No hacía falta que Tully preguntara a quién se refería. Estaba hablando de McGowan y también de su vecina, Rachel Endicott. Tully seguía dudando de que aquellas dos mujeres hubieran desaparecido, y más aún de que estuvieran en poder de Stucky. Pero no se lo dijo a O'Dell, como tampoco le dijo que había hablado con el detective Manx de Newburgh Heights. Con un poco de suerte, aquel testarudo imbécil se avendría a enseñarle las pruebas que había recogido en casa de los Endicott. Aunque Tully no tenía muchas esperanzas. El detective Manx le había dicho que el caso se reducía a una aburrida ama de casa que se había escapado con un empleado de la telefónica. Le repugnaba pensar que Manx pudiera tener razón. Tully sacudió la cabeza. ¿Qué les pasaba a las mujeres casadas? No le apetecía tener que acordarse de Caroline por segunda vez esa mañana.
– Si tiene razón respecto a Tess McGowan y la señora Endicott -dijo, evitando cuidadosamente que sus dudas afloraran a su voz-, eso significa que Stucky ha matado a dos mujeres y secuestrado a otras dos en tan sólo una semana. ¿Está segura de que ha podido darse tanta prisa?
– Es difícil, pero no imposible. Tuvo que llevarse a Rachel Endicott el viernes pasado por la mañana. Luego volvió a Newburgh Heights, vio a Jessica entregar la pizza, la atrajo a la casa de Archer Drive y la mató el viernes por la noche, o el sábado de madrugada a más tardar.
– ¿No le parece demasiado?
– Sí -admitió ella-, pero no para Stucky.
– Después averiguó de algún modo que estaba usted en Kansas City. Incluso se enteró de dónde se alojaba. Los vio a usted, a Delaney y a Turner hablando con la camarera…
– Con Rita.
– Sí, con Rita. Eso, ¿cuándo fue? ¿El domingo por la noche?
– Sí, más o menos a medianoche… O, mejor dicho, el lunes de madrugada. Si Delores Heston no se equivoca, Tess enseñó la casa de Archer Drive el miércoles -evitó los ojos de Tully-. Sé que parece demasiado, pero recuerde que ya lo ha hecho otras veces -empezó a rebuscar de nuevo entre las fotos-. Nunca resulta fácil seguir la pista de Stucky. Algunos de los cuerpos fueron hallados mucho después de su desaparición. Algunos estaban en tan avanzado estado de descomposición que sólo pudimos aventurar el momento de la muerte. Pero creemos que la primavera anterior a su captura mató a dos mujeres cuyos cuerpos abandonó en contenedores y secuestró a otras cinco para su colección. Y todo ello en el espacio de dos o tres semanas. Por lo menos, ése es el intervalo en el que se denunció la desaparición de las mujeres. No encontramos esos cincos cuerpos hasta meses después. Estaban todos ellos en una fosa común. Las mujeres habían sido torturadas y asesinadas en intervalos distintos. Había indicios de que a algunas de ellas las mató dándoles caza por el bosque. Parece que pudo usar una ballesta.
Tully reconoció las fotos. O'Dell había sacado una serie de fotografías de Polaroid que mostraban las heridas de una de las víctimas. De no haber estado marcadas, habría sido difícil adivinar que pertenecían a la misma mujer. Era uno de los cinco cuerpos hallados en la fosa común. Uno de los pocos descubiertos antes de su descomposición o de que los animales lo devoraran. Uno de los pocos que estaba entero e intacto.
– Ésta era Helen Kreski -dijo O'Dell sin mirar el nombre-. Era una de las cinco a las que me refería. Stucky la asfixió y la acuchilló repetidamente. El pezón izquierdo le fue arrancado de un mordisco. Tenía la muñeca y el brazo derecho rotos. En la pierna izquierda tenía clavada una flecha rota, con la punta todavía intacta -la voz de O'Dell era pausada, demasiado quizá, como si se hubiera enajenado completamente-. Encontramos tierra en sus pulmones. Estaba todavía viva cuando la enterró.
– Cielo santo, qué loco hijo de puta.
– Tenemos que pararlo, agente Tully. Tenemos que hacerlo antes de que vuelva a retirarse a su madriguera. Antes de que huya y se esconda y empiece a jugar con su nueva colección.
– Lo haremos. Sólo tenemos que averiguar dónde demonios se esconde -Tully prefirió no detenerse a pensar que O'Dell había utilizado la expresión «pararlo», no «atraparlo». Se apartó de ella y volvió a mirar su reloj-. Tengo que irme sobre las once. Le prometí a mi hija que comería con ella -O'Dell había vuelto a enfrascarse en los informes de Ganza. Estaba leyendo por tercera vez el análisis de las huellas dactilares. Tully se preguntaba si lo había oído siquiera-. Eh, ¿por qué no nos acompaña? -ella alzó la mirada, sorprendida por su invitación-. Sigo pensando que las huellas pertenecen a alguien que fue a ver la casa -dijo él, refiriéndose al informe de las huellas dactilares encontradas en Archer Drive y desviando la cuestión por si ella no quería aceptar su invitación.
– Limpió el baño de arriba abajo -dijo ella-, pero se dejó dos huellas. No, quería que las encontráramos. Ya lo ha hecho antes. Así fue como logramos identificarlo al fin -Tully vio que se frotaba los ojos como si el recuerdo avivara su cansancio-. En aquel momento, desconocíamos su nombre. No teníamos ni idea de quién era El Coleccionista -continuó ella-. Al parecer, Stucky pensó que estábamos tardando demasiado en identificarlo. Creo que nos dejó una huella a propósito. Era tan evidente, tan descarado, que tuvo que ser adrede.
– Pero, si éstas las dejó adrede, ¿por qué se molestó en limpiarlo todo? Antes nunca se había preocupado por eso.
– Tal vez limpió porque quería usar la casa otra vez.
– ¿Para McGowan?
– Sí.
– Está bien. Pero ¿para qué iba a molestarse en dejarnos una huella que ni siquiera le pertenece a él, igual que en el contenedor de detrás de la pizzería y en el paraguas de Kansas City?
O'Dell vaciló, dejó de revolver entre los papeles y lo miró como si dudara si decirle algo o no.
– Keith no ha podido identificar esas huellas con las que existen en el registro del FBI. Pero dice que está casi seguro de que los tres pares de huellas pertenecen a la misma persona.
– ¿En serio? ¿Está seguro? Si fuera así, puede que no se trate de Stucky, después de todo.
Tully la miró fijamente, esperando su reacción. El rostro de O'Dell permaneció impasible, al igual que su voz cuando dijo:
– Las muertes de Jessica y de Rita en Kansas City se produjeron en un espacio de tiempo muy corto. Sé que acabo de decir que pudo hacerlo Stucky, pero la penetración anal que sufrió Jessica no es propia de su modus operandi. Además, Jessica era mucho más joven que sus otras víctimas.
– Entonces, ¿qué está sugiriendo, O'Dell? ¿Piensa que el asesino de Jessica es un imitador?
– O un cómplice.
– ¿Qué? ¡Eso es absurdo!
Ella volvió a enfrascarse en los archivos. Tully advirtió que incluso a ella le costaba digerir aquella hipótesis. O'Dell estaba acostumbrada a trabajar sola y a plantear teorías sin compartirlas con nadie. De pronto, Tully comprendió que, si le había hablado de aquella sospecha, era porque confiaba en él.
– Mire, sé que habla en serio, pero ¿para qué iba Stucky a buscarse un cómplice? Reconocerá que eso es muy atípico, tratándose de un asesino en serie.
A modo de respuesta, O'Dell sacó algunas hojas fotocopiadas que parecían artículos de revistas y periódicos y se los alargó a Tully.
– ¿Recuerda que Cunningham dijo que había encontrado el nombre de Walker Harding, el antiguo socio de Stucky, en la lista de pasajeros del avión? -Tully asintió y empezó a hojear los artículos-. Algunos de esos recortes se remontan a varios años atrás -le dijo ella.
Eran artículos de Forbes, el Wall Street Journal, PC World y otras publicaciones económicas. El artículo de Forbes incluía una fotografía. Aunque la granulosa copia en blanco y negro había difumado muchos de sus rasgos, los dos hombres fotografiados podían haber pasado por hermanos. Ambos tenían el pelo negro, la cara fina y los rasgos afilados. Tully reconoció los ojos oscuros y penetrantes de Albert Stucky, cuya ausencia de color saltaba a la vista pese a que la copia era mala. El más joven sonreía, mientras que Stucky permanecía serio e impasible.