El Festival del Otoño era uno de sus favoritos. Era cierto que los días eran más cortos y que las primeras nieves estaban a la vuelta de la esquina, pero adoraba los cambiantes colores, la prometida tranquilidad del invierno, el aroma a leña.
Cada festival tenía su personalidad. Ése sería distinto por todos los hombres que había en el pueblo. Ella había añadido juegos extra para tenerlos contentos y un segundo puesto de cerveza. Y para contrarrestar esto último, también había solicitado vigilancia policial extra.
Un hombre se acercó a ella.
– Pia, nos faltan cinco váteres portátiles. El tipo se ha perdido.
– No por mucho tiempo. Que alguien localice su móvil y llamadlo. Necesitamos esos baños de más.
Se necesitaba un electricista para que arreglara una toma de corriente defectuosa, el cambio del viento significaba que el humo del puesto de carne ahumada estaba ahogando a los vendedores de joyas y alguien había olvidado colocar los conos de «No aparcar» para reservar zonas para los camiones de bomberos.
Pia se ocupaba de cada crisis rápida y fácilmente, como lo había hecho durante años. Dio una vuelta al recinto y se topó con Denise Hendrix que caminaba hacia ella con una silla plegable bajo el brazo.
– Me toca el primer turno. Son las ocho y media. Tienes que sentarte hasta las nueve.
– Pero tengo que ir a comprobar una cosa.
– No, no puedes -Denise batió las pestañas-. No me hagas usar mi voz de madre porque no te gustará.
– Sí, señora -dijo Pia dócilmente antes de dejarse caer en la silla.
Denise vio a Montana y la saludó.
– Hola, mamá -dijo la chica sonriendo, y dirigiéndose a Pia, añadió-: Tengo el turno de las once y media y después vuelvo esta tarde. Mandarte es divertido.
– Vaya, gracias -la estaban obligando a sentarse media hora cada hora-. ¿Puedes ir a hablar con los vendedores para asegurarte de que tienen todo lo que necesitan? Además, hay agua para ellos en la parte trasera de la camioneta de Jo. Encuéntrala y asegúrate de que la coloca donde los vendedores puedan verla. Y si ves a un tipo con baños portátiles en la parte trasera de un camión, avísame.
Montana se quedó mirándola.
– ¿Esperas que haga todo eso?
Pia le mostró la carpeta.
– Eso ni siquiera ocupa la primera página.
– Vaya, no querría tener tu trabajo. Mamá, si ves a Nevada, dile que venga a ayudarme.
– Claro, cariño.
Montana se marchó.
– Impresionante -le dijo Denise-. Estás descansando y trabajando al mismo tiempo.
– Soy experta en multifunciones.
Denise se quedó mirando a su hija.
– Montana parece emocionada con su nuevo trabajo.
– Sí. La admiro, se entrega al máximo en todo lo hace.
– Sé que está preocupada por encontrar el trabajo adecuado: lo hará, pero le está llevando mucho tiempo. No dejo de decirle que todo el mundo acaba encontrando su camino, pero no me escucha. Es una de las emociones de ser madre. Espera a que tus pequeños sean adolescentes y ya verás.
– Ahora mismo lo único que quiero es que sean más grandes que un grano de arroz.
– Eso también sucederá.
El ruido de un gran camión las hizo girarse. Denise se cubrió los ojos con la mano y se volvió hacia Pa.
– Interesante. ¿Esperabas elefantes?
Raúl caminaba con Peter por el parque abarrotado. Fool’s Gold estaba celebrando otro de sus muchos festivales y él, al saber que Pia estaría trabajando, lo había preparado todo para llevarse a Peter a pasar la tarde con él. A los Folio no parecía importarles que quisiera pasar tiempo con el chico. Aunque la pareja parecía agradable, Raúl aún seguía preocupado por su capacidad para cuidar del niño.
Peter y él ya habían ido a ver cómo se encontraba Pia, que estaba confinada en una silla de jardín hasta que le llegara la hora del cambio. Juró que no estaba cansada y que nunca había tenido tantos ayudantes ni había trabajado tan poco en un festival.
– ¿Quieres helado?
– ¡Claro!
Peter marcó el camino. Ambos lo pidieron de dos bolas y se sentaron en un banco.
– Esto es guai -dijo Peter-. Me gusta que haya festivales en cada época del año. Es muy divertido. Mis padres solían traerme todo el tiempo.
– ¿Creciste en Fool’s Gold?
– Más o menos. Mi padre trabajaba en una bodega y vivíamos fuera del pueblo. Pero venía aquí al colegio -su sonrisa se desvaneció-. Cuando murieron, me metieron un tiempo en una casa comunal. No me gustó. Fue duro porque los demás niños se reían de mí cuando lloraba.
Raúl sintió su dolor.
– No pasa nada por sentir y estar triste.
– Los chicos no lloran.
– Muchos chicos lloran -Raúl vaciló, sabiendo la fina línea que existía entre decir lo que uno siente y la realidad de que te torturen tus compañeros-. Perder a tus padres es demasiado duro.
– Lo sé. Aún los echo de menos.
– Eso es bueno. Los querías. Hay que echar de menos a las personas que se quieren.
– La señorita Dawson dice que están mirándome desde el cielo, pero no sé si es verdad.
– Cada vez que los recuerdes, sabrás lo mucho que te querían. Eso es lo que importa.
Peter dio unos lametazos más a su helado y alzó su escayola.
– Me la quitan en un par de semanas. La doctora dice que se me está curando muy rápido.
Ésa era la ventaja de la juventud, pensó Raúl.
– Espera a ver tu brazo. Tendrá una forma extraña después de estar en la escayola.
– ¡Guai! Ojalá pudiera verlo ahora -alzó el brazo y lo giró, como si intentara ver dentro de la escayola. Después, se giró hacia Raúl-: ¿Sabes que la semana que viene hay un carnaval en el colé? Vamos a hacer juegos. No será tan grande como esto, pero será divertido.
Mientras el chico le contaba los distintos eventos que se celebrarían en el colegio, Raúl se fijó en las tres mujeres que había de pie en un camino cercano. No las había visto nunca, así que supuso que eran turistas que habían ido al festival. Parecían treintañeras y estaban charlando entre sí. La alta, una morena, levanto su cámara y sacó una foto.
Al darse cuenta de que las había visto, la más baja lo saludó y fueron hacia él.
– Eres Raúl Moreno, ¿verdad? Te he reconocido al momento. ¡Oh, Dios mío! No puedo creerlo. Eres igual de guapo en persona. Esto es muy emocionante. Hemos venido cuando nos hemos enterado de lo de los autobuses de hombres. Ha habido una subasta y todo. Qué pena que tú no participaras. Habrías sacado mucho dinero.
Sus amigas se unieron a ella.
Raúl tiró el helado y se levantó. Por lo general esas cosas no le molestaban, pero habían pasado meses desde que un fan se le acercaba. Allí en Fool’s Gold todo el mundo lo trataba con normalidad y ahora mismo lo único que quería era pasar el día con Peter no con tres mujeres que seguro que no se conformarían con una foto.
– ¿Es tu hijo? -preguntó la rubia más alta.
– No tiene hijos -dijo la morena-. ¿Participas en uno de esos programas benéficos? ¿Es un desfavorecido? Fijaos en su brazo roto.
Raúl se situó entre las mujeres y el niño.
– Ya basta. Sacad vuestras fotos y marchaos.
La rubia pequeña se acercó.
– Es un país libre. No tenemos que hacer lo que nos dices. Podemos pasarnos todo el día siguiéndote si queremos.
– No lo creo.
Esas firmes palabras se oyeron tras él, que se giró y vio a Bella Gionni acercándose junto con Denise y otras cuantas mujeres que no reconocía. Parecían serias.
– Buenos días, señoritas -dijo Denise con educación-. ¿Podemos ayudaros?
– No puede. Es una conversación privada.
– Podéis decir lo que queráis delante de nosotras -dijo Bella poniendo la mano sobre el hombro del niño-. Estamos muy unidos.