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16.33 Vuelvo a llamar al bar y pregunto al individuo que cumple las funciones del señor Joaquín (en el bar) si la operación ha ido bien. Sí. La operación ha ido bien y el resultado ha sido calificado de satisfactorio por los facultativos. Le agradezco la información y cuelgo.

16.36 Vuelvo a llamar al bar y pregunto al individuo que cumple las funciones del señor Joaquín (en el bar) si se puede visitar a la señora Mercedes en el hospital donde convalece. Sí. A partir de mañana, de 10.00 a 13.00 y de 16.00 a 20.00. le agradezco la información y cuelgo.

16.39 Vuelvo a llamar al bar y pregunto al individuo que cumple las funciones del señor Joaquín (en el bar) en qué hospital se encuentra la señora Mercedes. En el hospital de Santa Tecla, sito en el barrio de Horta. Le agradezco la información y cuelgo.

16.42 Vuelvo a llamar al bar y pregunto al individuo que cumple las funciones del señor Joaquín (en el bar) si al hospital de Santa Tecla se puede ir en bicicleta. Me cuelga el teléfono antes de que yo tenga tiempo de agradecerle la información y él de dármela. Temperatura, 26 grados centígrados; humedad relativa, 74 por ciento; vientos flojos; estado de la mar, llana.

17.00 Me tumbo a dormir una siestecita en el sofá, pero el calor aprieta y se me pega la ropa al cuerpo. Agrava la cosa el hecho de que el sofá está tapizado de material plástico y que el contenido de los cojines sea también de material plástico, al igual que los muelles, las patas y todos los demás muebles y objetos de mi casa. La alternativa, esto es, productos de origen vegetal, como la madera y el algodón, o incluso animal, como la lana y la piel, me producen tal asco que sólo de pensarlo me dan arcadas. Me introduzco un zapato en la garganta y así evito devolver un condumio exquisito y ya pagado.

17.10 Como no puedo dormir por culpa del calor, decido adoptar la apariencia del Mahatma Gandhi, lo cual me proporciona un atuendo cómodo y muy fresco y, de paso, un paraguas, que nunca viene mal en esta época del año.

17.50 Sueño agitado. Despierto convulso, balado en sudor. Siento la imperiosa necesidad de comer churros o, en su defecto, de ver a mi vecina.

18.00 Abro sigilosamente la puerta de mi piso. Oteo la escalera. Nadie. Salgo al rellano. Cierro sigilosamente la puerta de mi piso.

18.01 Subo sigilosamente la escalera. Nadie me ha visto. Me detengo sigilosamente ante la puerta del piso de mi vecina.

18.02 Aplico sigilosamente las dos orejas a la puerta del piso de mi vecina. No se oye nada.

18.03 Examino sigilosamente la cerradura de la puerta del piso de mi vecina. Por fortuna, se trata de una cerradura de las llamadas de máxima seguridad (con las normales no hay quien pueda) y la extraigo son ningún problema. La puerta se abre sigilosamente. ¡Qué emoción!

18.04 Entro sigilosamente en el piso de mi vecina. Cierro la puerta a mis espaldas y coloco de nuevo la cerradura en su lugar. El recibidor está amueblado con sencillez, pero con buen gusto. Dejo el paraguas en el paragüero.

18.05 Paso sigilosamente a la pieza contigua que, según deduzco, hace las funciones de sala de estar. Es posible que sea la sala de estar. Aunque el piso es idéntico al mío, la distribución de las habitaciones es distinta por completo, porque también lo son mis costumbres y mis necesidades. Más vale no entrar en detalles.

18.07 Examino sigilosamente el salón. Está amueblado con gusto exquisito. Me siento en el sofá, cruzo las piernas: es elegante y cómodo. Me siento en una butaca de cuero y cruzo las piernas: es elegante y cómoda. Me siento en una butaca tapizada de lana. Antes de que pueda cruzar las piernas, la butaca me muerde la pantorrilla. Error de apreciación: no era una butaca, sino un mastín, que dormía hecho un ovillo.

18.09 Recorro el resto de la casa a gran velocidad perseguido por el mastín. Decido abandonar todo sigilo.

18.14 Consigo ponerme a salvo de las fauces del mastín subiéndome al techo. El mastín se queda debajo de mí, a la espera de que me caiga. Ladra de un modo grosero y al hacerlo muestra unos colmillos que parecen plátanos. Si fuera una butaca, como yo creía, ya daría miedo. ¡Cuánto más tratándose de un mastín!

19.15 Llevo una hora en el techo y el mastín no parece cansado ni aburrido. He tratado de hipnotizarlo, pero su cerebro es tan simple que apenas existe diferencia entre el estado de vigilia y el de letargo. A duras penas he conseguido que se volviera bizco, con lo cual su expresión ha dejado de ser sangrienta, pero se ha vuelto feísimo.

20.15 Llevo dos horas en el techo y este malparido no depone su actitud. A la larga acabará hartándose y se irá a dormir, pero me inquieta la posibilidad de que antes de que esto suceda regrese mi vecina y se encuentre un hindú pegado al techo.

20.30 Un análisis fisiológico del perro me revela ser éste animal de muy simple estructura molecular. Tal vez en ello estribe la solución del caso.

20.32 Ya está. Con una breve y sencilla manipulación convierto al mastín en cuatro pequineses y aún me sobra material para un hámster. Bajo del techo y me deshago de los pequineses a puntapiés.

20.40 He de apresurarme si quiero inspeccionar el piso de mi vecina antes de que ella regrese. O de que regrese su hijo. Es raro que éste aún no haya vuelto del colegio. A lo mejor lo han castigado por imbécil.

21.00 Doy por concluida la inspección. Éstos son los datos que he podido reunir sobre mi vecina: nombre: Antonio Fernández Calvo; edad: 56 años; sexo: varón; estado civiclass="underline" viudo; profesión: agente de seguros.

21.05 Deduzco que me he equivocado de piso. Salgo sigilosamente, coloco de nuevo la cerradura en la puerta, regreso sigilosamente a mi piso.

21.30 Más depre que nunca. Ni siquiera la perspectiva de los churros que acaba de traerme la portera me alegra. Decido jugar una partida de ajedrez en solitario. Sólo se me ocurre esta jugada: P4R. En realidad, nunca he sido muy aficionado a este tipo de juegos. Gurb, en cambio, era muy aficionado. A veces jugábamos partidas de ajedrez interminables, en las que siempre acababa haciéndome lo que él denominaba el mate del pastor. Me entrego a la nostalgia mientras me como los churros de cinco en cinco.

22.00 Me pongo el pijama. Un día de éstos tendré que lavarlo. Me meto en la cama y leo Deliciosamente boba, una comedia satírica en tres actos y cinco cuadros. Una mujer siempre se sale con la suya si sabe aplicarse el colorete donde debe. Quizá no he entendido bien el argumento. Estoy un poco distraído por las emociones del día. Rezo mis oraciones y me duermo. Todavía sin noticias de Gurb.

01.30 Me despierta un ruido tremebundo. Hace millones de años (o más) la Tierra se formó a base de horrorosos cataclismos: los océanos embravecidos arrasaban las costas, sepultaban islas mientras cordilleras gigantescas se venían abajo y volcanes en erupción engendraban nuevas montañas; seísmos desplazaban continentes. Para recordar este fenómeno, el Ayuntamiento envía todas las noches unos aparatos, denominados camiones de recogida de basuras, que reproducen bajo las ventanas de los ciudadanos aquel fragor telúrico. Me levanto, hago pis, bebo un vasito de agua y me vuelvo a dormir.

DÍA 20

07.00 Me peso en la báscula del cuarto de baño. 3 kilos, 800 gramos. Si tenemos en cuenta que soy intelecto puro, es una barbaridad. Decido hacer ejercicio cada mañana.

07.30 Salgo a la calle dispuesto a correr seis millas. Mañana, siete; pasado, ocho, y así sucesivamente.