro de un dedo-. Estás bien. Si tienes algunos de los síntomas de los que hemos hablado, ve a Urgencias -miró a Pia-. ¿Va contigo?

Pia sacudió la cabeza.

– Chica lista -dijo el médico y después fue a atender a otro paciente.

– ¡Ay! Este pueblo es muy duro.

– No te preocupes -le dijo Pia-. Estoy segura de que habrá muchas mujeres que querrán adularte y arrullarte mientras relatas tu acto de valentía.

– Pero tú no eres una de ellas.

– Hoy no.

– ¿Cómo te encuentras?

Durante un segundo, ella no comprendió la pregunta. Después, volvió a la realidad. Era verdad, él había presenciado su pérdida de nervios ese mismo día.

– Quería llamarte -dijo ella a su lado mientras se alejaban de los paramédicos- para disculparme. Normalmente tengo mis crisis en privado.

– No pasa nada. Diría que lo comprendo, pero seguro que me arrancas la cabeza de un mordisco si lo hago. ¿Y si te digo que te compadezco?

– Te lo agradecería.

Ella vaciló, preguntándose si debía decir más o no. O si él preguntaría. Y no es que tuviera nada que decir. Seguía aferrándose a la realidad del legado de su amiga y no había decidido qué hacer. A pesar de la promesa de la abogada de que tenía por lo menos tres años antes de tener que decidir nada, Pia sentía la presión sobre ella.

Y no iba a discutir su dilema delante de Raúl. Él ya había sufrido bastante.

– ¿Qué estabas haciendo aquí?

Él se había detenido y estaba mirando hacia el colegio, hacia los bomberos.

– ¿Estás preocupado por los chicos? -preguntó Pia-. No lo estés. He asistido a muchas reuniones de planes de actuación en caso de emergencias. Son geniales si tienes problemas para dormir. Bueno, el caso es que hay un plan de actuación para cada colegio y una lista oficial. Cada día la oficina del distrito recibe por ordenador los listados de asistencia y una lista con los niños que han faltado el día en cuestión. Confía en mí. Se lleva un registro de cada alumno.

Él la miró, con sus oscuros ojos llenos de sorpresa.

– Todas son mujeres.

– La mayoría de los profesores lo son.

– Los bomberos. Todos son mujeres.

– ¡Ah, eso! -se encogió de hombros-. Estamos en Fool’s Gold, ¿qué esperabas?

Él parecía tanto confundido como perdido, lo cual en un hombre alto y tan guapo resultaba de lo más atrayente… Eso, suponiendo que estuviera interesada en él… que no era el caso. Por si la cautela que solía tener con respecto a los hombres no fuera suficiente, Raúl era famoso y lo último que ella necesitaba era el dolor y el sufrimiento que solía acompañar a ese tipo de hombres. Eso, sin mencionar el hecho de que pronto podría quedarse embarazada de los embriones de otra pareja.

Una semana antes su vida había sido predecible y aburrida y ahora estaba al borde de convertirse en un titular de tabloide. El aburrimiento era mejor.

– Hay escasez de hombres -dijo Pia con paciencia-. Es normal que hayas notado que no hay muchos hombres en el pueblo. Creía que por eso te habías mudado aquí.

– Hay hombres.

– Sí, ¿dónde?

– El pueblo tiene niños -señaló a algunos alumnos que seguían esperando a que los recogieran-. Tienen padres.

– Es verdad; tenemos unas cuantas parejas de cría con fines experimentales.

Él dio un paso atrás.

Ella sonrió.

– Lo siento, era broma. Sí, hay hombres en el pueblo, pero estadísticamente no tenemos muchos. No los suficientes. Así que, si ves que eres excepcionalmente popular, no dejes que se te suba a la cabeza.

– Creo que me caías mejor cuando estabas teniendo una crisis emocional.

– No serías el primer hombre que prefiriera una mujer con una condición debilitada. Cuando estamos repletas de fuerza, suponemos una amenaza. Siendo tan grande y duro como eres, me había esperado algo más. La vida no es más que una decepción. Antes no has respondido a mi pregunta: ¿qué estabas haciendo aquí?

Él parecía distraído, como si le costara seguir la conversación.

– Hablando con la señorita Miller de la clase de cuarto. Hablo con los alumnos; normalmente es con chicos de instituto, pero no ha aceptado un «no» por respuesta.

– Seguro que lo que quería era pasarse la hora mirándote el trasero.

Raúl se quedó mirándola.

Ella se encogió de hombros.

– Está claro que te encuentras mejor.

– Es más bien una cuestión de estar al borde de la histeria -admitió.

Ella volvió a centrar su atención en el colegio. Estaba claro que acabaría en ruinas cuando todo eso hubiera terminado.

– ¿Cómo de grande es tu casa? Pareces de ésos que tienen una mansión. ¿Podrías albergar clases en el vestíbulo?

– Le tengo alquilada una casa de dos habitaciones a Josh Golden.

– Entonces eso es un «no». Van a tener que meter a los niños en otro sitio.

– ¿Y qué pasa con los otros colegios del pueblo?

– Marsha ha dicho que estaban pensando en traer clases portátiles.

– ¿Marsha?

– La alcaldesa Marsha Tilson. Mi jefa. ¿Conoces a Josh Golden?

Raúl asintió.

– Está casado con su nieta.

– Ah, ya.

Ahora parecía menos impresionado, lo cual probablemente lo hizo sentirse mejor. Con la cara llena de hollín se le veía bastante atractivo, aunque antes también lo había visto impresionantemente guapo. Era la clase de hombre que hacía que una mujer cometiera estupideces. Gracias a Dios que ella era inmune. Una vida de fracasos románticos podía curar a una mujer de la tontería.

– Deberías concertar otra cita -dijo ella-. Llamaré a tu oficina y lo arreglaré con tu secretaria.

– Ya estás otra vez, dando cosas por sentado. Yo no tengo secretaria.

– Ah… ¿Y quién te organiza la agenda y te hace sentir importante? -preguntó ella guiñándole un ojo.

Él la miró un segundo.

– ¿Eres así con todo el mundo?

– ¿Encantadora? -Pia se rio-. Es una norma que tengo; puedes preguntar por ahí.

– Puede que lo haga.

Raúl estaba bromeando, ella lo sabía. Aun así, sintió algo, una especie de cosquilleo en el vientre.

No, de ninguna manera, se recordó mientras se despedía con la mano y se dirigía a su coche. Y menos con un hombre como él. Los hombres guapos y de éxito tenían expectativas, ambiciones rubias. Ella lo sabía, leía la revista People.

La vida le había dado muchas lecciones importantes y la mayor de todas era que no tenía que depender de nadie para ser ella misma. Ella era fuerte, una mujer independiente. Los hombres eran opcionales y ahora mismo iba a decir que no.

Raúl pasó la siguiente hora en el colegio. Los bomberos tenían el fuego bajo control; la jefa le había dicho que algunos se quedarían allí durante, mínimo, las próximas veinticuatro horas para controlar puntos calientes. Las labores de limpieza comenzarían cuando la estructura restante se hubiera enfriado y se hubiera completado la investigación.

Era la clase de desastre sobre la que había leído en los periódicos y que había visto en las noticias un montón de veces a lo largo de los años. Pero ni el mejor de los artículos al respecto lo había preparado para la realidad del calor, de la destrucción y del olor. Pasarían meses, muchos años, antes de que ese lugar volviera a acercarse a la normalidad.