Capítulo 18
Will cerró de golpe, haciendo temblar el cristal esmerilado de la puerta. Por un instante, mientras comprobaba que no había roto el cristal, la rabia cedió paso a la preocupación. La puerta parecía vieja, pero sólida. El cristal tenía un aspecto artesanal, tal vez incluso antiguo. Él no sabía nada de esas cosas, pero había notado que Tess McGowan sentía debilidad por las antigüedades. Su pequeña casa estaba decorada con una ecléctica mezcolanza que generaba un ambiente confortable y acogedor. Había sido extrañamente agradable despertarse envuelto en sábanas de color lavanda y rodeado por las diminutas violetas del papel de la pared.
La noche anterior, cuando ella lo invitó a entrar, al principio se había sorprendido. Nunca hubiera adivinado que aquella mujer salvaje y apasionada que había coqueteado con él sin ningún pudor en el billar mientras bebía un chupito de tequila tras otro, viviera rodeada de encajes antiguos, caoba labrada a mano y acuarelas que parecían originales. Pero, tras pasar sólo una noche con ella, sabía que la casa de Tess McGowan era el reflejo de una mujer apasionada e independiente y, al mismo tiempo, sensible y frágil.
Era precisamente esa fragilidad lo que le hacía tan difícil la partida. La vulnerabilidad de Tess lo había sorprendido la noche anterior (¿o era ya por la mañana?), al tomarla entre sus brazos. Ella se había acurrucado junto a su cuerpo como si encontrara un refugio largo tiempo buscado.
Will se pasó la manga por la cara, intentando despejarse.
¡Cielos! ¿Adonde iba con todo ese rollo? Fragilidad y refugio. Parecía una puta película romántica.
Se montó en su coche y enseguida miró hacia la que sabía era la ventana del dormitorio de Tess. Tal vez esperaba que ella estuviera allí, observándolo. Pero no distinguió a nadie tras el visillo.
Se puso furioso otra vez, sintiéndose utilizado. Aquello era ridículo. Era él quien la había elegido a ella. Sus amigos lo habían animado a echar una canita al aire antes de su inminente boda. Una boda que antes le parecía muy lejana, pero para la que ahora, de repente, faltaba sólo un mes.
Al principio, lo hizo sólo para impresionar a sus amigos. Ellos no esperaban que el bueno de Will, el eterno monaguillo, se pusiera a flirtear con una mujer, y mucho menos con una mujer como Tess. En fin, tal vez necesitara hacer amigos nuevos, amigos cuyo nivel de madurez no se hubiera quedado estancado en la universidad. Pero no podía culparlos a ellos de su error de la noche anterior, ni de haber llegado tan lejos. Y tampoco podía echarle la culpa a la bebida, porque, a diferencia de Tess, él había sabido perfectamente lo que hacía, de principio a fin.
Nunca había conocido a alguien como Tess McGowan. Incluso antes de que se despojara de su discreto chal negro y empezara a jugar al billar con el dueño del bar, Will había pensado que era la mujer más sexy que había visto nunca. No era especialmente guapa, ni llamativa, pero sí muy atractiva, con aquella melena ondulada que, suelta, le llegaba por debajo de los hombros. Y tenía un cuerpo precioso, no como el de esas modelos bulímicas, sino lleno de curvas, y unas piernas increíblemente bonitas. Dios, se excitaba sólo con pensar en ella. Con sólo pensar en deslizar las manos por la curva de sus caderas y la redondez de sus pechos.
Pero allá en el bar de Louie, mucho antes de que le permitiera tocarla, no habían sido sus curvas, si no más bien su forma de moverse, su modo de comportarse, lo que había llamado su atención. La suya y la de todos los demás. A ella parecía gustarle ser el centro de las miradas, disfrutaba montando un pequeño espectáculo, subiéndose la falda del vestido hasta los muslos para disparar con el taco, encaramada a la esquina de la mesa de billar. Cada vez que se inclinaba sobre el taco, el tirante del vestido se deslizaba por su hombro y la sedosa tela dejaba entrever sus voluptuosos pechos enfundados en encaje negro.
Will sacudió la cabeza y metió la llave en el contacto. Había sido una noche increíble, una de las noches más apasionadas, eróticas y excitantes de su vida. En vez de enfadarse, debía felicitarse porque Tess McGowan lo dejara marcharse sin ataduras. Era un cabrón con mucha suerte. Demonios, no había estado con otra mujer desde que salía con Melissa. Y cuatro años de sexo con Melissa no podían ni compararse de lejos con una sola noche con Tess.
Miró de nuevo la ventana de la habitación, y se sorprendió deseando que Tess estuviera allí. ¿Qué le había dado aquella mujer, que no tenía ganas de marcharse? ¿Eran imaginaciones suyas, o entre ellos se había producido una especie de conexión, un extraño vínculo? ¿O se trataba simplemente de sexo?
Miró su reloj de pulsera. Le quedaba un largo viaje de regreso a Boston. Pisaría a fondo el acelerador para llegar a tiempo de cenar con Melissa y sus padres, que estaban de visita. Ésa era la única razón de que se hubiera tomado un preciado lunes libre, a pesar de que acababa de incorporarse a su nuevo empleo. Y allí estaba, a muchos kilómetros de Boston y de acordarse de Melissa.
¡Cristo! ¿Notaría Melissa en sus ojos que la había traicionado? ¿Cómo coño podía ser tan estúpido como para arriesgarse a tirar por la borda los últimos cuatro años por una noche de pasión? Y, si había sido un error, ¿por qué no se iba de una vez? ¿Por qué no podía librarse de la fragancia de Tess, del sabor de su piel, de los jadeos de su pasión…? ¿Por qué no podía borrarlo todo? ¿Por qué deseaba subir otra vez y empezar de nuevo? Ciertamente, no parecía muy arrepentido. ¿Qué demonios le pasaba?
Puso el coche en marcha y salió de la rampa de la casa dejando que su frustración hiciera rechinar las ruedas. Giró bruscamente hacia la calle y estuvo a punto de rozar a un coche aparcado en la acera de enfrente. El hombre sentado tras el volante alzó un momento la mirada. Llevaba gafas de sol y tenía un mapa desplegado sobre el volante, como si estuviera buscando una dirección. El barrio de Tess estaba lejos de las vías principales. Will se preguntó enseguida si aquel tipo estaría vigilando la casa. ¿Sería él quien le había regalado a Tess el costoso anillo de zafiros que llevaba en la mano equivocada?
Will miró por el retrovisor y echó un último vistazo al coche. Entonces se fijó en que tenía matrícula del distrito de Columbia, no del de Virginia. Tal vez porque le pareció un poco raro, o tal vez porque era el nuevo ayudante del fiscal del distrito, o quizá porque sentía curiosidad por saber la clase de hombre que creía tener derecho sobre Tess McGowan, fuera cual fuese la razón, Will guardó el número de la matrícula en su memoria, y puso rumbo a Boston.
Capítulo 19
La sala de conferencias quedó en silencio en cuanto Maggie atravesó la puerta. Ella continuó con paso firme hacia el fondo, contrariada al encontrar la habitación ordenada para una conferencia. Las sillas estaban colocadas en filas, mirando todas ellas al frente de la habitación, en vez de junto a largas mesas, como ella había sugerido. Prefería las reuniones de trabajo, en las que podía esparcir las fotografías forenses ante los participantes, que a su vez se sentían más a gusto hablando que escuchando en silencio. Sin embargo, la única mesa que había en la habitación estaba llena de refrescos, zumos, café y diversos tipos de dulces.
Sintió las miradas fijas de los asistentes mientras dejaba el maletín sobre una silla. Luego comenzó a revolver en su interior, fingiendo buscar algo que necesitaba antes de empezar. Pero en realidad estaba haciendo tiempo para que se le asentara el estómago. Hacía unas horas que había desayunado, y ya no le daban náuseas antes de dar una conferencia. Pero la falta de sueño y los whiskys que se había bebido a solas en su habitación la noche anterior, mucho después de que Turner y Delaney se despidieran de ella, le había dejado la boca seca y la cabeza aturdida. Aquél no era, ciertamente, buen modo de empezar un lunes.