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– Han sido sus palabras exactas.

Ella se rio.

– Quiero decir que debe de ser agradable ver que la gente te habla como si fueras uno más, y no una celebridad de los deportes, pero ahora mismo creo que te habría gustado un poco de respeto.

– No me habría venido mal. ¿Quieres quedarte un rato conmigo y protegerme?

– La verdad es que no. Estarás bien. Anímate. Ellos también son personas.

– ¿Te pagan por el cliché?

Ella sonrió y se marchó.

Una vez solo, pensó en lo que le había dicho. En que era estúpido por no arriesgar su corazón por alguien como Pia.

Por mucho que quería darle a Pia todo lo que ella quisiera, no tenía dentro un interruptor que pudiera encender o apagar a su antojo. No estaba dispuesto a volver a arriesgarse. Punto. Y no había nada que nadie pudiera decir o hacer para hacerle cambiar de opinión. Si eso significaba perderla de manera permanente, que así fuera.

Se giró para volver al carnaval y se encontró a Peter dirigiéndose hacia él seguido por un hombre bajo y regordete.

– ¡Hola! Mira. Me han quitado la escayola. Y tienes razón, ahora mi brazo parece muy raro. Está muy huesudo. Pero la doctora dice que estoy muy bien.

– Me alegra oír eso -dijo Raúl y extendió el puño para hacer su elaborado saludo, el mismo que se habían inventado Pia y el niño.

Eso era lo malo de vivir en un pueblo; que no había donde escapar.

– Mi padrastro quiere conocerte -dijo Peter cuando terminaron-. Espero que no te importe.

– Claro que no.

Raúl se acercó y le estrechó la mano al hombre. Don Folio lo miró bajo unas oscuras y pobladas cejas.

– Ha pasado mucho tiempo con Peter.

– Es un gran chico. Es muy especial.

Había algo en ese hombre que a Raúl no le gustaba nada.

– Agradecemos que se ocupara de él cuando estuvimos fuera del pueblo.

– No fue nada -Raúl sonrió a Peter, que le devolvió una sonrisa.

Don se sacó un dólar del bolsillo y se lo dio a Peter.

– Raúl y yo tenemos que hablar, hijo. Ve a jugar o algo.

Peter vaciló y asintió antes de salir corriendo a la máquina de juegos. Don miró a Raúl.

– Veo que tiene debilidad por el chico.

– Claro. Me gusta pasar tiempo con él.

Don enarcó las cejas.

– ¿Cuánto le gusta?

Raúl sintió cierta alarma ante la naturaleza de la respuesta, pero prefirió esperar a ver adonde quería llegar Don.

– Si pudiera pasar más tiempo con Peter, sería -dijo lentamente.

Don asintió enérgicamente.

– Soy hombre de mundo y entiendo estas cosas, pero el sistema de cuidados tutelares tiene ciertas reglas.

Raúl ignoró la oleada de furia que surgió en su interior, pero mantuvo una expresión neutral.

– Creo que hay opciones. Quieres al niño y a mí no me importa, pero va a costarte dinero.

Por el rabillo del ojo, Raúl vio a la señorita Miller acercándose y como si nada, con naturalidad, dio un paso a la derecha para bloquearle el camino.

– ¿Dice que puedo tener a Peter a cambio de un precio? -preguntó lo suficientemente alto como para que la otra mujer lo oyera.

Ella se quedó paralizada y pálida. Él se arriesgó a lanzarle una única mirada y ella asintió, como diciéndole que se quedaría atrás, escuchándolo todo.

– Claro. No me importa lo que haga con él.

– ¿Tiene algún precio en mente?

– Cincuenta mil. En metálico y no tengo interés en bajar el precio. Es una oferta única. Si no lo quieres puedo encontrar a alguien que lo quiera.

Raúl fingió considerar la oferta.

– ¿Tiene algún modo de hacer esto sin que sospechen los servicios sociales?

– Claro. Iré a ver a la señora Dawson y le diré que Peter sería más feliz con usted. Ya lo ha tenido antes y él no ha contado lo que sucedió. El chico sabe guardar un secreto, supongo. Lo mío no son los chicos, pero soy un tipo bastante comprensivo y abierto de mente.

Raúl no quería más que destrozarle la cara de un puñetazo, eso le daría un gran placer.

No entendía cómo ese hombre había tenido la tutela de Peter, pero eso acabaría ya.

Don le entregó una tarjeta de visita.

– Mi móvil está por detrás. Tiene veinticuatro horas.

Raúl asintió y el otro hombre se marchó. Al instante, la señorita Miller corrió hacia él.

– Es asqueroso.

Raúl cerró los puños.

– Hay que detenerlo.

Ella sacó el móvil y buscó en la agenda.

– Voy a llamar a la señora Dawson ahora mismo.

La trabajadora social llegó en menos de treinta minutos y menos de diez minutos después, la jefa de policía Barns estaba amenazando a un Don Folio demasiado nervioso. Raúl no creía que pudieran achacarle muchos cargos ya que no se había realizado una entrega de dinero, pero jamás permitirían que volviera a cuidar de un niño. Por lo menos, eso era algo.

Peter llegó corriendo hacia él.

– Me he enterado -dijo el chico sonriendo y sin aliento-. Ya no voy a estar más con ellos. Vas a quedarte conmigo.

Raúl se quedó mirando al chico y después alzó las manos.

– Peter, creo que lo has malinterpretado. Estarás a salvo y alejado de los Folio y encontrarán otra familia para ti.

La expresión de Peter se congeló. La felicidad se desvaneció de sus ojos y en ellos aparecieron lágrimas. Se quedó pálido y le temblaba la boca.

– Pero quiero ir contigo. Ya he estado contigo antes amigo mío.

Raúl intentó ignorar la sensación de recibir una patada en el estómago.

– Somos amigos. Seguiremos siendo amigos y te veré en el colegio, pero no soy un padre adoptivo.

– Lo fuiste -insistió él con un sollozo-. Cuidaste de mí.

La señora Dawson corrió hacia ellos.

– Peter, tenemos que irnos.

Peter se abalanzó sobre Raúl. Por un segundo, pensó que el niño iba a pegarlo, pero en lugar de eso lo abrazó y se aferró a él como si no quisiera soltarse jamás.

– Tienes que cuidar de mí -lloraba-. Tienes que hacerlo.

La señora Dawson sacudía la cabeza a modo de disculpa.

– Vamos, Peter. Tengo que llevarte al hogar comunal; solo serán unas semanas hasta que encontremos otra cosa.

Raúl se quedó allí sin moverse. Aunque el chico no hacía nada, sintió que le estaban desgarrando el corazón. La gente estaba empezando a pararse a mirar.

Justo cuando creía que iba a tener que apartarse al niño de encima, Peter se soltó. La señora Dawson se lo llevó y ninguno de los dos se molestó en mirar atrás.

El lunes por la mañana, Raúl llegó al trabajo a la hora habitual. Segundos después, Dakota llegó, soltó su bolso sobre la mesa y posó las manos en las caderas.

– No sé si largarme o atropellarte con mi coche -anunció ella.

– ¿Por qué estás tan enfadada ahora?

– Por lo que le has hecho a Peter.

Raúl no quería hablar de eso. No había dormido en toda la noche y seguía sintiéndose como si lo hubieran pateado.

– Ahora está a salvo. He hablado con la señora Dawson esta mañana y, por lo que dicen los psicólogos, nadie ha abusado de él. Las amenazas de Folio sobre entregarle el niño a otro estaban pensadas para hacer que me diera prisa. No forma parte de ninguna banda que trafica con niños. No es más que un gilipollas.

Ella lo miró.

– ¿Y eso es todo lo que ves?

– ¿Qué más hay que ver?

– Peter está destrozado. Lo salvaste, ¿crees que no sabe lo que has hecho? Has estado a su lado todo este tiempo. Te lo llevaste a casa cuando se rompió el brazo. Has sido su amigo.

– Todo eso es genial, así que, ¿qué problema tienes?

– Cretino, le has creado ilusiones a ese niño. Le has dejado creer que te importa y cuando se llevaron a su padrastro pensó que se iría a casa contigo.

– ¿Crees que no lo sé? Fue un error. Todo -sabía que no tenía que haberse involucrado desde un principio. Actuaba mejor en la distancia.