– Quéjate a Liz. Ella lo castigará.
Una mujer más mayor salió del lavabo y se detuvo junto a Pia.
– ¿Cómo te encuentras, querida?
– Bien.
– Sentí mucho lo de tu pérdida. Yo sufrí dos abortos antes de tener a mi Betsy. Sé que es triste, pero tienes que confiar en que vendrán días más felices.
– Gracias -dijo Pia.
La mujer que tenían delante se giró.
– Yo también perdí un bebé. A los cuatro meses. Fue terrible, pero sales adelante. Es duro, pero seguir moviéndote te ayuda a superar el dolor.
Una mujer de cabello blanco que usaba bastón se detuvo y le dio una palmadita en el brazo.
– Asegúrate de que cuidas a ese semental en el dormitorio. Mi George y yo, que en paz descanse, estuvimos haciéndolo hasta dos semanas antes de que diera a luz. En los seis embarazos. En cuanto el médico nos daba luz verde, allá que íbamos otra vez -le guiñó un ojo-. En una ocasión un poco antes de lo que debimos.
Pia se quedó boquiabierta.
– Sí, señora. Gracias por la información.
– Eres una buena chica, Pia. Ten mucho sexo. Ayuda.
La mujer se alejó arrastrando los pies y apoyándose en su bastón.
Junto a Pia, Charity estalló en carcajadas.
– No sé qué es peor. Que llame semental a Raúl o los detalles íntimos de su matrimonio.
– Yo sí sé qué es peor, pero intento no pensar en ello.
Después de utilizar el lavabo, volvió a la mesa. Raúl se levantó.
– ¿Qué pasa? -preguntó preocupado.
– Nada.
– Pareces… Impactada.
– Las señoras mayores están diciéndome lo impórtame que es tener sexo contigo de forma habitual.
Él sonrió.
– ¿Alguna vez te he dicho cuánto me gusta este lugar?
Volvieron a casa de Raúl poco después de las diez y Pia estaba agotada después de un día tan largo.
Raúl la rodeó con sus brazos y apoyó la frente contra la suya.
– Quiero que esta noche compartamos mi cama -le dijo con una sonrisa-. No intentaré nada contigo, solo quiero asegurarme de que estás bien.
Nunca le había pedido eso antes, pensó, tentada y asustada por la invitación. En teoría, se casarían pronto y después de eso, compartirían un dormitorio como toda pareja. No era para tanto. No había razón para ponerse nerviosa por ello.
– Claro -dijo ella ignorando la voz que le lanzó una advertencia dentro de su cabeza-. Sería genial. No serás de los que se quedan con toda la manta, ¿verdad?
– Puedes quedarte con toda la que quieras.
Una invitación encantadora, pero lo que a Pia le interesaba era mucho más que la manta. Lo deseaba a él. Todo de él. No quería únicamente una propuesta de matrimonio por razones prácticas. Quería su corazón y quería su alma. Quería ser lo más importante de su vida y la mejor parte de sus días. Quería que la amara.
Temiendo que él sintiera lo que estaba pensando, dio un paso atrás.
– Voy a prepararme para meterme en la cama.
Para cuando se había desmaquillado y se había puesto un camisón, casi se había convencido de que todo iría bien. Que estaba exagerando. Dormir con Raúl no debería ser para tanto. Probablemente era mejor que se acostumbraran el uno al otro. Podía verlo como unas prácticas.
Pero cuando salió del baño y lo encontró ya en la cama, el corazón le dio un vuelco. Aunque habían compartido cama aquella primera noche que hicieron el amor, de algún modo esto parecía más íntimo.
Se quitó su bata y se metió en la cama.
– ¿Cansada?
– Agotada.
– .¿Duermes boca arriba o de lado?
– De lado.
– Ponte cómoda -le dijo él mientras apagaba la lamparita de noche.
Se colocó tras ella y la rodeó con un brazo; tenía los muslos apoyados sobre la parte trasera de sus piernas y el pecho contra su espalda. La rodeó por la cintura y la abrazó como si no quisiera soltarla jamás.
– Buenas noches -murmuró.
– Buenas noches.
Pia se sentía más despierta cada vez. No estaba acostumbrada a dormir con nadie y se sentía extraña estando tan cerca de él… además de asustada. En lo más hondo de su corazón sabía que acabaría gustándole, que no tardaría en querer estar a su lado todo el tiempo. ¿Pero entonces qué? ¿Se pasaría el resto de su vida amando a un hombre que no la correspondía? ¿Se volcaría en exceso en la vida de sus hijos para no ver la realidad de su matrimonio?
La respiración de Raúl le dijo que se había quedado dormido y ella no supo cuánto tiempo pasó allí conteniendo las lágrimas y luchando contra una tristeza que le decía que su compromiso era un error.
Raúl leyó la magnífica propuesta que había recibido. Un estudiante le había sugerido vincular los programas de Matemáticas y Ciencias del instituto con ciertas industrias. Las industrias cubrirían los costes de esos programas de estudios con la idea de que la mayoría de los alumnos quisieran formarse en ese campo y volver al pueblo a trabajar en esas empresas en cuestión una vez hubieran terminado la universidad.
Raúl anotó algunos comentarios en el margen de la hoja de propuesta; llamaría a algunos amigos que se dedicaban a la ciencia aeroespacial, uno de los campos sugeridos, y les pediría opinión sobre la idea.
La puerta de su gran despacho se abrió y allí apareció Pia.
Se levantó y le sonrió, contento de que se hubiera pasado por allí. Los últimos días habían sido mejores de lo que podría haberse imaginado. Le gustaba tener a Pia cerca, se llevaban bien. Lo hacía reír y siempre tenía un punto de vista interesante que ofrecer.
Ahora, sin embargo, parecía seria y preocupada.
Fue hacia ella.
– ¿Va todo bien? ¿Los bebés?
– Estamos bien -respiró hondo-. Sé por qué Crystal me dejó los embriones.
– Dime -sabía que ése había sido un tema que a Pia le había preocupado.
– Creía en mí. Sabía que podía confiar en mí para que cuidara de sus hijos, para que los criara como si fueran míos. La única persona que tenía dudas al respecto era yo. No podía creer en mí misma. No pensaba que fuera capaz. Y por eso opté por el camino más fácil.
Se puso derecha.
– Me he ido de tu casa, Raúl. Lo he hecho esta mañana. Liz me ha ayudado. Vuelvo a mi apartamento.
– No lo comprendo. ¿Por qué has hecho eso?
¿Por qué lo había dejado? No podía hacer eso. Quería tenerla a su lado; incluso era posible que necesitara tenerla en su vida…
Pia se quitó el anillo de compromiso y se lo dio.
– No voy a casarme contigo.
Raúl miró el anillo, que resplandecía bajo las luces del techo.
No podía estar hablando en serio. Lo necesitaba. Se necesitaban el uno al otro.
– Vamos a ser una familia. Te ayudaré con los bebés. ¿Qué ha cambiado? -habían hecho planes. Iban a criar a esos niños juntos y a tener sus propios hijos. Creía que eso era lo que ambos querían.
– Agradezco la oferta, eres un tipo fantástico -se detuvo un segundo-. Pero no es suficiente. No quiero una solución práctica a un problema difícil. Quiero lo que tienen Hawk y Nicole. Quiero estar enamorada y que me amen. Quiero un matrimonio apasionado, ya sea práctico o no. Lo quiero todo.
Lo quería todo… lo cual significaba que quería que le entregara su corazón, pero ¿entonces qué? No había promesas, no había garantías de nada.
Pia quería más de lo que él estaba dispuesto a dar.
Su boca se curvó en una triste sonrisa.
– Por tu cara puedo ver que la noticia no te ha hecho mucha gracia y no me sorprende. Aunque tenía esperanzas, claro.
– Podemos hacer que funcione de otro modo. No tenemos que estar enamorados para ser felices.
– Demasiado tarde. Yo ya estoy enamorada de ti y no estaré con nadie que no sienta lo mismo por mí.
¿Lo amaba? Imposible. ¿Intentaba tenderle una trampa? No, no podía ser, ya que había sido él el que se había acercado a ella, el que había querido que formaran una familia, el que quería formar parte de las vidas de los bebés.