Tully se puso a examinar el mapa y dejó que O'Dell siguiera ordenando y colocando los papeles. Stucky se había circunscrito siempre al límite oriental del país, desde Boston por el norte hasta Miami por el sur. La costa de Virginia parecía ser terreno fértil para sus tropelías. Kansas City era la única anomalía. Si Tess McGowan había, en efecto, desaparecido, ello significaba que Stucky estaba jugando de nuevo con O'Dell, atrayéndola hacia él, obligándola a tomar parte en sus crímenes. Y al elegir únicamente a mujeres que entraban en contacto con ella, en lugar de a amigas o a miembros de su familia, hacía casi imposible que supieran cuál iba a ser su siguiente movimiento. A fin de cuentas, ¿qué podían hacer? ¿Encerrar a O'Dell hasta que atraparan a Stucky? Cunningham ya tenía a varios agentes vigilando su casa y siguiéndola a todas partes. A Tully le extrañaba que O'Dell no se hubiera quejado.
Era sábado por la mañana, pero ella ya estaba al pie del cañón, como si fuera un día normal de trabajo. Después de la semana que había pasado, cualquiera se habría quedado en la cama. Sin embargo, Tully notó que esa mañana no se había molestado en cubrir con maquillaje los pliegues oscuros e hinchados que tenía bajo los ojos. Llevaba unas zapatillas de correr Nike, muy viejas, y una camisa de algodón arremangada hasta los codos y con los faldones pulcramente metidos en la cinturilla de los vaqueros descoloridos. Aunque estaban en un edificio de alta seguridad, llevaba puesta la sobaquera con la Smith amp; Wesson del calibre 38. Comparado con ella, Tully se sentía excesivamente elegante hasta que el director adjunto Cunningham entró en la sala, tan pulcro e impecable como siempre. Entonces Tully advirtió que tenía unas manchas de café en la camisa y que llevaba la corbata floja y ladeada.
Tully miró su reloj. Le había prometido a Emma que comerían juntos para hablar del baile de graduación. Ya había decidido mantenerse en sus trece. Emma podía decir que se cerraba en banda, si quería, pero no iba a permitirle que pensara que era lo bastante mayor como para salir con chicos. Por lo menos, todavía. Tal vez el año siguiente.
Miró a O'Dell, que estaba de pie, inclinada sobre los informes que acababan de recibir de Keith Ganza. Sin alzar la mirada hacia él, preguntó:
– ¿Ha habido suerte en el aeropuerto?
– No, pero ahora que Delores Heston ha presentado una denuncia de desaparición, podemos pasar el aviso a la policía para que busque el coche de Tess. Un Miata negro no pasa desapercibido fácilmente. Pero no sé. ¿Y si McGowan decidió tomarse unos días libres?
– Pues le echaremos a perder las vacaciones. ¿Qué hay de su novio?
– Ese tipo, Daniel Kassenbaum, tiene una casa y un negocio en Washington D. C., y otra casa y otro despacho en Newburgh Heights. Ayer conseguí al fin dar con él en su club de campo. No parecía muy preocupado. En realidad, me dijo que sospechaba que McGowan lo estaba engañando. Luego se apresuró a añadir que en su relación no había ataduras de ningún tipo. Eso dijo. Así que supongo que si sus sospechas son ciertas, tal vez ella se haya ido con algún amante secreto.
O'Dell alzó la mirada hacia él.
– Si el novio cree que lo estaba engañando, ¿podemos estar seguros de que no tiene nada que ver con su desaparición?
– La verdad, no creo que a ese tipo le importe mucho que lo esté engañando, siempre y cuando le dé lo que quiere -O'Dell parecía sorprendida. Tully sintió una súbita ofuscación y comprendió que para él aquél era asunto delicado. Kassenbaum le recordaba demasiado a ese gilipollas por el que lo había dejado Caroline. Aun así, continuó-. Me dijo que la última vez que la vio fue cuando se quedó a dormir en su casa de Newburgh Heights, el martes por la noche. Pero, si creía que le estaba poniendo los cuernos, ¿por qué consentía que se quedara a pasar la noche en su casa?
O'Dell se encogió de hombros.
– Me rindo. ¿Por qué?
Tully no sabía si hablaba en serio o si se estaba burlando de él.
– ¿Por qué? Pues porque es un capullo arrogante que no se preocupa más que de sí mismo. De modo que, mientras pueda pasárselo pipa, ¿qué le importa a él? -ella lo miró fijamente. Tully comprendió que debería haberse mordido la lengua-. ¿Qué ven las mujeres en tipos como ése?
– ¿Pasárselo pipa? ¿Así es como lo llaman en Ohio?
Tully sintió que se ponía colorado, y O'Dell sonrió. Volvió a concentrarse en los informes, dejando libre a Tully sin percatarse de cuánto lo ofuscaba aquel tema. La noche anterior, Daniel Kassenbaum lo había tratado como si fuera un criado con el que no podía perder su precioso tiempo y lo había reprendido por haber interrumpido su cena. Ni siquiera se le había ocurrido pensar que él había prescindido de la cena para buscar a su novia. Tal vez Tess McGowan se hubiera ido realmente con un amante secreto. Si así era, el tal Kassenbaum se lo tenía bien merecido.
Tully se quedó mirando el mapa otra vez. Habían rodeado con círculos las posibles localizaciones, en su mayor parte en remotas zonas boscosas. Había demasiadas que comprobar. El único indicio que tenían era el barro con partículas brillantes encontrado en el coche de Jessica Beckwith y en la casa de Rachel Endicott. Keith Ganza había reducido el número de posibles mezclas químicas que formaban aquella sustancia metálica, pero ni siquiera así habían logrado disminuir el número de posibles localizaciones. En realidad, Tully se preguntaba si no estarían buscando en sitios equivocados. Tal vez debieran buscar en zonas industriales abandonadas, en vez de en áreas de monte. A fin de cuentas, Stucky había utilizado una fábrica abandonada de Miami para ocultar su colección hasta que O'Dell lo descubrió.
Decidió probar su teoría con O'Dell.
– ¿Y si fuera una zona industrial?
Ella interrumpió lo que estaba haciendo y se acercó a él para estudiar el mapa.
– ¿Está pensando en los productos químicos que Keith encontró en el barro?
– Sé que no encaja con la pauta de comportamiento habitual de Stucky, pero lo mismo ocurrió con la fábrica de Miami -nada más decirlo, miró a O'Dell, pensando que tal vez aquél siguiera siendo un tema espinoso. Pero ella no pareció inmutarse.
– Sea donde sea donde se esconde, no puede estar muy lejos. Imagino que estará a una hora, o como mucho a una hora y media de aquí -trazó con el dedo índice un círculo de un radio de ochenta a ciento veinte kilómetros, tomando como centro su casa de Newburgh Heights-. No puede llevárselas muy lejos y seguir vigilandome.
Tully la miró de reojo, buscando de nuevo algún signo de la angustia, del terror que había presenciado la otra noche. No lo sorprendió que ella enmascarara aquellas emociones. O'Dell no sería la primera agente del FBI que procuraba compartimentar sus emociones. Sin embargo, Tully notaba que le costaba gran trabajo. Se preguntaba cuánto tiempo podría contenerlas sin resquebrajarse otra vez.
– Puede que el mapa no muestre antiguas zonas industriales abandonadas. Comprobaré si el Departamento de Estado tiene algo que pueda servirnos.
– No se olvide de Maryland y del Distrito Federal.
Tully hizo unas anotaciones en la bolsa marrón de McDonald's en la que había llevado su almuerzo: un hojaldre relleno de salchicha y unas patatas fritas. Durante un instante, intentó recordar cuándo había comido por última vez algo que no procediera de una bolsa. Tal vez se llevara a Emma a comer a algún sitio bonito. Nada de comida rápida. A algún sitio con manteles.
Cuando se dio la vuelta, O'Dell había vuelto junto a la mesa. Miró por encima de su hombro las fotos que ella había clasificado. Sin levantar la mirada hacia él, O'Dell dijo casi en un susurro:
– Tenemos que encontrarlas, agente Tully. Tenemos que encontrarlas muy pronto, o será demasiado tarde.