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– ¿No dentro de la casa, supongo?

– Exacto. Tengo una lista de las tareas que tienen que hacer los chicos y cada uno se hará su colada, lo cual significa que Tyler a veces tiene calcetines rosas…, pero está aprendiendo a soportarlo. Normalmente suelo estar fuera tres semanas, pero dadas las circunstancias, mi publicista cree que diez días es mejor. Sinceramente, estoy deseando estar sola en una habitación de hotel. Sin música alta, sin televisión, sin peleas por los mandos de la Wii, sin gritos preguntando a qué hora es la cena.

– Sin Ethan.

– Eso es lo malo, pero sobreviviré. Lo cierto es que me es de gran ayuda con los niños. Las niñas lo adoran y está ayudando a Abby a practicar béisbol para entrar en el equipo del colegio.

– Te has hecho a vivir aquí, aunque pensé que eso no pasaría nunca.

– Yo tampoco -admitió Liz-. Al principio fue duro, por lo de mi pasado, pero con el tiempo el pueblo y yo hemos hecho las paces.

Pia miró a su amiga y lo consideró una señal de su buen carácter que no le importara el hecho de que Liz fuera preciosa, tuviera un brillante cabello rojizo y un cuerpo perfecto.

– Se te ve feliz -dijo Pia.

– Lo soy. Sé que no quieres hablar de ello, pero ¿cómo estás tú?

– Mejor. Estoy durmiendo. Me aburro desesperadamente y supongo que eso es buena señal. Ahora que sé que hay gente merodeando por mi despacho, estoy más ansiosa todavía por volver al trabajo -se acarició el vientre-. Pero es difícil no estar asustada por los dos pequeños que siguen aquí dentro.

– No me extraña. ¿Cuándo vuelves al médico?

– En un par de días. Quiero que me diga que todo va bien, aunque sé que eso no puede prometérmelo.

– Pero puede acercarse.

– Eso espero. Ahora mismo me siento como si todo lo que hago pusiera en peligro a los bebés. Una vez que nazcan, podré relajarme.

Liz enarcó las cejas.

– Siento desilusionarte, pero no. En cierto modo será mejor, pero en otro, será peor. Cada fase tiene sus alegrías y sus traumas. Es increíble que cualquiera tengamos hijos, teniendo en cuenta todo lo que puede ir mal. Aunque al final merece la pena. Querrás a esos bebés como nunca has querido a nadie. Es algo mágico y darás gracias por tenerlos.

– Estoy deseándolo -admitió-. Perder a uno me ha acercado más a los demás. Los imagino como unas personas diminutas creciendo en mi interior. Quiero ver cómo serán y abrazarlos y protegerlos.

– Mírate. Hace unas semanas no sabías por qué Crystal te había dejado los embriones. ¿Aún sigues haciéndote esa pregunta?

– Menos que antes.

– Entonces las dos estamos felices, que es como tiene que ser. ¿Habéis fijado fecha para la boda?

– No -a pesar del impresionante anillo que llevaba, no podía imaginarse casándose y mucho menos visualizando la ceremonia-. Cada crisis a su tiempo.

– Ethan y yo estamos pensando en hacer algo tranquilo en Navidad. Solo los amigos y la familia. Lo estoy presionando porque le he dicho que no pienso casarme hasta que la casa esté terminada. No pienso empezar mi vida de casada en la casa en la que crecí.

Pia lo comprendía. Liz nunca había conocido a su padre y su madre había sido alcohólica. La casa se había visto frecuentada por muchos hombres, lo cual había llevado a pensar que su madre tenía relaciones con ellos por dinero. Liz había sido una niña abandonada tanto física como emocionalmente e incluso había sido maltratada.

– Así que Ethan es un hombre motivado. Eres muy lista.

– Es más cuestión de desesperación que de inteligencia. No dejo de decirme que la casa es genial, que todo está arreglado y que ya no quedan fantasmas, pero estoy deseando mudarme.

Pia se recostó en el sofá.

– ¿Cuándo te diste cuenta de que te habías enamorado de él?

– Más bien descubrí que nunca había dejado de amarlo y fue todo un impacto. El tiempo y la distancia no pudieron con mis sentimientos. Supongo que a veces sucede eso. La gente puede amar eternamente. ¿Por qué?

– Solo por curiosidad. No veas más allá, ¿eh?

– ¿Estás enamorándote de Raúl? -preguntó Liz con cautela.

– No lo creo -Pia se dijo que no era mentira, que aún no lo había decidido.

– Si lo estás, puede que no sea tan malo.

– ¿Por qué dices eso?

– Porque eres tú y él sería tonto de no corresponderte.

Pia suspiró.

– Ojalá -susurró.

La doctora Galloway ayudó a Pia a sentarse.

– Estás bien. Todo está como es debido. Los bebés están creciendo muy bien y tú estás sana.

Pia se permitió relajarse durante un instante.

– ¿Entonces no les pasará nada?

– A veces los bebés no lo logran, Pia, y no podemos saber por qué. La naturaleza tiene su propia forma de resolver los problemas. Aunque se comprueban los embriones antes de la implantación, la ciencia no es perfecta. Pero no hay razón para pensar que a partir de ahora lo tendrás complicado. ¿Has vuelto a tu vida normal?

– Excepto por las escaleras. Me dan miedo.

– Son ejercicio y el ejercicio es bueno. No estoy diciendo que te pongas a hacer deporte, pero haz lo que hacías antes. Camina, charla, ríete, sube las escaleras.

Pia respiró hondo.

– De acuerdo. Lo haré.

– Bien. No te estreses. Descansa mucho y disfruta de ese hombre tan guapo que tienes. ¿Estáis teniendo relaciones?

– ¿Qué? -Pia se sonrojó-. No, claro que no.

– Puede que fuera lo mejor durante los primeros días, pero ahora no pasa nada.

Pia no podía imaginarse volviéndolo a hacer.

– ¿Incluso con los bebés dentro?

– No es que vayan a enterarse de lo que está pasando. Ni tampoco pueden veros. Para ellos, es divertido y más todavía cuando mamá tiene un orgasmo.

En la cabeza de Pia los bebés y el sexo no tenían nada que ver. Además, estaba confundida en cuanto a lo que sentía por Raúl. Hacer el amor con él no haría más que complicar una situación ya de por sí difícil.

– Pensaré en ello.

– No quiero que lo pienses, quiero que lo hagas. Sé feliz, Pia. Todo va bien.

– Gracias.

Esperó a que la doctora saliera de la consulta antes de levantarse y vestirse.

Los bebés estaban bien. Eso era lo principal y ahora que lo sabía, intentaría relajarse. Viviría la vida.

Había pasado un mes y solo quedaban ocho, pensó mientras deseaba que hubiera un modo de acelerar el embarazo. O tal vez no, se dijo, recordando la estadística de los casi cien pañales. Tal vez era mejor dejar que cada cosa marchara a su tiempo.

– Es mi trabajo -dijo Pia, preguntándose si golpeando fuerte a Raúl podría hacerle entender.

– No puedes pasar el día de pie.

– No lo haré. Tengo sillas preparadas por todo el parque y varias personas que se asegurarán de que me siente -a pesar de lo que le había dicho la doctora Galloway, no estaba dispuesta a correr ningún riesgo-. Estaré bien.

Él se acercó y la rodeó por la cintura.

– Me preocupo por ti.

– Yo también me preocupo por mí, pero tengo un trabajo que adoro y tengo que volver.

Él la agarró un segundo más mirándola fijamente.

Lo cierto era que Pia no quería moverse aún. Adoraba estar en sus brazos, sintiendo su cuerpo contra el suyo. Era genial estar juntos, pero había un momento y un lugar para los mimos y no era ése.

Ella dio un paso atrás.

– Tengo que irme.

– Te veo esta noche.

– Sí.

Pia agarró su bolso y se marchó. De camino al parque, se vio pensando en Raúl en lugar de en el inminente evento. Y eso no era bueno. Pensar en él era peligroso para su corazón. El trabajo le suponía seguridad.

Caminó las pocas manzanas hasta llegar al parque y encontró la disposición preparada desde temprana hora de la mañana. Los puestos recorrían el pasillo y los vendedores ya estaban preparando sus artículos. El olor a barbacoa se mezclaba con el dulce olor del caramelo fundido.