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– Esa mujer -dijo Nick lentamente-, ¿era una puta?

Will estuvo a punto de atragantarse.

– No, hombre, no -dijo, mirando el pequeño local para asegurarse de que nadie notaba su nerviosismo-. Los chicos, Mickey, Rob y Bennet, me estuvieron picando para que le entrara a una mujer que había en el bar. Era increíble, muy provocativa y… no sé, muy desinhibida. Pero no, no era una puta -se detuvo y bajó la voz al ver que dos mujeres de la mesa de al lado lo estaban mirando-. Es mayor que yo, más o menos de tu edad. Muy atractiva y muy… sensual. Pero sofisticada, no vulgar, ni nada de eso. De hecho, creo que es agente inmobiliario o algo así.

El camarero le llevó la Pepsi. Will se recostó en la silla, agarró el vaso y se bebió la mitad de un trago. Nick siguió comiendo como si nada. Will empezó a impacientarse. Diablos, acababa de contarle su secreto, y él parecía más interesado en acabarse la dichosa hamburguesa.

– Entonces, ¿lo que me estás diciendo es que echaste un polvo increíble?

– ¡Por Dios, Nick!

– ¿Qué pasa? ¿No es eso?

– Joder, tío, pensaba que tú lo entenderías mejor que nadie. Pero olvídalo. Olvida que te lo he dicho -Will acercó su plato y empezó a llenarse la boca de patatas fritas, evitando mirar a Nick. Una de las mujeres de la mesa de al lado le sonrió. Evidentemente, no sabía que era un imbécil.

– Vamos, Will. Piensa con la cabeza un momento -Nick aguardó hasta que Will volvió a mirarlo-. ¿Quieres echar por la borda tres o cuatro años con Melissa por un polvo, aunque fuera increíble?

– No, claro que no -Will se removió en la silla y luchó con el nudo de la corbata. Al alzar la mirada, se topó con los ojos de Nick-. No sé qué pensar.

– Mira, Will. Yo he estado con muchas mujeres, algunas de ellas increíbles. Pero no puedes permitir que un solo polvo, por muy increíble que fuera, determine las decisiones que afectan a toda tu vida.

Se quedaron en silencio mientras Nick acababa de comer. Will se irguió en la silla, se inclinó de nuevo sobre la mesa y notó que se había manchado de ketchup la manga de la chaqueta. ¡Mierda! Últimamente pasaba más tiempo en el tinte que comiendo.

– No fue sólo sexo, Nick -sentía la necesidad de explicarse, aunque no sabía si él mismo lo entendía-. Hubo algo más. No sé qué. Esa mujer tenía algo. No puedo quitármela de la cabeza. Es una mujer fuerte, apasionada, sexy, independiente, y al mismo tiempo puede ser… joder, qué sé yo… frágil, dulce y divertida y… y auténtica. Sé que los dos habíamos bebido demasiado, y que apenas nos conocíamos, pero… no puedo dejar de pensar en ella.

Vio que Nick sacaba unos billetes y los depositaba en la bandejita de plástico de la cuenta. ¿Había sido un error contárselo? ¿Debía habérselo guardado para sí?

– Está bien, ¿y qué piensas hacer al respecto?

– No sé -dijo Will, trasteando con la mancha de ketchup de su manga-. Creo que quiero verla otra vez, sólo para hablar, para ver si… Joder, Nick, no sé.

– Pues llámala. ¿Qué te lo impide?

– Ya lo he intentado. Pero no me devuelve las llamadas.

– Entonces pásate a verla, invítala a comer. A las mujeres les gusta que los tíos tomen la iniciativa, no que se limiten a hablar.

– No es tan fácil. Hay cinco horas de viaje. Vive en un pueblecito a las afueras de Washington. Newton, Newberry, Newburgh… Sí, creo que Newburgh.

– Espera un momento. ¿A las afueras de Washington? ¿Newburgh Heights? ¿En Virginia?

– Sí. ¿Lo conoces?

– Creo que una amiga mía acaba de comprarse una casa allí.

– Qué pequeño es el mundo -Will observó a Nick, que de repente parecía preocupado-. ¿Crees que se conocerán?

– Lo dudo. Maggie pertenece al FBI. Es especialista en perfiles.

– Espera. ¿Es la misma Maggie del FBI que te ayudó en ese caso el otoño pasado?

Nick asintió con la cabeza, pero no hacía falta que contestara. Will comprendió enseguida que se trataba de la misma mujer. En los meses anteriores, había notado que no podía mencionarse el nombre de aquella mujer sin que Nick pareciera turbarse. Tal vez aquella mujer fuera su obsesión secreta.

– ¿Y cómo es que nunca la llamas, ni te pasas a verla?

– Bueno, para empezar, porque hasta hace unos días no me enteré de que se estaba divorciando.

– ¿Hace unos días? Espera un momento. ¿Estaba en esa convención de Kansas City?

– Sí, allí estaba. Era una de las ponentes.

– ¿Y?

– Y nada.

Will notó que Nick parecía un tanto irritado. Sí, definitivamente, se alteraba cuando se hablaba de aquella mujer.

– Pero la viste, ¿no? ¿Hablaste con ella?

– Sí. Pasamos una tarde juntos, revolviendo entre la basura.

– ¿Perdona? ¿Qué es eso? ¿Un nuevo ritual de cortejo?

– No, nada de eso -dijo Nick secamente; de pronto, no le apetecía bromear con Will-. Vamos, volvamos al trabajo.

Nick se levantó, se enderezó la corbata y se abrochó la chaqueta, indicando así que la conversación había terminado. Will decidió no hacerle caso e insistió.

– Creo que esa Maggie es tu Tess.

– Joder, chaval. ¿Qué coño significa eso? -Nick le clavó la mirada, y Will comprendió que tenía razón.

– Que esa Maggie te obsesiona tanto como Tess a mí. Tal vez tú y yo deberíamos darnos una vueltecita por Newburgh Heights.

Capítulo 36

A Maggie la sorprendió descubrir, que el agente Tully había conseguido que su antiguo despacho pareciera aún más pequeño de lo que en realidad era. Los libros que no cabían en la estrecha librería que se alzaba hasta el techo formaban torres inclinadas en un rincón. La silla prevista para los visitantes estaba oculta bajo un montón de periódicos. Sobre la mesa, las bandejas rebosaban de carpetas y documentos arrugados. En los sitios más insólitos podían encontrarse cadenas de clips entrelazados, el hábito compulsivo de un hombre que necesitaba mantener las manos ocupadas. Sobre una pila de cuadernos y manuales de informática se sostenía en precario equilibrio una taza. Al mirar detrás de la puerta, Maggie descubrió un chándal gris allí donde la gente solía colgar una trenca o un chubasquero.

La única cosa que destacaba entre aquel desorden era una fotografía en un marco de madera barato, colocada en el rincón derecho de la mesa, que había sido despejado para hacer honor a la fotografía. Maggie reconoció de inmediato al agente Tully, a pesar de que la foto parecía tomada varios años atrás. La niña rubia tenía sus ojos oscuros, pero por lo demás era una versión reducida y joven de su madre. Los tres parecían muy felices.

Maggie resistió el deseo de mirar de cerca la fotografía, como si al hacerlo pudiera desvelar el secreto de aquellas tres personas. ¿Cómo sería sentirse completamente feliz? ¿Se había sentido ella alguna vez así, aunque fuera por un breve intervalo de tiempo? Algo en el agente Tully le decía que aquella felicidad ya no existía. No es que quisiera saberlo. Hacía años que no trabajaba con un compañero, y el hecho de que Cunningham le hubiera impuesto aquella condición para permitirle regresar a la investigación resultaba exasperante. Se sentía como si todavía la estuviera castigando por el único error que había cometido en su carrera: aventurarse sola en aquella fábrica de Miami. En aquella fábrica, Stucky la había estado esperando. Allí la había atrapado y la había obligado a mirar.

Sí, sabía que en parte Cunningham lo hacía para protegerla. Los agentes solían trabajar juntos para protegerse las espaldas, pero los trazadores a menudo actuaban solos y Maggie se había acostumbrado a trabajar a su aire. Tener a Turner y a Delaney merodeando a su alrededor ya le resultaba suficientemente irritante. Acataría, naturalmente, las normas de Cunningham, pero a veces hasta los mejores agentes, hasta los compañeros más unidos, se olvidaban de compartir los detalles de un caso.