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Sentir sus labios y su lengua, esas caricias, casi la llevó al borde del placer. Respiraba entrecortadamente y el deseo amenazaba con asfixiarla. Se aferró a él para no caerse.

Él deslizó una mano entre sus piernas, se coló bajo sus braguitas y encontró el centro de su placer con una caricia mientras su boca seguía en sus pechos y a Pia le temblaban tanto las piernas que le costaba mantenerse en pie.

Llegó al éxtasis sin previo aviso y al instante ya temblando y rozándose contra sus dedos, gimiendo y diciendo su nombre. Las sacudidas se disiparon y el mundo pareció volver en sí.

Se puso derecha y él también. Se quedaron mirándose y el esbozó una masculina sonrisa de satisfacción.

– Estás muy guapa. ¿He tenido oportunidad de decírtelo?

Ella aún seguía aturdida… ¿de dónde había salida ese orgasmo? Quince minutos antes, cinco minutos antes, habría jurado que no volvería a pensar en el sexo, al menos hasta que hubieran nacido los bebés.

Se detuvo y comprobó que se sentía bien.

Le sonrió.

– No.

Él bajó la mirada hasta sus pechos.

– Son nuevos.

– ¿Te gustan?

– Los otros eran geniales, pero éstos también serán divertidos.

Ella se quitó los zapatos.

– Te toca a ti.

Raúl vaciló.

– Tal vez no deberíamos.

Pia podía ver su erección contra la tela de sus pantalones.

– La doctora me ha dicho que no pasa nada, que los bebés no pueden ver nada. ¿Y si jugamos un poco hasta que estés casi y después terminas dentro de mí? Así salimos ganando todos -le dijo mientras le desabrochaba el cinturón.

– No quiero poneros en peligro.

– Yo tampoco.

Le desabrochó los pantalones y se los quitó y, cuando deslizó la mano sobre su erección, él apretó los dientes y comenzó a respirar entrecortadamente.

Se acercó, la besó y le acarició los pechos mientras ella cubría su miembro y comenzaba a excitarse también.

– Raúl.

Él debió de oír la desesperación en su voz porque puso una mano sobre su muslo y la coló entre sus piernas.

Rápidamente, ella se bajó la ropa interior y él la llevó al sofá.

– Ahora -dijo Pia y lo adentró en ella.

Él se hundió en su cuerpo despacio y con cuidado y ella lo agarró por las caderas y lo llevó más hacia sí. Mientras Raúl se movía dentro y fuera de ella, deslizó una mano entre los dos cuerpos y volvió a encontrar ese punto mágico. Pia solo tardó un segundo en volver a temblar de placer y perderse en esa ardiente sensación. Él volvió a hundirse en ella una vez más y se estremeció.

Se quedaron abrazados el uno al otro, respirando entrecortadamente.

Cuando ella finalmente pudo hablar, le preguntó:

– ¿Ha ido bien?

Raúl la besó.

– Ha sido genial. ¿Cómo te sientes tú?

– Bien, muy bien -no sabía cómo explicárselo, pero de pronto tuvo la sensación de que todo iría bien de ahora en adelante.

Miró el reloj de la cocina y exclamó:

– ¡Vamos a llegar tarde! Tenemos que damos prisa.

– Sí, señora.

Él se apartó y se vistió en cuestión de segundos. Pia tardo un poco más, pero en menos de cinco minutos estaban saliendo por la puerta.

Al final de las escaleras, él la acercó y volvió a besarla mientras ella se permitió sentir la calidez de su abrazo, la seguridad de verse en sus brazos. Y en ese momento supo que se había enamorado.

La cena-baile se celebró en el centro de convenciones. Había mesas dispuestas en el centro y la pista de baile estaba situada junto al escenario. Un DJ de la zona fue el encargado de la música durante la cena antes de que llegara la banda que tocaría en vivo. El baile se extendió hasta medianoche.

– Impresionante -dijo Raúl cuando entraron.

Ella se rio.

– Estás burlándote de nuestros esfuerzos.

– Yo jamás haría eso. Es encantador.

– La América de pueblo en todo su esplendor.

Se abrieron paso entre la multitud y se detuvieron a charlar con los que conocían. Pia vio muchos hombres desconocidos entre los asistentes y se le hizo extraño. Durante los festivales, la mayoría de los visitantes eran familias.

Dakota fue a saludarlos.

– Estás preciosa -le dijo a Pia-. Resplandeciente.

Pia intentó no sonrojarse ya que tenía la sensación de que todo ese resplandor era fruto de lo que acababa de hacer con Raúl más que del embarazo, pero eso no hacía falta que lo supiera nadie.

– Gracias -respondió-. Tú también estás genial.

Dakota se giró para mostrarle su vestido azul.

– No tengo pareja, así que he venido para la cena. Después me iré a casa para volver a mi vida de solterona.

Raúl miró a su alrededor.

– Por aquí hay muchos solteros. Ve a encontrar uno.

Ella arrugó la nariz.

– Esta semana no. No estoy de humor. Nevada y Montana van a venir a dormir a casa y tendremos un maratón de pelis de chicas. Además, comparados contigo, no son tan interesantes.

– Oh, por favor -exclamó Raúl, en absoluto impresionado.

Pia se rio.

– Si veo a alguien especial, te lo enviaré.

– Por favor, no lo hagas.

Se separaron y fueron hacia la mesa. Pia vio a un hombre alto y delgado hablando con la alcaldesa Marsha.

– Vamos a ver de qué se trata -dijo ella.

Cuando llegaron, el hombre acababa de irse y la alcaldesa los recibió con un abrazo y un suspiro.

– Estoy demasiado mayor para este trabajo. ¿Reconocéis a ese hombre?

– No.

– Yo tampoco lo había reconocido, y se ha sentido profundamente insultado. Al parecer, es un productor de Hollywood.

– ¿De películas?

– De televisión. Según sus palabras, ahora mismo tenemos mucha fama.

– Que suerte -murmuró Pia.

– Eso mismo he dicho yo. Quiere hacer un programa sobre los solteros que están viniendo a Fool’s Gold y me dará todos los detalles en un día o así.

– ¿Queremos tener un reality show en el pueblo?

– No, pero no sé cómo quitármelo de encima. Si no bloquea el tráfico ni se entromete en nuestro día a día no hay mucho que pueda hacer. California tiene leyes comprensivas en lo que se refiere a las grabaciones.

– ¿Quieres que le dé una paliza por ti? -le pregunto Raúl.

Marcha sonrió.

– Qué dulce eres. Deja que lo piense. En este momento me apetece más tomarme una copa de vino y no saber nada de esto hasta mañana -les sonrió-. Pasadlo bien.

– Lo haremos -respondió Raúl.

– Un reality show -dijo Pia cuando encontraron su mesa y se sentaron-. Es repelente.

– Pero podría reportaros muchos ingresos.

– Y gente rara. Como ha dicho Marsha, dejaremos las preocupaciones para mañana.

La envolvió con sus brazos.

– ¿Te he dicho lo preciosa que estás?

– Unas tres veces, pero no me canso.

– Estás impresionante.

– Gracias. Tú también estás guapísimo.

Después de la cena comenzó el baile y Pia se excusó para ir al lavabo. Junto con la barriga abultada, venía la necesidad de hacer pis cuarenta y siete veces al día. Charity fue con ella.

– ¿Qué tal? -le preguntó su amiga.

– Bien. Me encuentro mucho mejor.

– Me alegro.

– Antes no estaba preparada, pero creo que ahora sí lo estoy. ¿Quieres que vayamos de compras otra vez?

Charity sonrió.

– Me encantaría. Aún tengo que decidirme con lo del calentador de toallitas… Podemos charlar sobre ello mientras nos tomamos un chocolate caliente y unas galletas para recuperar fuerzas antes de enfrentamos a la tienda de ropa premamá y de bebés.

– Tenemos una cita.

Llegaron al lavabo y se encontraron con la típica fila.

– Sabía que hacían falta más lavabos de señoras cuando hicimos la remodelación -refunfuñó Pia-. ¿Pero me escuchó Ethan?