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– Estaba esperando la llamada del médico forense -le explicó Tully-. Del doctor Holmes.

– ¿Y?

El director adjunto se apoyó contra la puerta, y Tully se preguntó si debía despejar una de las sillas. A diferencia del despacho siempre ordenado y limpio de su jefe, el de Tully parecía un trastero: los papeles se amontonaban, los archivos aparecían dispersos por la habitación, y las estanterías rebosaban. Rebuscó entre el montón de notas que, no fiándose de su memoria, que a esa hora de la noche se había cerrado como el disco duro de un ordenador, había tomado al recibir la llamada del forense.

– La chica… la joven tenía en el costado izquierdo una herida incisa, de unos once centímetros de largo, que se extendía hasta el cóccix. El doctor Holmes dice que era un corte muy preciso, casi como si le hubieran practicado una operación.

– Eso recuerda a nuestro hombre.

– Le habían extraído el bazo.

– El bazo no es muy grande, ¿no? Daba la impresión de que en la caja de pizza había algo más.

Tully tomó el ejemplar de la Anatomía de Gray que había sacado de la biblioteca. Pasó las páginas rápidamente hasta encontrar la que había marcado con una goma. Se puso las gafas.

– El bazo tiene unos doce centímetros de largo, siete y medio de ancho y tres de grosor -leyó en voz alta, y luego cerró el libro y lo dejó a un lado-. Aquí dice que pesa unos doscientos gramos, pero que su peso depende del estado del proceso digestivo. Puede hacerse mucho más grande. La víctima no había comido mucho ese día, de modo que su bazo era más bien pequeño. El doctor Holmes dice que también le arrancó parte del páncreas.

– ¿Se han encontrado huellas donde fue hallado el cadáver?

– Sí, tenemos dos bastante claras: un pulgar y un dedo índice. Pero no se corresponden con las de Stucky. Es posible que las dejara alguien accidentalmente en la escena del crimen, pero parecían dejadas a propósito. Todo el borde del contenedor estaba limpio. Sólo había esas dos huellas, justo en el medio.

Cunningham frunció el ceño; su frente curtida se arrugó como si de pronto recordara algo.

– Vuelva a revisar el archivo de Stucky. Asegúrese de que las huellas no han sido cambiadas o alteradas, y de que no hay ningún error informático. Si no recuerdo mal, la agenteO'Dell logró identificarlo al fin por una huella que dejó atrás. Una huella que dejó a propósito. Pero en aquel momento nos costó mucho identificarla. Alguien se había introducido en el sistema informático del condado para cambiar las huellas del archivo.

– Lo comprobaré, señor, pero ahora no se trata del sistema informático de la oficina de un sheriff. Hemos comparado las huellas con las que hay de Stucky en el Sistema Informático de Identificación de Huellas Dactilares, huellas que le fueron tomadas a él directamente. Y, con el debido respeto, no creo que nadie puede introducirse así como así en el sistema del FBI.

El Sistema Informático de Identificación de Huellas Dactilares era la principal base de datos del FBI. Aunque estaba conectado con las agencias federales, estatales y locales, se tomaban numerosas medidas de seguridad para impedir la infiltración de piratas informáticos.

Cunningham suspiró y se rascó la mandíbula.

– Seguramente tiene razón -dijo con un cansancio que Tully no había percibido hasta ese instante.

– Puede que acaben siendo las huellas de algún poli novato -le dijo a su jefe, como si pretendiera aliviar su cansancio-. Si es así, lo sabremos en las próximas cuarenta y ocho horas. Si no se corresponden con las de ningún agente, haré que alguien lo investigue -Tully se dejó las gafas puestas. Se sentía más alerta con ellas, y necesitaba parecer seguro de sí mismo-. Señor, no he encontrado nada que sugiera que Stucky está tratando de decirnos algo con la extracción de esos órganos. Me pregunto si estoy pasando algo por alto.

– No, en absoluto. Stucky sólo hace esto para exhibirse y porque puede hacerlo, nada más -dijo Cunningham, y entró en el despacho, pero permaneció de pie.

– ¿Estudió cirugía en algún momento de su vida? -Tully hojeó el archivo que la agente O'Dell había reunido sobre el pasado de Stucky. En muchos sentidos, parecía el curriculum vitae de un superejecutivo multimillonario.

– Su padre era médico -Cunningham se pasó una mano por la mandíbula. Tully había notado que hacía aquel gesto cuando estaba cansado e intentaba recuperar algún dato almacenado en su vasta memoria. Aprovechó la oportunidad para estudiar el rostro de su jefe, que parecía enflaquecido. La luz del fluorescente oscurecía sus ojos y los hoyuelos de sus mejillas. Incluso estando exhausto mantenía el porte erguido, y sus hombros no se hundían, a pesar de que se había apoyado en la estantería. Todo en él traslucía una serena dignidad. Por fin añadió-: Si no recuerdo mal, Stucky fundó con su socio una de las primeras compañías de inversiones que operaron en Internet. Hizo millones y los guardó a buen recaudo en bancos extranjeros.

– Si pudiéramos seguir la pista de alguna de esas cuentas, tal vez lográramos dar con él.

– El problema es que nunca hemos conseguido averiguar cuántas cuentas tiene, ni qué nombres utiliza. Stucky es muy listo, agente Tully. Es astuto, muy inteligente y casi siempre frío. No se parece a los otros. Él no mata por necesidad, ni por mandato, ni por un impulso. Ni siquiera porque oiga voces interiores. Mata por una razón esenciaclass="underline" porque disfruta haciéndolo. Para él, manipular y quebrantar el espíritu humano es un juego; le gusta provocar el estupor de la gente con sus actos, y restregárnoslo en las narices a los que intentamos capturarlo.

– Pero sin duda hasta Stucky comete errores.

– Esperemos que así sea. ¿Ha encontrado algún indicio sobre el lugar donde pudo llevarse a la víctima?

De nuevo, Tully, que no confiaba en su fatigada memoria, comenzó a rebuscar entre sus montones de notas. Al instante se sintió un tanto avergonzado. Hacía sus anotaciones en cualquier parte, desde la servilleta de un bar, a una toalla de papel marrón del servicio de caballeros.

– Sabemos que se la llevó antes de que acabara su ruta. Algunos clientes llamaron quejándose de que no habían recibido sus pizzas. El gerente va a hacerme una lista de las direcciones a las que la chica tenía que ir a repartir.

– ¿Por qué está tardando tanto?

– Anotan las direcciones en una hoja a medida que reciben llamadas. El repartidor se lleva la única copia.

– ¿Bromea? -Cunningham suspiró, y por primera vez Tully creyó notar que le costaba trabajo contener su irritación-. No parece un método muy eficiente.

– Seguramente nunca habían tenido problemas, hasta ahora. El laboratorio está intentando averiguar la dirección a través de las marcas que dejó el bolígrafo en la hoja de abajo del cuaderno. Naturalmente, lo mejor sería encontrar el coche de la víctima. Tal vez se dejara la lista dentro.

– ¿Se sabe algo del coche?

– Aún no. El Departamento de Vehículos a Motor me ha proporcionado la marca, el modelo y la matrícula. El detective Rosen ha informado por radio a las patrullas de policía de toda la zona. Pero aún no sabemos nada.

– ¿Ha comprobado los aparcamientos de los aeropuertos?

– Buena idea -Tully hizo otra anotación, esta vez en el recibo de la cuenta de su almuerzo. ¿Por qué demonios no tenía blocs de notas, como todo el mundo?

– Tuvo que llevársela a alguna parte -dijo Cunningham, mirando más allá de la cabeza de Tully, perdido en sus pensamientos-. A algún sitio donde pudiera pasar largo rato sin que nadie lo interrumpiera. Imagino que no la llevó muy lejos del lugar donde la secuestró. Si pudiéramos conseguir esa lista, reduciríamos considerablemente las posibilidades.