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– Además de los festivales principales, tenemos eventos de menor importancia que atraen a multitudes de la zona. Nadie de esas personas se queda a pasar la noche, lo cual supone menos dinero para el pueblo, pero también menos trabajo.

Raúl agarró la lista de los festivales y la leyó. Ella había marcado los que despertarían mayor interés familiar.

– Si se nos ocurre algo como que un famoso jugador de fútbol americano presente el evento, podemos atraer la atención de la prensa. Supongo que podemos traer a la televisión local, pero estaría bien encontrar un buen vínculo y tal vez conseguir uno de los programas de la mañana.

– ¿Traerle dinero al pueblo y donaciones y patrocinio para el campamento?

– Exacto.

Estaba bien. Centrarse en el trabajo la ayudaba a mantenerse calmada, porque si pensaba en lo sucedido esa mañana…

Sin previo aviso, los temblores empezaron otra vez. El pecho se le encogió y tuvo que respirar hondo.

Raúl la miró por encima de los papeles.

– ¿Estás bien?

Ella asintió porque hablar le resultaba imposible.

Él soltó las hojas.

– ¿Qué está pasando?

– ¿Podría beber un poco de agua? -logró decir.

Raúl se levantó y fue hacia un pequeño frigorífico. Después de sacar una botella, volvió a la mesa y se la dio.

– Gracias.

– ¿Qué está pasando? -le volvió a preguntar mientras se sentaba. Le agarró la mano que tenía libre y le apretó los dedos.

El contacto fue ligero, pero aun así cálido. Ella sintió algo, un pequeño cosquilleo. Bien.

– Tienes el pulso demasiado acelerado -le dijo-. Estás disgustada por algo.

El cosquilleo desapareció. Ella apartó la mano y abrió el agua.

– Estoy bien. No es nada.

Pero Raúl no estaba muy convencido.

– ¿Es por lo de los embriones?

Pia cerró los ojos y asintió.

– He ido a verlos esta mañana.

– ¿Cómo?

– He ido al laboratorio y he preguntado si podía verlos -abrió los ojos y suspiró-. Me han dicho que no.

– ¿Y eso te ha sorprendido?

– Un poco. Sabía que eran pequeños, pero pensé que tal vez podría verlos por un microscopio o algo así -se movía en la silla intentando no recordar la incrédula mirada que le había lanzado el chico del laboratorio… como si fuera idiota.

– Al parecer, no es posible sin descongelarlos y si los descongelas sin que se hayan implantado, mueren -respiró hondo-. Cuando he explicado por qué quería verlos, me ha dado mucha información sobre la fecundación in vitro.

– ¿Le has contado lo de tu amiga?

– Ajá. Y después he leído el material -se llevó una mano al estómago esperando controlar una náusea-. Al parecer, el cuerpo tiene que estar preparado -dejó la botella en la mesa y siguió hablando-. Lo cual requiere mucho más que una charla. Se introducen una serie de hormonas en mi cuerpo y después de eso, llega el procedimiento de la implantación… no entraré en detalles.

– Te lo agradezco.

Pia esbozó una pequeña sonrisa.

– Después tienes que esperar y hacerte la prueba de embarazo en dos semanas. Con suerte, habrá bebés.

Sintió el pánico apoderándose de ella otra vez.

– No lo entiendo. ¿Por qué me ha confiado a sus hijos? ¿Sabes que Jake ronronea? Se relaja un montón, se pone cariñoso y ronronea.

– ¿Jake es un gato?

– Sí. Lo he tenido unos dos meses y a mí nunca me ha ronroneado. Apenas me miraba y después va a casa de Jo y se pone a ronronear como si su vida dependiera de ello -sacudió la cabeza-. No lo entiendo. Crystal quería a esos niños más que a nada. Después de que su marido fuera destinado a Irak, ella hablaba de quedarse embarazada una vez que regresara. Estaba ilusionadísima. Cuando Keith murió, seguía decidida a convertirse en madre, pero eso no sucedió. Y ahora, ¿tengo que criar a unos niños? Y todo eso del in vitro… no es un cien por cien. Puede que no todos o ninguno se enganchen… lo cual es una forma educada de decir que morirán. ¿Y si es culpa mía? ¿Y si a mí me pasa algo? ¿Y si son iguales que Jake y no les gusto lo suficiente como para quedarse en mi cuerpo?

Podía sentir cómo pasaba del pánico al puro terror. Miró a Raúl, que la estaba observando con una intensa mirada haciéndola sentirse incómoda.

– ¿Demasiada información? -preguntó ella.

– Has dicho Keith y Crystal.

Pia asintió.

– ¿Keith Westland?

Ahora era ella la que tenía que mirar.

– Sí. ¿Cómo lo sabías?

Él se levantó, caminó de un lado a otro del despacho y volvió para quedar de pie frente a ella. Era tan alto que resultaba incómodo mirarlo. Pia se levantó.

– Raúl, ¿qué está pasando?

– Lo conozco… lo conocí. Keith es un nombre muy común, pero me habló de su mujer, Crystal. Me habló de este lugar y por eso vine aquí. Él es la razón por la que accedí a participar en el torneo de golf de famosos el año pasado. Quería ver dónde había crecido.

– Espera un minuto. ¿Cómo es posible que conocieras a Keith? Crystal nunca me dijo nada -Pia estaba segura de que su amiga habría contado algo como que Raúl Moreno era amigo de su marido.

Él miró por la ventana, como si estuviera recordando.

– Estuve en Irak; algunos de los jugadores lo hacemos para ir a ver a las tropas fuera de temporada. Les sube la moral y a cada uno nos asignan un soldado para no metemos en problemas. Keith era el mío. Viajábamos por todo el país hasta diferentes bases. Nos tendieron una emboscada y nos dispararon. Él me salvó el trasero.

Raúl se frotó la cara.

– Ese último día estábamos de camino al aeropuerto. Era un convoy muy grande en el que íbamos los jugadores, unos cuantos personajes vip, algunos políticos… hubo una emboscada y dispararon a Keith -sacudió la cabeza-. Lo abracé mientras moría. No podía hablar, no podía hacer más que buscar aire. Y entonces se fue.

Ella se hundió en la silla.

– Lo siento -susurró-. No lo sabía -Crystal tampoco lo había sabido.

– Llegaron refuerzos y nos ayudaron a volver a casa. Cuando recibí la invitación para el torneo de golf, vine aquí. Supongo que para presentarle mis respetos al lugar que Keith tanto había querido. Me gustó y por eso me quedé.

Pia no se esperaba que fuera a haber más sorpresas, pero se equivocaba.

Él se puso de rodillas delante de ella.

– Quería hablar con Crystal, pero no sabía qué decir. Conocí a su marido durante dos semanas y estuve allí cuando murió… ¿eso la habría reconfortado?

Ella sintió su dolor y le acarició el hombro suavemente.

– El hombre al que amaba había muerto; no creo que nada la hubiera reconfortado.

– No quería entrometerme ni molestar -él sonrió ligeramente-. Ahora tú eres responsable de los bebés de Keith y de Crystal.

– No me lo recuerdes.

Raúl volvió a su silla y la miró.

– ¿Estás bien?

– Intentando recuperarme del último bombazo -hizo una mueca de estremecimiento-. Lo siento. He elegido mal la palabra. Oír que conocías a Keith y que estuviste allí cuando murió parece algo cósmico… como si el universo quisiera asegurarse de que tenga esos bebés.

– Estás viendo demasiado…

– ¿Sí? ¿No crees que es un poco extraño que estemos teniendo esta conversación?

– No. Me mudé a este pueblo porque conocí a Keith. Si no me lo hubieran asignado, jamás habría accedido a participar en el torneo de golf y no estaría aquí, teniendo esta conversación contigo.

Lo que dijo tenía sentido, pero Pia aún se sentía como si estuvieran forzándola a tomar una decisión que no estaba preparada a tomar.

Los tres embriones suponían que podía llegar a tener trillizos, y tenía un apartamento diminuto… ¿cómo iban a entrar todos?

Se aferró a la botella de agua, pero después de oír la historia de Raúl y Keith, incluso cuestionar el acto de tener hijos le parecía egoísta.