– No ha sido un error -ahora estaba hablando más calmada-. ¿No recuerdas cómo era? ¿Tener que guardar todas tus pertenencias en una bolsa de basura porque no tenías maleta? ¿Recuerdas el miedo que te daba verte en un nuevo lugar, no conocer las reglas? Ahora está sucediendo otra vez. Y lo has empeorado. Has dejado que crea en ti, que confíe en ti y todo resultó ser una mentira.
Raúl quería protestar y decir que él jamás le había prometido nada al niño. Que había sufrido una crisis, pero nada más.
Sin embargo, Peter no debía de haberlo visto así; se habría esperado que él lo rescatara de nuevo.
Ella sacudió la cabeza.
– No te he culpado por lo de Pia, pero estoy empezando a ver un patrón en todo esto. Juegas a ser el bueno, pero nada de lo que haces es real. Te da demasiado miedo dar lo que de verdad importa. Eres carne sin sustancia.
Dakota se giró, pero volvió a darse la vuelta hacia él para decirle:
– Haznos un favor a todos y mantente alejado de las «causas». Ya has hecho demasiado daño por aquí.
Capítulo 20
El día infernal de Raúl cayó en picado desde ese momento. Dakota lo dejó solo con su culpa. Él quería hacer algo, golpear algo… sobre todo golpearse a sí mismo. Y por si no era suficiente, sinceramente no sabía si ella se había marchado así porque estaba enfadada o si había renunciado a su puesto.
Iba de un lado a otro del gran espacio vacío que había alquilado intentando encontrar una respuesta, pero siempre volvía a lo mismo. Había dejado que Peter creyera en él y después lo había decepcionado.
Alrededor de una hora después, cuando seguía intentando tramar un plan, la alcaldesa Marsha Tilson entró en su despacho. Normalmente era una persona con la que a él le gustaba charlar, pero algo en su forma de moverse le dijo que esa conversación en concreto no le iba a gustar.
– He oído lo que ha pasado con Peter -dijo yendo directa al grano-. Debo decir que desearía que las cosas hubiesen ido de otra forma, señor Moreno.
Mirarla, ver la decepción en sus ojos, era casi lo más duro que había hecho en su vida, y eso que era una persona difícil de amedrentarse.
– Yo también.
– ¿Tú? Cuando llegaste, todos nos quedamos impresionados por tu generosidad económica -siguió diciendo ella con desilusión-. En todas partes tu reputación era la de un hombre que se preocupaba por los demás. Un hombre que se volcaba con la comunidad. Por eso, cuando dijiste que querías mudarte aquí, te dimos la bienvenida como si fueras uno de nosotros.
Ella apretó los labios.
– No conozco todos los detalles sobre lo que ha pasado con Pia, pero sí que sé que es una joven encantadora y generosa. Me duele verla tan infeliz. Nos duele a todos.
Él se tensó. Se puso derecho.
– No le he hecho daño a Pia. Teníamos un trato y ella ha cambiado de opinión.
– Si no está dolida, entonces ¿por qué estaba llorando por ti?
¿Pia llorando? Se había mostrado muy segura cuando se había marchado. ¿Cómo podía estar dolida?
La alcaldesa respiró hondo.
– Estoy segura de que tienes algo de culpa en todo esto, pero no temas, pasará. Cuidarán de Peter y también de Pia porque eso es lo que hacemos aquí. Protegemos a los nuestros -le puso una mano en el brazo-. Quiero creer que eres un buen hombre intentando ser mejor aún, pero por lo que puedo ver, cuando se trata de algo personal no te implicas -lo miró a los ojos-. Por tu propio bien, y por el de Pia y Peter, tal vez sea momento de arriesgar más que tu dinero.
Y con eso se dio la vuelta y se marchó. Raúl la vio marchar y sintió el peso de todo lo que había dicho. Nunca había sido lo que Hawk había querido que fuera. Todo estaba en la superficie.
Fue hacia la ventana y miró a la calle.
Había querido afincarse allí, había pensado que envejecería allí, pero eso no sucedería. No pertenecía a ese lugar. Nadie se lo diría a la cara, pero era la verdad. Se merecía que lo hicieran salir de allí con horcas y antorchas.
Maldijo al no saber qué era peor… si el hecho de haber perdido a Pia o haberle roto el corazón a un niño que había sido tan tonto de creer en él.
Siguió junto a la ventana esperando a que el día pasara. Necesitaba que oscureciera para poder volver a casa sin que lo vieran y poder decidir qué hacer a continuación.
– Al parecer, Marsha le ha soltado una de sus famosas charlas -dijo Charity mientras Pia y ella almorzaban en el Fox and Hound-. No me ha dado los detalles, pero seguro que se le ha metido dentro de la cabeza.
Pia se sentía fatal. No solo estaba hundida por echar de menos a Raúl, sino que se sentía fatal por la situación de Peter. Y mientras que sabía que era posible que le hubiera dado al niño la impresión de que se quedaría con él, sabía que el hombre al que amaba jamás le haría daño a nadie deliberadamente. Parecía que en esa situación nadie salía ganando.
– ¿Te ha dicho cómo estaba?
– No -Charity la miró-. Lo quieres, ¿verdad?
– Pareces sorprendida.
– Creía que esto te desilusionaría.
– No. Tiene un buen corazón y es un buen tipo. Nada de esto es fácil para él.
Pensó en su pasado, en cómo lo había traicionado Caro. En cómo tenía miedo a confiar en los demás.
– Hay que darle un respiro -dijo con firmeza.
Charity vaciló.
– Marsha cree que es posible que abandone el pueblo.
Pia se quedó sin aliento.
– ¿Se marcha? ¿Por qué? Tiene el campamento, que es lo que lo trajo aquí. Y tiene planes para cursos intensivos. Jamás renunciaría a ello.
Miró a su amiga.
– Es imposible que haya tomado esa decisión él solo. ¿Qué ha pasado? ¿Es que Marsha lo ha echado?
– No, pero le ha dejado claro que estaba decepcionada. ¿Cómo habrá asumido él eso?
– No lo sé -admitió Pia. ¿Se marcharía? Si no se sentía cómodo en el pueblo, tal vez lo hiciera. Odiaba imaginarse Fool’s Gold sin él.
– Lo siento -le dijo Charity.
– Yo también -añadió Pia-. Quiero que esté aquí. Quiero que se quede. Y ya que estoy, quiero que me ame.
– No puedes decidir nada de eso -le recordó su amiga.
«Ojalá las cosas fueran distintas», pensó Pia con tristeza. Pero no era así.
El plan de Raúl de esperar hasta que oscureciera duró como una hora. Caminó de un lado a otro del despacho, intentó trabajar, y después contuvo el deseo de tirar el maldito ordenador contra la pared.
Estaba furioso, avergonzado y decepcionado… y todo ello consigo mismo.
Había llegado allí con grandes ideas y con la intención de ser como Hawk y cambiar vidas. Todo lo que había visto en Fool’s Gold lo había atraído y se había sentido bien recibido. Pero entonces, ¿qué había hecho? Lo había echado todo a perder.
Años atrás, en la facultad, la había fastidiado bien y Hawk lo había sacado del mal camino. Desde entonces, él había aprendido a encontrar su camino solo. Hasta ahora.
No sabía qué había ido mal. En el caso de Pia suponía que había sucedido al pedirle que se casara con él para que él pudiera tener todo lo que quería sin poner nada de su parte ni arriesgar nada. Había optado por el camino más fácil y le había supuesto un infierno.
Debería haber sabido que no podía conseguirlo de un modo gratuito. Fue como pactar con el diablo. Si parecía demasiado bueno para ser verdad, lo era.
En cuanto a Peter, había olvidado que trataba con un niño de diez años. Se había hecho amigo suyo y había querido salvarlo, aunque finalmente había terminado haciéndole daño otra vez.
Sintiéndose como una bestia enjaulada en su despacho, fue hacia la puerta y la abrió. Casi se esperaba un recibimiento con antorchas y horquetas, pero el pueblo tenía el mismo aspecto de siempre. Las hojas flotaban con la suave brisa, el cielo era azul y el sol se encontraba un poco más bajo sobre el horizonte que un mes antes. El invierno estaba llegando.