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– Puede que esta vez haya elegido un sitio mucho más lujoso.

– ¿Ha encontrado algo? -el agente Tully se acercó a ella y miró la lista que él mismo sin duda había examinado una y otra vez. Pero, naturalmente, él no podía haber reconocido aquella dirección. ¿Cómo iba a hacerlo?

– Esta dirección -Maggie señaló una a mitad de la página-. Esa casa está en venta. Está vacía.

– ¿Bromea? ¿Está segura? Si no recuerdo mal, el teléfono sigue conectado y tiene contestador.

– Puede que los dueños no hayan querido cortarlo. Sí, estoy segura de que está en venta. La de la agencia inmobiliaria me la enseñó hace un par semanas.

Ya no le importaba el resto del archivo que se había guardado bajo el brazo. Estaba casi en la puerta cuando el agente Tully la detuvo.

– Espere -dijo, recogiendo su arrugada chaqueta del respaldo de la silla. Al hacerlo, tropezó con un par de viejas zapatillas de deporte en las que Maggie no había reparado. Tully se agarró al pico de la mesa para no perder el equilibrio, tiró una de las carpetas y los papeles y las fotografías se esparcieron por el suelo. Tully le indicó con la mano que no necesitaba su ayuda, y Maggie se apoyó en la jamba de la puerta y esperó. Una cosa era que Cunningham la obligara a visitar al doctor Kernan. Pero que la cargara con aquel patán, casi movía a la risa.

Capítulo 37

Maggie procuró conservar la paciencia mientras Delores Heston, de Heston Inmobiliaria, buscaba la llave. El sol empezaba a hundirse tras la hilera de árboles. Apenas podía creer que hubiera perdido tanto tiempo intentando localizar a Tess McGowan. Y aunque la señora Heston se había mostrado muy amable, Maggie estaba inquieta, impaciente y ansiosa. Sabía que era allí donde Albert Stucky había matado a Jessica Beckwith. Lo intuía. Podía sentirlo. Era tan sencillo, tan fácil, tan propio de Stucky…

La señora Heston sacó otro manojo de llaves y Maggie se removió, cambiando el peso del cuerpo de un pie a otro. La señora Heston pareció advertir su inquietud.

– No sé dónde puede haberse metido Tess. Seguramente habrá decidido tomarse un par de días libres.

Era la misma explicación que le había dado por teléfono, pero Maggie percibió de nuevo su preocupación.

– Tiene que ser una de éstas.

– Pensaba que las tendrían etiquetadas -Maggie intentó contener su irritación. Sabía que la señora Heston les estaba haciendo un favor al dejarles echar un vistazo después de que le dijeran, mintiendo, que estaban investigando unos posibles robos. ¿Desde cuándo intervenía el FBI en robos de poca monta? Afortunadamente, la señora Heston no parecía cuestionarse la verosimilitud de su historia.

– La verdad es que éstas son las llaves sueltas. Tenemos un juego con su etiqueta, pero Tess seguramente olvidó devolverlo ayer, después de enseñar la casa.

– ¿Ayer? ¿Le enseñó a alguien la casa ayer?

La señora Heston se detuvo y le lanzó a Maggie una mirada nerviosa por encima del hombro. Maggie se dio cuenta de que su voz había sonado excesivamente alarmada.

– Sí, estoy segura de que fue ayer. Anoche revisé el cuadrante de visitas antes de salir de la oficina. Miércoles, 1 de abril. ¿Hay algún problema? ¿Cree que alguien pudo entrar en la casa antes de eso?

– No lo sé -dijo Maggie, intentando aparentar indiferencia, a pesar de que le daban ganas de abrir la puerta de una patada-. ¿Sabe a quién le enseñó la casa?

– No, no anotamos en el cuadrante el nombre de nuestros clientes por razones de confidencialidad.

– ¿No tiene el nombre de esa persona apuntado en alguna parte?

La señora Heston le lanzó otra mirada inquieta por encima del hombro. Su impecable tez marrón oscura mostraba ahora arrugas en la frente y alrededor de la boca.

– Tess debió de anotarlo en alguna parte. Yo confío en mis agentes. No tengo por qué andar constantemente detrás de ellos -su preocupación parecía ir convirtiéndose en enojo rápidamente.

Maggie no pretendía ofenderla. Simplemente, quería que abriera la maldita puerta.

Miró a su alrededor y vio que el agente Tully salía al fin de la casa de enfrente. Había pasado allí dentro un buen rato, y Maggie se preguntaba si la rubia vestida de licra que le había abierto la puerta tenía alguna información que contarles o si, sencillamente, había encontrado encantador al agente Tully. A juzgar por su sonrisa y la forma en que le dijo adiós con la mano, Maggie adivinó que se trataba de esto último. Observó al alto y desgarbado agente cruzar apresuradamente la calle. Allí fuera, Tully se movía con paso firme y espacioso.

Con su traje oscuro, sus gafas de sol y el pelo muy corto, podría haber pasado por el arquetípico agente del FBI, de no ser porque era demasiado educado, demasiado afable y complaciente. Aunque no le hubiera dicho que era de Cleveland, Maggie habría adivinado que era del Medio Oeste. Tal vez fuera cosa de las aguas del Ohio.

– Esta casa tiene sistema de alarma -la señora Heston seguía intentando encontrar la llave-. Ah, aquí está. Por fin.

La cerradura sonó justo cuando el agente Tully subía los escalones. La señora Heston se dio la vuelta, sobresaltada por su súbita aparición.

– Señora Heston, éste es el agente especial R. J. Tully.

– Oh, Dios mío. Esto debe de ser importante.

– Simple rutina, señora. Ahora solemos ir en pareja -le dijo Tully con una sonrisa que pareció tranquilizarla.

Maggie quería preguntarle si la vecina le había dicho algo de interés, pero sabía que no era el momento más adecuado. Detestaba esperar.

En cuanto entraron en el vestíbulo, notó que el sistema de alarma estaba desconectado. Ninguna de las luces del panel estaba encendida, ni parpadeaba.

– ¿Está segura de que funciona? -preguntó Maggie señalando la alarma, que ya debería haber empezado a pitar incesantemente, pidiendo que se introdujera el código de acceso.

– Sí, estoy segura. Está en el contrato que firmamos con los propietarios -Heston apretó varios botones y el panel se iluminó-. No lo entiendo. Seguramente a Tess se le olvidó conectarla.

Maggie recordó que Tess McGowan había activado y desactivado con sumo cuidado los sistemas de alarma de las casas que le había enseñado, incluido el de aquélla. Los sistemas de alarma eran una de las prioridades de Maggie, y sabía que el de aquella casa no era nada del otro mundo. Simplemente, bastaba para una casa normal y corriente. La mayoría de la gente no necesitaba parapetarse tras una barricada para protegerse de asesinos en serie.

– ¿Le importa que echemos un vistazo? -preguntó el agente Tully, pero Maggie empezó a subir las escaleras sin esperar respuesta. Había llegado al primer rellano cuando oyó la voz aterrorizada de la señora Heston.

– ¡Oh, Dios mío!

Maggie se inclinó sobre la barandilla y vio que la señora Heston señalaba un maletín que acababa de descubrir en un rincón del cuarto de estar.

– Eso es de Tess -hasta ese instante, la señora Heston había mostrado una profesionalidad impecable. Ahora, su pánico repentino resultaba extrañamente inquietante.

Cuando Maggie acabó de bajar las escaleras, el agente Tully ya había recogido el maletín y había empezado a sacar cuidadosamente su contenido con un pañuelo blanco.

– Es imposible que esa chica se haya dejado esto aquí y no haya venido a recogerlo -dijo atropelladamente la señora Heston, y de pronto su cuidadosa dicción se transformó en un acento callejero con el que, evidentemente, se sentía más cómoda-. Está su agenda, su libreta… ¡Dios mío, aquí pasa algo muy extraño!

Maggie vio que el agente Tully extraía una última cosa del maletín: un juego de llaves con su etiqueta. Sin detenerse a mirarlas, Maggie comprendió que eran las llaves de la casa. De pronto, sintió una náusea. Tess McGowan había ido a enseñar aquella casa el día anterior, pero no había salido de ella por propia voluntad.