07.32 Paso por delante de una panadería. Me compro una coca de piñones y me la voy comiendo mientras regreso a casa. Que corra otro.
07.35 Al entrar en el edifico encuentro a la portera barriendo el portal. Inicio con la portera una conversación aparentemente trivial, pero cargada de malévolas intenciones de mi parte. Hablamos del tiempo. Lo encontramos un poco caluroso.
07.40 Hablamos de lo mal que está el tráfico. Hacemos hincapié en lo ruidosas que son las motos.
07.50 Hablamos de lo caro que está todo. Comparamos los precios de hoy con los de antaño.
08.10 Hablamos de la juventud. Condenamos su falta de entusiasmo por las cosas.
08.25 Hablamos de la droga. Pedimos la pena de muerte para quien la vende y para quien la compra.
08.50 Hablamos de los vecinos del inmueble (¡caliente!, ¡caliente!).
09.00 Hablamos de Leibniz y del nuevo sistema de la naturaleza y de la comunicación de las sustancias (¡frío!, ¡frío!).
09.30 Hablamos de mi vecina (¡ya era hora, coño!). La portera dice que ella (mi vecina) es buena persona y que paga religiosamente a la comunidad de vecinos la cuota trimestral que le corresponde, pero que no asiste (mi vecina) a las reuniones de vecinos con la asiduidad que debería. Le pregunto si está casada (mi vecina) y me responde (la portera) que no. Pregunto si debo inferir de ello que (mi vecina) tuvo el hijo fuera del vínculo. No: estuvo casada (mi vecino) con un fulano que no servía para nada, según ella (la portera), del cual se separó (mi vecina) hará cosa de un par de años. Él (fulano) se hace cargo del niño (de mi vecina, y también del fulano) los fines de semana. El juez le condenó (al fulano) a pasarle (a mi vecina) un dinero al mes, pero a ella (a la portera) le parece que no lo hace (el fulano), al menos, no con la asiduidad que debería. A ella (a mi vecina), añade (la portera) no se le conocen novios, ni siquiera acompañantes ocasionales. Seguramente quedó escarmentada (mi vecina), opina ella (la portera). Aunque esto, en el fondo, le trae sin cuidado (a la portera), agrega (la portera). Por ella (por la portera), que cada cual se lo monte como quiera, mientras no haya escándalo. Eso sí, dentro de su casa (de la casa de mi vecina). Y sin hacer ruido. Y no más tarde de las once, que es cuando elle (la portera) se va a dormir. Le quito la escoba y se la rompo en la cabeza.
10.30 Subo a mi piso. Decido adoptar la apariencia D’Alembert y visitar a la señora Mercedes en el hospital donde se repone, si Dios quiere, de la operación a la que fue sometida-
10.50 Me persono en el hospital. Es un edificio algo feo y muy poco acogedor. Sin embargo, la gente acude a él en muchedumbre, y algunos hasta se dan buena prisa por llegar.
10.52 En el mostrador que hay en el vestíbulo para informar a los visitantes pregunto en qué habitación se encuentra la señora Mercedes y su acompañante, el señor Joaquín. Ambos se encuentran en la habitación 602.
10.55 Deambulo por el sexto piso en busca de la habitación 602.
10.59 Doy con la habitación 602, toco con los nudillos y la voz del señor Joaquín me autoriza a pasar. Así lo hago.
11.00 La señora Mercedes está acostada, pero despierta y con buen aspecto. Me intereso por su salud y me informa de que se encuentra débil, pero animada. Esta mañana se ha tomado un tazón de manzanilla, me dice. Le doy el regalo que le he traído: un tren eléctrico. Le digo que si mañana sigue con vida, le traeré el desvío y el paso a nivel.
11.07 El señor Joaquín, que ha pasado mala noche, está alicaído. Afirma que tanto él como su esposa, la señora Mercedes, están llegando a una edad en la cual conviene tomarse las cosas con calma. El arrechucho de la señora Mercedes ha sido un aviso, dice. Durante la noche ha estado reflexionando, dice, y ha pensado que tal vez debieran dedicar los años de vida que aún les queden a descansar, a viajar y a darse algunos gustos. También ha pensado, agrega, que tal vez haya llegado la hora de traspasar el bar. El negocio es próspero, pero da muchos quebraderos de cabeza y necesita una persona joven al frente (del negocio), dice. También ha pensado, agrega, que tal vez a mí podría interesarme el bar. El señor Joaquín ha creído advertir que estoy dotado para la hostelería y que el trabajo me gusta.
11.10 Pese a su debilidad, la señora Mercedes afirma estar de acuerdo en lo que acaba de decir su marido. Ambos desean saber qué opino yo al respecto.
11.12 Mi primera reacción es favorable. Me considero capacitado para regentar un bar e incluso creo que podría aportar al negocio algunas ideas innovadoras y hasta audaces. Por ejemplo, creo que se podría ampliar el local comprando el inmueble colindante (la fábrica de automóviles Volkswagen) e instalar allí una churrería. El señor Joaquín me interrumpe para decir que no debo precipitarme. En realidad, dice, se trataba tan sólo de una idea. Hay que dejarla madurar, agrega. Por ahora, añade, lo mejor será que me vaya, porque la operación de la señora Mercedes ha sido un palo para la señora Mercedes. Le conviene descansar. Me voy, no sin prometer a ambos que mañana volveré para seguir perfilando el tema.
11.30 Deambulo por el hospital perdido en mis propias reflexiones y también perdido, a secas. La proposición del señor Joaquín me ha sumido en un mar de confusiones. Ahora, pasado el entusiasmo inicial y sopesando el asunto con frialdad, comprendo que mi primera reacción ha sido optimista en exceso. Es evidente que no puedo quedarme con el bar la posibilidad de arrendar o comprar un bar con fines de explotación (lucrativa) ni siquiera figura en el pliego de órdenes que nos fue dado al inicio de nuestra misión espacial. Cierto que tampoco había una prohibición taxativa al respecto. Habría que hacer una consulta. Temperatura, 26 grados centígrados; humedad relativa, 70 por ciento; vientos suaves del sudeste; estado de la mar, marejadilla.
12.30 Continúo deambulando por el hospital sin encontrar salida a mis tribulaciones. En cambio, encuentro la cafetería del hospital. Decido hacer un alto y comer algo, aunque sea un poco temprano. Siempre se piensa mejor con el estómago lleno, dicen los que tienen estómago.
12.31 La cafetería está vacía. Por suerte, el mostrador está bien surtido y el sistema self-service, que impera, me encanta, porque me permite comer como a mí me gusta sin tener que dar explicaciones a nadie. Si a mí se me antoja mojar los pimientos de Padrón en el café con leche, ¿qué pasa?, ¿eh?
13.00 Cuanto más como y más medito, más descabellada encuentro la idea de establecerme en la Tierra. Ante todo, eso supondría abandonar la misión que nos fue encomendada a Gurb (desaparecido) y a mí. Sería una verdadera traición. El argumento, sin embargo, es de poco peso, porque, en definitiva, todo se reduce a una cuestión de principios y yo me paso los principios por un lugar que los humanos denominan partes. Más peso tiene, en cambio, el argumento fisiológico. Ignoro cuánto tiempo puede resistir mi organismo las condiciones de vida en este planeta tan cutre. No sé qué tipo de peligros me amenazan. Ni siquiera sé si mi presencia aquí constituye o no un peligro para los humanos. Está demostrado que mi peculiar constitución y la carga energética que llevo encima causan problemas allí donde voy. No puede ser casual que el ascensor de mi casa esté siempre averiado o que los programas de televisión empiecen con retraso cuando yo quiero verlos (o grabarlos). Ahora mismo, cuando deambulaba por los pasillos del hospital, he oído una conversación que me ha alarmado. Un médico le decía a una enfermera, con el ceño fruncido, que los aparatos del hospital parecían haberse vuelto locos esta mañana. Al parecer, los enfermos de la UVI estaban bailando la lambada y en la pantalla del scanner salía Luis Mariano cantando Maitechu mía.estos fenómenos inexplicables, ha agregado el médico del ceño fruncido, habían empezado a producirse a las 10.50. Como si a esa hora, ha acabado diciendo, hubiese entrado un marciano en el hospital. Me ha ofendido que alguien pudiera confundirme con uno de esos cursis, que sólo saben jugar al golf y hablar mal del servicio, pero me he guardado mucho de manifestar mi enojo.