– Lo sé. Gracias por venir y hablar conmigo.
Denise la besó en la frente.
– Cuando quieras. Cuida de ella. Todos la adoramos.
– Lo haré -le respondió Raúl antes de acompañarla a la puerta.
Hablaron unos segundos durante los que Pia no pudo oír qué se decían. Se recostó contra el sofá y cerró los ojos. A pesar de estar agotada, no podía quedarse dormida. Cada vez que lo intentaba, volvía a ver la sangre en la silla y el terror la invadía. No era una secuencia exactamente diseñada para hacer que durmiera.
En su lugar, pensó en lo que Denise le había dicho. Y lo que más la ayudó fue su observación sobre lo increíble que era que los bebés hubieran llegado tan lejos. Tal vez estaba bien que en un principio no hubiera absorbido del todo la idea de estar embarazada. Tal vez todo eso cambiaría con el tiempo.
Abrió los ojos y vio a Raúl cerrar la puerta. La miró.
– ¿Por qué no intentas descansar? -le sugirió él.
Ella asintió porque era más sencillo que admitir que no podía dormir. Cerró los ojos e intentó no pensar en nada. Eso le pareció lo más seguro.
Pero se vio recordando la historia de su primera esposa. De cómo Caro lo había traicionado. No había excusa para lo que había hecho. Pia no podía imaginarse mintiéndole a la persona a la que querías más que a nadie. No así. Si no hubiera querido tener hijos, debería habérselo dicho y haber tomado la píldora o algo así.
Pero la parte más difícil de lo que él le había contado había sido darse cuenta de que había amado a Caro. La verdad se había reflejado en cómo había hablado sobre ella, en la emoción de sus ojos. La había conocido, había salido con ella, se había enamorado y le había propuesto matrimonio. Como tenía que ser.
Ella no tendría todo eso. No tendría la clase de amor que Nicole y Hawk compartían, ni que Denise había tenido con su difunto esposo. Podría haber respeto y un afecto cada vez mayor, podría haber un objetivo compartido de criar a los mellizos y tal vez de tener más hijos, pero en su relación no existiría la clase de amor que hacía que se te acelerara el corazón, que te ponía el vello de punta.
Saberlo le dolió más de lo que se habría esperado y la hizo querer entregarse al llanto. En parte por lo que había perdido, y en parte por haberse dado cuenta de lo mucho que deseaba tener eso en su vida. Había querido un final feliz.
Con Raúl.
Se puso derecha y abrió los ojos. Después de asegurarse de que él no estaba en la habitación, le dio vueltas a la idea. ¿Con Raúl? Como si… ¿Qué? ¿Es que estaba enamorándose de él?
Ése era un terreno peligroso, se dijo. Era una locura enamorarse de un tipo que le había dejado claro que no quería implicar a su corazón en todo eso.
Se recordó que ella siempre había sido práctica y que era el peor momento para estar pensando con el corazón.
– Aún me huelen raras las manos -dijo Peter con una carcajada-. Y ya me las he lavado como cinco veces.
– El ajo tiene ese peligro -le respondió Pia disfrutando de la compañía del niño. Era difícil estar deprimida en presencia de un niño tan feliz.
– Raúl ha dicho una palabrota al echar los espaguetis en el agua hirviendo -susurró Peter-. Ha sido divertido.
– Seguro que sí.
A pesar de sus negativas para mudarse con Raúl, el sentido práctico y su miedo a las escaleras habían salido ganando. Él le había hecho las maletas, la había bajado en brazos por las escaleras y ahora estaba instalada en su habitación de invitados.
Raúl había llamado a los padres adoptivos de Peter y les había pedido si el niño podía cenar con ellos. Pia agradeció tener a alguien más allí aquella primera noche porque la hizo sentirse menos incómoda por el hecho de estar en casa de Raúl.
Él apareció en la puerta con un paño de cocina sobre un hombro.
– He escurrido la carne de grasa antes de añadirle la salsa.
– Sí.
– Qué complicado es cocinar.
Ella se rio.
– Te he dicho que no empezaras haciendo espagueti. Podrías haber calentado algo preparado, sin más. Eso habría sido más sencillo.
– Pero me encanta un buen desafío.
– Típico de los hombres.
Él se rio y se marchó.
Peter estaba sentado al lado de ella en el sofá.
– Raúl ha dicho que estás enferma y que tenías que tener cuidado -el niño extendió el brazo, que ahora era una escayola verde-. ¿Es como lo de mi brazo?
– Un poco. Aún tienes que tener cuidado con no mojarla, ¿verdad?
– Sí.
– Pero se pondrá bien.
– ¿Como tú? -preguntó Peter acercándose a ella. Pia lo rodeó con su brazo.
– Como yo -dijo y esperó estar diciendo la verdad.
Capítulo 17
Liz se estiró en el otro sofá en el salón de Raúl.
– En serio -le dijo-. Tienes que estar aburrida.
– Casi he terminado -admitió Pia. Era el día cuatro y su último día de descanso-. No dejo de pensar en todo lo que hay que hacer y en lo atrasada que voy.
– Sí, bueno, en cuanto a eso… Montana ha organizado un equipo de trabajo.
Pia se puso derecha.
– No me digas que ha dejado que entre gente en mi despacho.
– De acuerdo, no te lo diré.
– ¿Estás de broma? ¿Han tocado mis archivos?
Liz se rio.
– No es que hayan estado revolviendo tu cajón de la ropa interior. No son más que carpetas.
Pia gruñó.
– Son mis carpetas. Tengo un sistema. ¿Y si me lo han descolocado?
– ¿Y si solo intentaban ayudar porque se preocupan por ti?
– Ayudar es agradable, pero no si me genera más trabajo.
– Alguien necesita relajarse un poco. Deberías estar agradecida por lo mucho que nos preocupamos por ti. Este pueblo se cuida a sí mismo.
Pia entrecerró los ojos.
– No estabas tan contenta con eso cuando te mudaste. Si no recuerdo mal, querías marcharte y no volver nunca más.
– Eso era diferente.
– ¿Por qué?
– Me estaba pasando a mí.
Pia se relajó en el sofá y se rio.
– Muy típico. Estamos absortos en uno mismo.
– Eso lo dirás por ti -el humor de Liz se desvaneció-. ¿Cómo te encuentras?
– No. Estoy cansada de hablar de mí. ¿Cómo estás tú? ¿Cómo es la vida con tres niños y un prometido?
– Te olvidas del perro. Es la gran idea de Ethan, aunque la culpa es mía. Di un voto. Claro que todos querían el cachorrito menos yo y ahora, por si antes tenía poco, estoy entrenando a un labrador con mucha energía que se llama Newman.
Pia se rio.
– ¿Newman?
– ¿Te lo puedes creer?
A comienzos de verano, Liz había descubierto que tenía dos sobrinas. La mayor, de catorce años, se había puesto en contacto con ella a través de su página web, diciendo que su padre estaba en prisión y que su madrastra las había abandonado. Liz había hecho las maletas, había agarrado a su hijo y su ordenador y había llegado a Fool’s Gold para rescatar a sus sobrinas.
La situación se había visto complicada por el hecho de que Ethan, el mayor de los chicos Hendrix, era el padre del hijo de diez años de Liz. Como consecuencia de una serie de malos entendidos, Liz haba pensado que él sabía lo de Tyler, pero no era así. Tras unos meses algo duros, se habían dado cuenta de que seguían locamente enamorados y ahora Ethan estaba construyéndoles una casa, estaban comprometidos y Liz tenía la custodia de sus dos sobrinas. Y a Newman.
– ¿No tienes que empezar pronto con la presentación de un libro?
Liz era una autora súper ventas de libros de misterio.
– La semana que viene -dijo con un suspiro-. Denise se va a mudar a casa mientras estoy fuera. Le he advertido que no será la gran fiesta que se está imaginando. La buena noticia es que Newman tiene un noventa por ciento de probabilidades de saber donde hacer pis.