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DÍA 23

10.13 Me despierta un timbrazo. ¿Dónde estoy? En un sofá. ¿Y este living tan mono? Ah, ya recuerdo. ¿Dónde está Gurb? La puerta de su alcoba está cerrada. Debe de estar durmiendo a pierna suelta. Siempre ha sido de mucho dormir. No como yo, que soy madrugador y diligente. El timbre sigue sonando.

10.15 Golpeo suavemente con los nudillos la puerta de la alcoba. No hay respuesta. Decido acudir personalmente a la llamada.

10.16 Abro. Es un mocito que trae un ramo de azucenas. Para la señorita, dice. Le doy dos duros de propina y me entrega el ramo. Cierro la puerta.

10.18 En la cocina. Anoto los dos duros que he puesto de mi propio bolsillo y que, en rigor, ha de pagar Gurb. Busco un jarro. Cuando lo encuentro, lo lleno de agua y dispongo las flores en el jarro como mejor sé. El resultado deja bastante que desear. Quizá no debería haber cortado tanto los tallos. Ahora ya es tarde para arrepentirse.

10.12 Abro el sobre que acompaña el ramo. Contiene una tarjeta escrita a mano. No debo leer lo que dice, pero lo leo. A mi Caqui preciosa con un millón de besitos shmuch shmuch shmuch shmuch shmuch shmuch shmuch shmuch shmuch shmuch Pepe.

10.24 Suena el timbre. Decido acudir personalmente a la llamada. Es un mocito que trae una caja de trufas heladas. Dos duretes.

10.26 Anoto el desembolso efectuado. Guardo la caja de trufas en el congelador. La vuelvo a sacar, me como diez trufas, redistribuyo el resto para que no se note y vuelvo a guardar la caja de trufas en el congelador. Leo la tarjeta. No me atrevo a repetir lo que dice. Temperatura, 25 grados centígrados; humedad relativa, 75 por ciento; vientos flojos del sudoeste; estado de la mar, rizada.

10.29 Suena el timbre. Decido acudir personalmente a la llamada. Es un mocito que trae un cestillo. En el cestillo, un jabón de olor, un gel de baño, crema hidratante, body milk, esponja, eau de toilette. Dos duros. Llevo el muestrario al cuarto de baño. Echo la tarjeta al water (sin leerla) y tiro de la cadena. Anoto el desembolso efectuado. Suena el timbre.

10.32 Decido acudir personalmente a la llamada. Esta vez no es un mocito, sino un mocetón. Trae las manos vacías y dice que quiere hablar con la dueña de la casa. Respondo que la dueña de la casa no está visible en estos instantes. Si lo desea, añado, puede volver más tarde o dejarme su tarjeta de visita. El mocetón me pregunta si soy por azar el marido de la dueña de la casa. No, señor, ni hablar. ¿Su novio, tal vez? No. ¿Su amigo? Tampoco. Entonces, ¿quién soy yo y qué carajo estoy haciendo aquí? Soy el mayordomo, respondo, y sé kárate; de modo que nada de tonterías, ¿entendido?

10.34 El mocetón me hace una cara nueva y se va. Por lo menos, me he ahorrado los dos duros.

10.36 Cuando me dirijo a la cocina tanteando las paredes por el pasillo me topo con Gurb, a quien han despertado los golpes de mi cabeza contra el felpudo, la jamba y el dintel. Le cuento lo sucedido y, en ve de compadecerme, se echa a reír. Al verme fruncir el ceño, sofoca esta risita boba que no sé de dónde ha sacado y me cuenta que el mocetón es un pretendiente celoso que le viene persiguiendo desde hace varios días. Ayer, sin ir más lejos, le saltó los dientes al anterior mayordomo de un guantazo. Es muy violento y apasionado, dice; por eso le gusta, agrega.

10.40 Me curo las heridas con agua oxigenada. Estoy tan lleno de magulladuras que me transformo en Tutmosis II y así me ahorro el trabajo de ponerme vendas.

11.00 Al salir del cuarto de baño oigo la voz de Gurb que me llama desde la terraza. Salgo y compruebo (con satisfacción) que ha preparado el desayuno y lo ha servido en una mesita de mármol, bajo el parasol. Decepción: medio pomelo, té con limón, tostadas con mantequilla y mermelada inglesa de naranja. Añoro la tortilla de berenjena y la cerveza del bar de la señora Mercedes y el señor Joaquín, pero me como lo que me dan y no digo nada. De las ventanas y azoteas del vecindario asoman prismáticos, catalejos y telescopios, que enfocan la bata de seda color salmón que lleva Gurb. Considero la posibilidad de enviar un rayo desintegrador a los curiosos, pero opto por simular que no me doy cuenta de lo que pasa.

11.10 Acabamos el desayuno en un abrir y cerrar de ojos. Gurb enciende un cigarrillo. Finjo una tos violentísima para que se dé cuenta de que el humo es molesto y sumamente nocivo. Si él quiere intoxicarse, que se intoxique, pero a los demás, que no nos obligue a respirar un aire contaminado. El saludable mensaje que lleva implícito mi tos cae en saco roto: Gurb continúa fumando y yo me pongo la garganta en carne viva.

11.15 Pregunto a Gurb si lo que decía anoche iba en serio. Gurb, a su vez, me pregunta a mí a qué me refiero. A qué va a ser: a lo del bar de modernos. Pues claro que iba en serio. ¿Y lo de miss tanga? ¿También iba en serio? Por supuesto, dice. Y yo, ¿podría hacer de presentador? Naturalmente, dice. ¿Y ponerle la banda a la ganadora? Todo lo que me diera la gana, dice; por algo sería el dueño del local.

11.20 Recojo el desayuno, lo llevo a la cocina. Gurb se queda en la terraza leyendo La Vanguardia. Coloco los platos, las tazas y los cubiertos en el lavavajillas.

11.30 Saco brillo a la plata.

12.30 Paso el aspirador. Cambio la bolsa.

13.00 Hago cristales. Quiera Dios que no se ponga a llover.

13.30 Pongo una lavadora. Plancho sábanas. Encuentro una sábana vieja y deshilachada; hago trapos.

14.00 Pregunto a Gurb que a qué hora se come en esta casa. Respuesta: en esta casa no se come a ninguna hora. Por lo que a él respecta (a Gurb, se entiende), le esperan dentro de media hora en el Café de Colombia, en la Vaquería y en el Dorado Petit (en el de Barcelona y en el de Sant Feliu). Siempre acepta las invitaciones de tres en tres, dice, para poder elegir en el último minuto. En cuanto a mí, puedo hacerme algo con lo que haya en la nevera, dice.

14.30 Gurb se ducha, se perfuma, se peina, se viste, se pinta. Me hace llamar por teléfono al servicio de taxis. Madre mía, madre mía, siempre con prisas y siempre llegando tarde a todas partes, exclama. Esto no es vida, exclama. Intento decirle que si madrugara más y zascandileara menos, se evitaría estos sofocones, pero ya se ha ido. He de recoger la ropa que ha dejado tirada por todas partes.

14.50 En la nevera no hay más que una botella de cava medio vacía, una orquídea mustia y unas probetas cuyo contenido prefiero no analizar.

15.00 Como en la barra de Casa Vicente. Ensalada del tiempo o gazpacho, macarrones y pollo, 650 pesetas. Pan, bebidas, postre y café, aparte. Con el IVA y la propi, me sale por 900.

16.00 De vuelta en el pisito de Gurb. Treinta y tantos recados en el contestador. Escucho los cuatro primeros. Reviso la correspondencia: facturas y más facturas.

16.40 Dos álbumes de fotos. Recortes de prensa: Gurb en Sa Tuna, Gurb en el palacio de la Zarzuela, Gurb en los Sanfermines. Una polaroid torcida y desenfocada: Gurb con un desconocido en lo que podría ser una calle de París. Gurb entrando en el Danielli; saliendo del Harry’s Bar. Madrina de la promoción de ingenieros de minas. Abrazando a Ives Saint Laurent después del desfile. En una terraza de la Castellana con Mario Conde. Bailando con I. M. Pei and partners. Madrina del buque lanzatorpedos José María Pemán. En una terraza de la Castellana con los dos Albertos. Entrando en Sotheby’s. De compras con Raise en Saks Fifth Avenue: mister Saks y mister Fifth atendiendo a las ilustres clientas: Dear ladies, dear ladies! Madrina del primer (y último) rinoceronte nacido en el zoo de Madrid. En una terraza de la Castellana con los dos Marcelinos. Bailando con Akbar Hashemi Rafsanjani.