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15.50 Vaya por Dios, me he dormido como un ceporro. Decido dar por concluida la preparación física y espiritual a que debe someterse todo guerrero espacial antes del combate. Recaliento los churros que me sobraron anteayer y me los como mirándome fijamente al espejo.

16.30 Para introducirme en los ambientes a los que llevan mis pasos (y mi voluntad inquebrantable), decido adoptar la apariencia de Gilbert Bécaud vestido de ninja. Salgo a la calle sembrando admiración y espanto.

17.00 Con fines didácticos, me meto en un multicine a ver la última película de Arnold Schwarzenegger. Me sorprende (con agrado) advertir que la película ha sido financiada por la Generalitat de Catalunya y que transcurre íntegramente en Sant Llorenç de Morunys. No excluyo la posibilidad de que me haya equivocado de sala.

19.00 Salgo del cine. Me dirijo a una tienda de automóviles. Al vendedor que me atiende le explico lo que busco, a saber, un Aston Martin blanco, dotado de un mecanismo adicional, mediante el cual el vehículo suelta una andanada de tachuelas por la parte posterior, evitando así que los perseguidores (del vehículo) le den alcance (a éste). El vendedor me responde que el modelo que busco está pedido, pero aún no ha llegado. Por el mismo precio me vende un SEAT 850 furgoneta, que también anda echando tornillos y roscas por el tubo de escape.

20.04 En la calle Tuset me cruzo con el viático. Lo acompaño tres manzanas entonando el Punge lingua.

21.00 Listo para entrar en acción. Me siento al volante. Cinturón de seguridad. Casco. Gafas oscuras de Jean-Pierre Gaultier. Foulard de Gianfranco Ferré. Casete de Prince. Pegatinas de Marlboro. Y… ¡rumble!, ¡rumble!

21.05 La Diagonal cortada por obras. Desvío hacia la carretera de Espulgas.

21.10 Carretera de Espulgas cortada por obras. Desvío hacia Molins de Rey.

21.20 Acceso a Molins de Rey cortado por obras. Desvío hacia la autopista de Tarragona.

22.20 Visito el Arco de Bará, la Torre de los Escipiones, el Museo Arqueológico y la catedral (bello retablo de Lluís Borrassà).

23.00 Emprendo el regreso vía Teruel y Soria.

01.40 Detengo en coche ante una discreta puerta metálica protegida por dos empleados de una agencia privada de seguridad, dos guardias civiles, dos mossos d’esquadra, dos geos, dos representantes de ICONA y un destacamento de la división acorazada Brunete. Se echa de ver que el local es exclusivo (y excluyente).

01.41 Lanzo al aire las llaves del coche, que son recogidas hábilmente por el aparcador.

01.42 El portero me indica por señas que le muestre el carnet. Le muestro el DNI, el carnet de conducir, el de la Biblioteca de Catalunya, el del videoclub de la calle Vergara y el de las congregaciones marianas. Ninguno sirve.

01.43 El aparcador me devuelve las llaves del coche y se excusa diciendo que sólo les tiene tomadas las medidas a los BMW y que si aparca el mío, teme abollar la acera con los faros.

01.44 En vista de los obstáculos, decido abandonar la empresa. Me subo al coche y emprendo la marcha.

01.46 Me viene a la mente el recuerdo de James Bond, que más persistía cuanta más caña le daban. Ídem María Goretti. Me avergüenzo de mi laxitud. Clavo el freno. Pierdo el cárter, el cigüeñal, el chasis y un letrero graciosísimo que decía I♥MI SUEGRA.

01.50 Regreso al local oculto en las sombras. Llevo entre los dientes un cuchillo del ejército suizo. Me doy miedo a mí mismo.

01.55 Localizo sin dificultad la rejilla que cierra la instalación de aire acondicionado del local. La abro con la ayuda de mi cuchillo, que dispone de destornillador, abrelatas, sacacorchos, sierra y media docena de bigudís de campaña (quién lo iba a decir, con lo serios que parecen los suizos).

02.00 Me introduzco en el conducto del aire acondicionado. ¡Qué aventi!

02.20 Llevo veinte minutos reptando por estos tubos asquerosos son encontrar ninguna salida. Si encontrara al menos el boquete por el que he entrado, me iba a casa, y a James Bond que le frían un paraguas.

03.00 Sigo reptando por los tubos. Ya debo llevar hechos varios kilómetros. El frío es intensísimo, porque los ejecutivos de verdad siempre tienen mucho calor y exigen aire acondicionado a tope allí donde estén y en todas la épocas del año. También reina una oscuridad absoluta, pero esto me importa menos, porque puedo ver en la oscuridad, lo que supone un ahorro importante cada mes. Esta capacidad, además, me permite sortear los obstáculos que voy encontrando en el camino: ratas, desperdicios industriales, pedruscos y cadáveres. Los cadáveres presentan síntomas claros de congelación. Después de un somero examen, llego a la conclusión de que estos cuerpos pertenecieron en vida a ejecutivos de medio pelo que, habiéndoles sido negada la entrada al local por la puerta grande, han tratado de acceder a él por el mismo camino que yo estoy empleando ahora.

03.40 Diviso a lo lejos un leve resplandor. ¡Es la salida! Hago un último esfuerzo. Ya estoy. Una rejilla me corta el paso. La hago saltar de un puntapié. Me deslizo por el agujero que ha dejado la rejilla. Caigo sobre una mesa dispuesta para veinte comensales. Por fortuna, ninguno de ellos está presente.

03.41 Al oír el estrépito acude un camarero y me ordena que deje libre la mesa de inmediato. Me informa de que esta mesa ha sido reservada por Estefanía de Mónaco, su prometido y unos acompañantes. En realidad, añade, la reserva fue hecha el 9 de abril de 1978 y aún no ha comparecido nadie, pero tratándose de quien se trata, la gerencia del local no ha estimado oportuno dar por cancelada la reserva. Una vez por semana, continúa diciendo el camarero, los manteles y servilletas son lavado, los cubiertos abrillantados, los arreglos florales, renovados, las hormigas, exterminadas, y los panecillos (de pan blanco, integral y de soja) reemplazados por otros recién salidos del horno. En un rincón hay media docena de fotógrafos cubiertos de telarañas.

03.44 Rehecho de la caída, el camarero me dice que, si deseo cenar, puedo hacerlo en cualquiera de las mesas libres del local, que son todas, pues la gente verdaderamente fina nunca cena antes de las cinco o cinco y media de la madrugada, para no ser confundida con el común, que cena antes porque tiene que levantarse pronto. Respondo que, por el momento, tomaré una copa (de cava) en el bar.

03.45 Como el cava me sienta mal, me entretengo contando las burbujas, sin ingerir el líquido que la produce (inexplicablemente) y escuchando la conversación de tres individuos que comparten conmigo la barra del bar. La conversación sería interesante si el insumo inmoderado de cava por parte de los conversantes no les provocara unos borborigmos que les hacen apenas inteligibles. No es difícil, con todo, inferir de qué están hablando, porque los catalanes siempre hablan de lo mismo, es decir, de trabajo. En cuanto se reúnen dos catalanes o más, cada uno cuenta su trabajo con gran lujo de detalles. Con siete u ocho términos (exclusivas, comisiones, carteras de pedidos, y unos pocos más) arman un debate de lo más movido, que puede durar indefinidamente. No hay en toda la Tierra gente más aficionada al trabajo que los catalanes. Si supieran hacer algo, se harían los amos del mundo.

04.00 Se me acerca una chica muy joven y atractiva. Con gran desenvoltura me pregunta si estudio o trabajo. Le respondo que, en realidad, no puede hacerse esta distinción, porque quien estudia aplicadamente realiza el más importante de los trabajos (para el día de mañana), del mismo modo que, quien pone los cinco sentidos en su trabajo, algo nuevo aprende cada día. Sin duda satisfecha con mi respuesta, la chica se aleja a buen paso.