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Sus amigas se situaron alrededor de Peter y de él.

Las mujeres más jóvenes se miraron y fruncieron el ceño.

– ¿Qué está pasando? -preguntó la alta.

– Podéis saludar a Raúl y sacarle una foto, pero hasta ahí todo. No lo sigáis ni lo molestéis. Tampoco podéis hablar con Peter -sonrió al chico-. Chicas… -dijo en susurro.

Él tenía los ojos como platos.

– Lo sé -le susurró.

Raúl estaba tan impactado por el rescate como por las potenciales acosadoras. Mientras que agradecía la preocupación, su orgullo no toleraba la idea de que lo hubieran protegido media docena de mujeres de entre cuarenta y cincuenta años.

Aunque, ¡al infierno con su ego! Por el momento mantendría la boca cerrada.

Las tres mujeres le hablaron de nuevo.

– ¿Lo dices en serio? ¿Vas a dejar que te digan lo que tienes que hacer?

Él les dedicó la mejor de sus sonrisas. La misma que mostraba en los anuncios.

– Absolutamente.

– Este pueblo es estúpido. Deberíamos irnos. No sé por qué hemos creído que podríamos pasarlo bien aquí.

– Nosotras tampoco. Conducid con cuidado, chicas.

La morena le hizo un gesto obsceno con el dedo.

– Parece que necesitas una manicura, señorita. Llevar el esmalte desportillado es vulgar, igual que su…

Las tres se marcharon.

– Gracias -dijo Raúl a sus rescatadoras.

– De nada -le respondió Bella-. Seguro que habrías podido librarte de ellas, pero ¿por qué malgastar tu tiempo con esa basura?

– Si tuviera diez años más…

Bella le dio una palmadita en el hombro.

– Lo siento, pero no. Si tuvieras diez años más, te dejaría agotado y acabarías muriendo de un ataque al corazón, así que mejor lo dejamos ahí.

Denise se acercó y lo besó en la mejilla.

– Admítelo. Estás un poco humillado.

– Un poco.

– Entonces nuestra labor aquí ha terminado -miró a Peter-. ¿Te importa si me llevo a este hombrecito? Hay coches de choque al otro lado del parque y mis hijos ya son demasiado mayores para jugar. Te lo traigo después.

– Claro, si a ti te apetece, Peter.

– Claro.

Peter le dio la mano a Denise y se marchó relamiendo su helado. Raúl les dio las gracias a las demás y esperó a que se hubieran ido antes de ir a ver a Pia.

– Habla con el chico de los cacahuetes -estaba diciendo ella cuando llegó-. Siempre recoge temprano para evitar el tráfico. Dile que si vuelve a hacerlo, no vendrá más. Recuérdale que puedo conseguir cincuenta vendedores de cacahuetes para sustituirlo con solo una llamada.

Sonrió a Raúl.

– Ey, ¿dónde está Peter?

– En los coches de choque con Denise -se sentó en el césped junto a la silla-. Acaba de rescatarme un grupo de mujeres de mediana edad.

– ¿De qué estás hablando?

Le contó lo de las mujeres que lo habían parado y cómo Bella, Denise y sus amigas se habían ocupado de la situación.

– Qué majas -dijo con una mirada divertida-. El gran jugador de fútbol americano rescatado por unas mujeres mayores.

– Esto no está bien. Puedo cuidar de mí mismo, pero he dejado que hablaran ellas.

– Eres uno de los nuestros y nosotros cuidamos de los nuestros. Es como lo de la comida que trajo todo el mundo después de perder al bebé.

– No es así.

– No te pongas así. Es un gesto adorable.

Pero a él no le hacía gracia.

– No se lo cuentes a mis amigos.

– ¿Qué me darás si no lo hago?

– Lo que quieras.

Ella se rio y él disfrutó de ese sonido mientras la miraba. Era encantadora, con sus grandes ojos y esa sonriente boca. Las ondas de su cabello resplandecían bajo el sol y era la perfecta combinación de carácter y estabilidad.

Pero no era solo ella, pensó al mirar a su alrededor Era el pueblo en sí. Había vivido en muchos sitios y aunque siempre había disfrutado en esas ciudades, nunca se había sentido conectado con la comunidad. No como ahí.

Aunque no le hacía gracia que lo hubieran rescatado unas señoras, sabía qué significado tenía ese gesto. Allí no se tenía en cuenta ni el sexo ni la edad de las personas. Ellas habían visto un problema y habían actuado, como si Raúl fuera responsabilidad suya. Se había mudado a Fool’s Gold para encontrar un lugar en el que asentarse y lo que había encontrado había sido un hogar.

Capítulo 18

Normalmente, después de un evento que duraba todo un día, como el Festival de Otoño, Pia terminaba agotada. Pero ya que había pasado exactamente medio día sentada, se sentía descansada y preparada para la fiesta del baile-cena. Bueno, para disfrutar con calma y tranquilidad y proteger a los bebés.

Terminó de aplicarse máscara de pestañas y se apartó para comprobar el maquillaje en el espejo. Había seguido el consejo de la doctora sobre las escaleras y las había subido al volver a casa para arreglarse. Allí tenía toda su ropa y el maquillaje bueno. Raúl la recogería y la llevaría al baile y después volverían a su casa.

Se atusó el pelo y ahora la gran pregunta era qué ponerse.

Últimamente se sentía especialmente hinchada y por mucha agua de limón que estaba bebiendo, los pantalones le quedaban estrechos. Tenía un par de vestidos que sabía que tampoco le valdrían, pero tenía uno de corte imperio. Ese estilo le iría bien…

Se detuvo en la puerta de su dormitorio y comenzó a reírse. No estaba hinchada, estaba embarazada. ¡Qué idiota!

Se tocó el vientre, se quitó la bata y se giró para ver el abultamiento de su barriga.

– ¿Cómo estáis? -preguntó-. ¿Todo va bien? Yo estoy bien. Aún triste, pero recuperándome. Todo saldrá bien y quiero que lo sepáis. Voy a cuidar muy bien de vosotros. Lo prometo.

No hubo respuesta, y eso fue positivo. Sintió cierta paz, tranquilidad por la decisión que había tomado. Iba a tener los hijos de Crystal y lo más importante era que esos bebés también serían suyos. Tal vez no tuvieran su ADN, pero estaban creciendo en se interior y, cuando nacieran, ella sería su madre a ojos de todo el mundo.

– Será genial -susurró.

Abrió el armario y sacó el vestido negro. La parte del escote era de un ligero terciopelo con una marcada V y la falda empezaba justo debajo del pecho en una tela más ligera, más sutil, y terminando justo por encima de la rodilla.

Ya se había aplicado una crema iluminadora en las piernas y después de ponerse el vestido, se subió la cremallera lateral. Se colocó delante del espejo para ver si le sentaba bien.

– Madre mía.

Aunque había tenido pecho desde que tenía trece años, nunca había estado así, pensó mientras veía el escote que llenaba la V del vestido.

– Por lo menos ahora sé qué aspecto tendría si me pusiera implantes.

Por suerte, el vestido llevaba a juego una chaqueta corta; se la puso y vio que no cubría prácticamente nada. Raúl tendría que ser fuerte.

Había elegido unas sandalias negras de tacón medio y apenas se las había puesto cuando alguien llamó a la puerta.

– ¡Adelante! -gritó al llegar al salón.

La puerta se abrió y Raúl entró.

Nunca antes lo había visto con traje y le sentaba a la perfección. Era elegante, era guapo y era suyo.

Eso último era tan difícil de creer como el hecho de que estuviera embarazada. ¿De verdad iban a casarse?

Él la recorrió con la mirada, empezando por sus zapatos. Cuando llegó a su pecho, Pia vio cómo se tensó. Se acercó, le tomó la cara entre las manos y la besó con una pasión que hizo que a Pia le temblaran las piernas.

Su boca se movía sobre ella reclamándola, excitándola, haciéndole promesas.

Sin pensarlo, ella le tomó las manos y las posó sobre sus pechos. Él le apartó la chaqueta y los cubrió, acariciando sus tersos pezones.

A Pia la invadió un intenso fuego. Estaba húmeda y preparada en cuestión de segundos. Se quitó la chaqueta y se bajó la cremallera. Él la ayudó y le bajó el vestido. Al instante, se deshicieron del sujetador y él ya estaba besándole los pechos.