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– ¿Igual que las mujeres?

Él entró.

– No exactamente.

Dakota subió a su lado.

– No te he visto salir con nadie, al menos por aquí.

– ¿Me lo preguntas por alguna razón en particular? -no le parecía que Dakota estuviera interesada. Trabajaban bien juntos, pero no había química entre ellos. Además, él no buscaba una relación y, por alguna razón, pensaba que ella tampoco.

– Para tener algo que compartir cuando me siente con mis amigas a hablar sobre ti.

– ¿Y eso sucede diariamente?

– Prácticamente -metió primera y sonrió-. Estás como un tren.

Él ignoró el comentario.

– Pia me ha dicho algo sobre una escasez de hombres. ¿Es verdad?

– Claro. No es una tragedia que las adolescentes se vean obligadas a llevar a sus hermanos al baile de graduación, pero es algo notable. No estamos seguros de cómo o cuándo empezó. Muchos hombres se marcharon durante la Segunda Guerra Mundial y no volvieron los suficientes. Algunos lo atribuyen a un rumor, pero se dice que la ubicación de este pueblo es una vieja aldea maya.

Atravesaron la zona centro y Dakota tomó la carretera que conducía a la montaña.

– ¿Maya? No lo creo estando tan al norte -dijo él.

– Se supone que emigraron. Una tribu de mujeres y sus hijos. Una sociedad muy matriarcal.

– Te lo estás inventando.

– Compruébalo tú mismo. En el terremoto de 1906, parte de la montaña se abrió dejando ver una enorme cueva en la base de la montaña. Dentro había docenas de artefactos de oro macizo y eran mayas. Sin embargo, había demasiadas diferencias entre ésos y los que encontraron más al sur como para confundir a los estudiosos.

– ¿Dónde está la cueva ahora? -no había visto nada al respecto ni en sus visitas ni en sus investigaciones sobre el lugar.

– Se vino abajo durante el terremoto del 89, pero los objetos están por todo el mundo, incluyendo el museo del pueblo.

Eso tendría que ir a verlo.

– ¿Qué tienen que ver los matriarcados maya con la escasez de hombres en el pueblo?

Ella se quedó mirándolo y después volvió a centrar la atención en la carretera.

– Hay una maldición.

– ¿Te has dado un golpe en la cabeza esta mañana?

Ella se rio.

– Vale, hay un rumor que dice que es una maldición. No conozco los detalles.

– Qué casualidad.

– Es algo sobre los hombres y eso de que el mundo terminará en el 2012.

– Doctora Hendrix… me esperaba mucho más de ti.

– Lo siento, es todo lo que sé. Puedes preguntarle a Pia. Mencionó algo sobre celebrar un festival maya en el 2012.

– ¿Para celebrar el fin del mundo?

– Esperemos que no.

Menuda locura. ¿Una maldición maya? ¿En las montañas de Sierra Nevada? ¡Y pensar que le había preocupado que la vida en un pequeño pueblo fuera a ser aburrida!

Pia ordenó con detenimiento la comida para el gato, los cuencos, los juguetes y una cama que Jake nunca había utilizado. Jo, la nueva propietaria del gato, había dicho que le había comprado una nueva caja. Después de asegurarse de que no había olvidado nada, Pia sacó el portagatos del armario y lo abrió.

Se imaginaba que tendría que correr detrás del felino y después enfrentarse a él para meterlo en el contenedor de plástico, pero el animal la sorprendió al mirarla y meterse dentro a continuación.

– ¿Quieres irte, verdad? -le susurró mientras cerraba la puerta con el seguro.

El gato la miraba sin parpadear.

Era un gato con una especie de tono naranja achampanado y con un poquito de blanco en la barbilla. Suave, con una larga cola y grandes ojos verdes.

Lo miró.

– Quería que fueras feliz. Lo he intentado de verdad. Espero que lo sepas.

Jake cerró los ojos, como obedeciendo a su voluntad.

Ella agarró su bolso, las cosas de Jake y el portagatos. Bajó las escaleras con cuidado y metió las cosas en el coche.

El camino hasta la casa de Jo no les llevó más que unos minutos. Aparcó delante de la casa y antes de poder bajar, Jo ya había salido al porche delantero y había bajado las escaleras corriendo.

– Estoy lista -le gritó la otra mujer mientras Pia salía de su coche-. Es muy extraño. Hace mucho tiempo que no tengo un gato, pero estoy emocionadísima.

Jo abrió la puerta trasera del coche y sacó el portagatos.

– Hola, chico grande. Mírate. ¿Quién es mi gato precioso?

La melodiosa voz resultó casi tan sorprendente como las palabras. Para ser una mujer que se enorgullecía de regentar el bar del vecindario con una mezcla de reglas estrictas y una intimidación no tan sutil, la dulce forma de hablar de Jo resultaba desconcertante.

Pia recogió la bolsa y la siguió hasta dentro de la casa.

Jo se había mudado a Fool’s Gold unos tres años atrás y había comprado un bar en ruinas. Había transformado el negocio en un refugio para mujeres que ofrecía fantásticas bebidas, grandes televisores que emitían más programas y canales de compras que deportes, y muchos snacks que no te generaban sentimiento de culpabilidad. Los hombres eran bienvenidos, siempre que supieran cuál era su lugar.

Jo era alta, guapa, bien musculada y soltera. Pia diría que tenía treinta y tantos. Hasta el momento no la habían visto con ningún hombre, ni se sabía nada sobre alguno de su pasado. Los rumores oscilaban entre ésos que decían que era una princesa de la mafia hasta una mujer huyendo de un novio maltratador. Lo único que Pia sabía con seguridad era que Jo tenía una pistola detrás de la barra y que parecía más que capaz de utilizarla.

Pia entró en la casa de Jo y cerró la puerta delantera. La casa era vieja, construida en los años veinte, con mucha madera y una enorme chimenea. Todas las puertas que salían del salón estaban cerradas y una sábana bloqueaba el acceso a las escaleras.

– Por ahora estoy dándole acceso limitado -le explicó Jo mientras cruzaba la puerta de la cocina-. La sábana no servirán para siempre, pero sí que lo mantendrá en esta planta durante unas cuantas horas.

Pia fue tras ella.

Jo dejó el transportador sobre el suelo de la cocina y abrió la puerta. Jake salió cautelosamente olfateando.

– La casa es grandísima -explicó Jo-. Eso podría asustarlo. Una vez que conozca el lugar, estará bien.

– Debía de encantarle mi apartamento -murmuró Pia pensando en lo pequeño que era.

– Seguro que sí. A los gatos les gustan las ventanas de las plantas de arriba; desde ahí pueden ver el mundo.

Pia dejó la bolsa sobre la encimera.

– Sabes mucho de gatos.

– Crecí con ellos -dijo Jo antes de agacharse y acariciar el lomo de Jake.

Pia medio se esperaba que el gato le arrancara un dedo a Jo con las garras. Pero en lugar de eso, Jake se detuvo para olfatearle los dedos y frotar su cabeza contra ellos.

Él nunca le había hecho eso a ella, pensó mientras intentaba no sentirse ofendida. Al parecer, ser una persona de gatos ayudaba.

Jo colocó agua y pienso en una esquina de la cocina y Jake desapareció dentro del cuarto de la colada. Un minuto después, aproximadamente, se oyó el característico sonido de unas uñas removiendo la arena del cajón.

– Ha encontrado su cuarto de baño -dijo Jo alegremente-. Vamos. Vamos a sentamos en el salón mientras lo explora todo. He estado trabajando en una nueva receta de martini de hierbabuena. Me gustaría que estuviera listo para Navidad. Puedes decirme lo que te parece.

Un martini era un plan excelente, pensó Pia mientras seguía a su amiga.

Se sentaron en un cómodo sofá delante de la enorme chimenea. Jo vertió un líquido de una jarra en un mezclador y lo sacudió antes de servir el líquido rosa resultante en dos vasos de martini.

– Sé sincera. ¿Es demasiado dulce?

Pia dio un sorbo. El líquido estaba frío como el hielo y sabía a hierbabuena. Era más refrescante que dulce, con un toque de algo que no podía identificar. ¿Miel? ¿Almendra?