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– Buena respuesta -susurró ella-. Y sí.

La felicidad explotó dentro de él. La levantó en brazos y la besó con todo el amor y la pasión que tenía. Tras ellos oyó algo que parecieron vítores y sollozos: las mujeres que se había encontrado en la calle estaban allí, junto a la alcaldesa y a la señora Dawson.

– Cuánto me alegro -dijo la trabajadora social frotándose los ojos-. Entraste en el listado de padres adoptivos de emergencia cuando Peter se quedó contigo la primera vez. Puedes ir a buscarlo ahora.

Las otras mujeres asintieron y Marsha sonrió.

– Sabía que lo harías.

– Pues antes no has dicho lo mismo.

– No habría servido de nada.

Raúl volvió a besar a Pia y se recordó que no debía contrariar a la alcaldesa.

Pia lo rodeó con sus brazos y se apoyó contra él. Había rezado para que todo funcionara, pero también había estado asustada. Asustada de pasar el resto de su vida amando a un hombre que no la correspondía.

Ahora era muy agradable ver que había estado equivocada.

Volvió a besarla y ella se sintió como si se derritiera por dentro.

– Tenemos mucho que hacer -dijo él con la frente apoyada contra la suya-. Dar la aprobación de los planos de la casa, casamos y empezar con las clases de preparación al parto.

Ella se rio.

– No te preocupes, se me dan muy bien los detalles y ahora mismo solo hay una cosa que importa.

Él asintió.

– Peter.

– Sí. Ya debe de haber salido del colegio. Vamos a darle la buena noticia.

Raúl vaciló.

– ¿Estás segura? Tendremos tres hijos.

– Estoy segura.

Había otras cosas en qué pensar, como el hecho de que ser madre de los mellizos y de Peter significaba que necesitaría un asistente que la ayudara con todos los festivales. Y que hasta que estuviera construida su nueva casa, estarían un poco apretados. Y que deberían casarse enseguida para poder irse a vivir con Raúl y Peter. Pero eso podía esperar un poco más. Ahora tenían que partir para hacer realidad los sueños de un niño.

Peter estaba sentado en la estrecha cama que le habían asignado. Era el mismo hogar comunal en el que había estado antes, pero los niños eran otros. No tan mezquinos. Nadie se había metido con él por llorar cada noche hasta quedarse dormido.

Intentaba con todas sus fuerzas no estar asustado, se decía que ahora era un niño más grande, que no necesitaba a nadie, que era fuerte. Pero cada vez que pensaba así el pecho le dolía, se le hacía un nudo en la garganta y se echaba a llorar.

Sabía lo que pasaría después. Lo enviarían a una casa de acogida donde no conocería las normas y los otros niños lo mirarían. Intentaría hacerlo todo bien, pero no lo lograría y entonces le gritarían y lo golpearían. Y estaría solo.

Desde abajo oyó voces. Adultos hablando. Durante los dos primeros días había esperado que Raúl fuera a buscarlo, que le dijera que había cometido un error y que había cambiado de opinión, que quería que estuviera con él para siempre.

Había pensado… había esperado…

Sacudió la cabeza. Se había equivocado. Nadie iría a buscarlo. Nunca.

– ¿Peter?

Oyó a la señora Goodwin gritar su nombre.

– Peter, ¿puedes bajar?

Peter se levantó y se secó las lágrimas para que nadie supiera que había estado llorando. Salió al rellano, con la cabeza agachada y los hombros caídos.

Dio un paso, después otro… y cuando alzó la mirada vio a Raúl y a Pia en el salón, mirándolo.

Se detuvo y los miró. Estaban extraños… no enfadados, sino… asustados. Pero, los adultos no se asustaban, ¿verdad?

Raúl fue hasta las escaleras y levantó la mirada hacia él.

– Lo siento por haberte hecho venir aquí.

Peter se encogió de hombros.

– Da igual -sabía que la gente debía disculparse, pero no sabía por qué. Decir que lo lamentabas no cambiaba nada.

– No, no te da igual -dijo Raúl mirándolo fijamente-. Lo único que quería era apartarte de los Folio, pero tenía que dar un paso más; tenías que encontrar un hogar de verdad.

Se aclaró la voz.

– Pia y yo vamos a casamos y queríamos saber si te gustaría venir a vivir con nosotros -se detuvo-. No, no es eso exactamente. Queremos adoptarte, Peter, si quieres tenernos como familia.

Peter sintió frío y calor al mismo tiempo. Esas palabras le parecieron magia e hicieron que todo volviera a estar bien. Bien por primera vez en su vida. Se le llenaron los ojos de lágrimas y al momento bajó corriendo las escaleras, tanto que prácticamente voló. Se echó sobre Raúl.

Raúl lo abrazó tan fuerte que les costó respirar, pero no pasaba nada. Peter estaba llorando y Pia fue a abrazarlos a los dos. Estaba diciéndole algo sobre los bebés, unos perritos y su propia habitación.

Peter no lo comprendía del todo y sabía que no importaba. Lo único que le importaba era que por fin había encontrado el lugar al que pertenecía. Una familia con gente que lo amaba. Los fuertes brazos de Raúl lo abrazaban mientras Pia le besaba las mejillas y le secaba las lágrimas.

Por primera vez desde el accidente de coche, miró arriba y supo que sus padres estaban mirándolo desde el Cielo.

– Ya podéis dejar de estar tristes -susurró-. Estaré bien.

Susan Mallery

Autora de bestsellers románticos, ha escrito unos treinta libros, históricos, contemporáneos e incluso de viajes en el tiempo. Comenzó a leer romance cuando tenía 13 años, pero nunca pensó escribir uno, porque le gustaba escribir sobre filosofía o existencialismo francés. Fue en la escuela superior cuando acudió a clases sobre Cómo escribir una novela romántica y empezó su primer libro, que cambió su vida. Fue publicado en 1992 y se vendió rápidamente. Desde entonces sus novelas aparecen en Waldens bestseller list y ha ganado numerosos premios.

Actualmente vive en Los Angeles, con su marido, dos gatos y un pequeño perro…

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