21.34 Insisto. Tin-tan. Un susurro de pasos que se aproximan. Se abre una mirilla. Un ojo me observa. Si tuviera un palito a mano, se lo metía.
21.35 La mirilla se cierra. Los pasos se alejan. Silencio.
21.36 Los pasos se acercan de nuevo. Un pestillo se desliza. Gira una llave en la cerradura. La puerta se abre lentamente. ¿Y si saliera corriendo escaleras abajo? No, no, me quedo.
21.37 La puerta se ha abierto de par en par. Una señora en bata y zapatillas me entrega la bolsa de la basura. Acto seguido se disculpa. En la penumbra del rellano y sin gafas, me había tomado por el conserje. Como siempre viene a esta hora, ¿sabe? Sí, sin duda me he confundido de puerta. Sí, la que busco vive enfrente. No, no, ninguna molestia. Sí, les ocurre a muchos caballeros. Los nervios, claro. Sí, todos acaban meando en la yuca; hay que ver lo lozana que se ha puesto. Y ya que estoy aquí, ¿me importaría bajar la basura? Está a punto de empezar el programa de Ángel Casas y no se lo querría perder. Sí, atrevidillo, pero una está curada de espanto. Hala, majo, no pierdas más tiempo o tendrás que ir a llevar la bolsa al container.
21.45 Vuelvo a subir en el ascensor. Llamo a la otra puerta.
21.47 Abre la puerta un caballero. ¿Me he vuelto a equivocar? No. La señorita me está esperando. Si tengo la bondad, por aquí, por favor.
21.48 Avanzamos por un pasillo. Moqueta, cortinas, cuadros, flores, perfume embriagador. Seguro que salgo de aquí con una mano atrás y otra delante.
21.49 Nos detenemos ante una puerta tapizada de terciopelo carmesí. El individuo que me acompaña me dice que tras esta puerta está la señorita. Esperándome. Él, por si no lo he deducido de su porte y maneras, es el mayordomo, me dice. Pero también sabe kárate, añade. En realidad, aclara, hace mejor el kárate que lo otro. De modo que nada de tonterías. Prometo no cometer ninguna. Sigo sin saber lo que significa la palabra mayordomo, pero el tono de quien dice serlo no deja lugar a dudas.
21.50 La puerta se abre. Vacilo. Una voz me indica que pase: anda, hombre, pasa. ¿Será posible?
21.51 ¡Es posible!
02.40 Nos dan las tantas contándonos nuestras respectivas aventuras. Tampoco Gurb ha tenido suerte. Primero fue el profesor universitario. Le gustaba, pero tuvo que dejarlo porque él se empeñó en que hiciera la tesis. Luego vinieron otros. Él buscaba un hombre serio y fino, un tipo, dice, como José Luis Doreste, pero, sin saber cómo ni por qué, siempre acaba enamorándose de los más mandantes. Le digo que esto le ha sucedido porque se ha vuelto una golfa. Gurb replica que eso no es cierto. Lo que ocurre, dice, es que yo siempre he ido de plasta por la vida. Discutimos un rato acaloradamente hasta que interviene el mayordomo para recordarnos (con la máxima discreción) que dos extraterrestres en misión espacial no deberían perder el tiempo peleando como verduleras. Y menos, añade, por semejantes tonterías. Él, si quisiera, podría contarnos casos realmente conmovedores. Casos, dice, que nos moverían al llanto. Porque él, dice, es un hombre que ha vivido mucho. En su casa eran quince de familia. En realidad, él era hijo único, pero tenía dos padres, cuatro abuelos y ocho bisabuelos que no cascaban ni a tiros. En su infancia pasaron tanta hambre, que se comían los cupones de racionamiento antes de que llegara el día de canjearlos por arroz, lentejas, pan negro y leche en polvo. Al oír la descripción de tantos sinsabores, y antes de que el relato se eternice, derramamos abundantes lágrimas, le pagamos los días que lleva trabajados y lo despedimos.
02.45 Gurb me enseña el piso. Ideal. Me dice que él lo ha elegido todo personalmente. Comparo (para mis adentros) este piso con el mío y se me cae la cara de vergüenza.
02.50 Gurb abre una puerta de madera de gran espesor y me muestra lo que acaba de hacerse instalar: la sauna. Por supuesto, nunca la ha usado no piensa hacerlo, pero le sirve para mantener calientes los churros.
02.52 Mientras me pongo morado de churros, le pregunto si ha ido él el causante de mis recientes desgracias. Responde que sí, pero que lo ha hecho con la mejor de las intenciones. La ventaja de la comunicación telepática es que se puede hablar con la boca llena. Le pregunto por qué ha saboteado el plan de vida que yo había trazado, convirtiéndome en un crápula a los ojos del mundo y me responde que no podía permitir que acabase despachando cortados en el bar del señor Joaquín y la señora Mercedes, y mucho menos que acabara liándome con mi vecina, aunque las probabilidades de que esto sucediera, añade con sorna, eran remotas, porque yo estaba llevando el asunto fatal. Tenemos otra agarrada, hasta que llaman a la puerta. Acudimos. Es el vecino de al lado, que viene a quejarse porque no le dejamos dormir. Dice que si queremos pelearnos, que lo hagamos a viva voz, como todo el mundo, que a los gritos y a los platos rotos ya está acostumbrado. En cambio, la comunicación telepática se oye a través de la tele, y no veas la lata que da, dice.
03.00 Como se ha hecho tardísimo, decidimos irnos a dormir y continuar mañana la conversación. Antes de acostarnos rezamos el santo rosario. En el segundo misterio (de gozo) he de reñir a Gurb, porque lo descubro hojeando a hurtadillas La maison de Marie Claire.
03.15 Obligo a Gurb a lavarse los dientes. Sabe Dios el tiempo que hace que no se los habrá cepillado comme il faut.
03.20 Pregunto a Gurb si puede dejarme alguna prenda de dormir. Me muestra el armario de la lencería. Prefiero no mirar.
03.30 Gurb se acuesta en su cama; yo, en el sofá del living. Dejamos la puerta entreabierta. Buenas noches, Gurb. Hasta mañana. Que descanses. Tú también. Felices sueños, Gurb.
03.50 Gurb. ¿Qué? ¿Duermes? No, ¿y tú? Tampoco. ¿Quieres un vasito de leche? No, gracias.
04.10 Gurb. ¿Qué? ¿En qué piensas? En nada, ¿y tú? En que, ahora que nos hemos encontrado, podremos volver por fin a nuestro querido planeta. Ah.
04.20 Oye. ¿Qué, Gurb? ¿Tú tienes ganas de volver a nuestro querido planeta? Pues claro, ¿tú no? Ay, chico, no sé qué decirte. La verdad es que aquello es un rollo patatero. Hombre, Gurb, un poco de razón ya tienes, pero ¿qué alternativa le ves? Bueno, pues quedarnos en éste. ¿Y hacer qué? Uf, mogollón de cosas. Como por ejemplo qué. Montamos un bar tú y yo. Mira qué bien: cuando yo quería quedarme con el bar del señor Joaquín y la señora Mercedes, me metes varas en las ruedas; y ahora, como la idea es tuya, ya me tiene que parecer bien. No compares; al bar del señor Joaquín y la señora Mercedes sólo iban jubilatas; el que yo te digo sería otra cosa: diseño a tope, música en directo, billar, tarot, abierto hasta la madrugada, y los sábados concurso de miss tanga. Hum. Prométeme que lo pensarás. Te lo prometo.
04.45 Oye, Gurb. ¿Qué? ¿Tú crees que eso daría dinero? Bah, ¿quién piensa en el dinero? Yo. Está bien; pierde cuidado: este tipo de locales siempre dan un pastón. Sí, al principio, sí, pero a la temporada siguiente se pone de moda otro local y te tienes que meter el diseño por donde tú ya sabes. ¿Y eso qué más da? Cuando se acabe el negocio montamos otro; esta ciudad es un filón por explotar; y cuando nos cansemos, nos vamos a Madrid. Chico, aquello es jauja; sólo el puente aéreo ya vale la pena. No sé, no sé; no lo veo sólido. Mira, si lo que te preocupa es el futuro, no tienes más que hacerte un plan de pensiones: con una expectativa de vida de nueve mil años, no te digo la de disgustos que le darás a la Caixa. Y ahora, déjame dormir. Está bien, Gurb, no te enfades conmigo. No me enfado, pero duerme. Buenas noches, Gurb. Buenas noches.