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11.35 Comparecemos ante el señor comisario, el cual nos examina de arriba abajo, se rasca la cabeza, declara no querer complicarse la vida y ordena que nos pongan en la calle.

11.40 Mi nuevo amigo y yo nos despedimos a la puerta de la comisaría. Antes de separarnos, mi nuevo amigo me ruega le devuelva su apariencia original, porque con esta pinta no le va a dar limosna ni Dios, aunque se ponga unas pústulas adhesivas que le dan un aspecto realmente estomagante. Hago lo que me pide y se va.

11.45 reanudo mis pesquisas.

14.30 Todavía sin noticias de Gurb. A imitación de las personas que me rodean, decido comer. Como todos los establecimientos están cerrados, menos unos que se denominan restaurantes, deduzco que es ahí donde se sirven comidas. Olisqueo las basuras que rodean la entrada de varios restaurantes hasta dar con una que despierta mi apetito.

14.45 Entro en el restaurante y un caballero vestido de negro me pregunta con displicencia si por ventura tengo hecha reserva. Le respondo que no, pero que me estoy haciendo un chalet con veintidós retretes. Soy conducido en volandas a una mesa engalanada con un ramo de flores, que ingiero para no parecer descortés. Me dan la carta (sin codificar), la leo y pido jamón, melón con jamón y melón. Me preguntan qué voy a beber. Para no llamar la atención, pido el líquido más común entre los seres humanos: orines.

16.15 Me tomo un café. La casa me obsequia con una copa de licor de pera. A continuación me traen la cuenta, que asciende a pesetas seis mil ochocientas treinta y cuatro. No tengo un duro.

16.35 Me fumo un Montecristo del número dos (2) mientras pienso cómo salir de este aprieto. Podría desintegrarme, pero rechazo la idea porque a) eso podría llamar la atención de camareros y comensales y b) no sería justo que sufriese la consecuencias de mi imprevisión una gente tan amable, que me ha invitado a una copa de licor de pera.

16.40 Pretextando haber olvidado algo en el coche, salgo a la calle, entro en un estanco y adquiero boletos y cupones de los múltiples sistemas de lotería que allí se expenden.

16.45 Manipulando las cifras por medio de fórmulas elementales, obtengo la suma de pesetas ciento veintidós millones. Regreso al restaurante, abono la cuenta y dejo cien millones de propina.

16.55 Reanudo la búsqueda de Gurb por el único método que conozco: patearme las calles.

20.00 De tanto caminar, los zapatos echan humo. De uno de ellos se ha desprendido el tacón, lo que imprime a mi paso un contoneo tan ridículo como fatigoso. Los arrojo de mí, entro en una tienda y con el dinero que me ha sobrado del restaurante me compro un nuevo par de zapatos menos cómodos que los anteriores, pero hechos de un material muy resistente. Provisto de esos nuevos zapatos, denominados esquís, inicio el recorrido del barrio de Pedralbes.

21.00 Concluyo el recorrido del barrio de Pedralbes sin haber encontrado a Gurb, pero muy gratamente impresionado por lo elegante de sus casas, lo recoleto de sus calles, lo lozano de su césped y lo lleno de sus piscinas. No sé por qué algunas personas prefieren habitar en barrios como San Cosme, de triste recuerdo, pudiendo hacerlo en barrios como Pedralbes. Es posible que no se trate tanto de una cuestión de preferencias como de dinero.

Según parece, los seres humanos se dividen, entre otras categorías, en ricos y pobres. Es ésta una división a la que ellos conceden gran importancia, sin que se sepa por qué. La diferencia fundamental entre los ricos y los pobres parece ser ésta: que los ricos, allí donde van, no pagan, por más que adquieran o consuman lo que se les antoje. Los pobres, en cambio, pagan hasta por sudar. La exención de que gozan los ricos puede venirles de antiguo o haber sido obtenida recientemente, o ser transitoria, o ser fingida; en resumidas cuentas, lo mismo da. Desde el punto de vista estadístico, parece demostrado que los ricos viven más y mejor que los pobres, que son más altos, más sanos y más guapos, que se divierten más, viajan a lugares más exóticos, reciben mejor educación, trabajan menos, se rodean de mayores comodidades, tienen más ropa, sobre todo de entretiempo, son mejor atendidos en la enfermedad, son enterrados con más boato y son recordados por más tiempo. También tienen más probabilidades de salir retratados en periódicos, revistas y almanaques.

21.30 Decido regresar a la nave. Me desintegro ante la puerta del Monasterio de Pedralbes, con gran sorpresa de la reverenda madre que en aquel preciso momento salía a sacar la basura.

22.00 Recarga de energía. Me dispongo a pasar otra velada en solitario. Leo una entrega de Lolita Galaxia, pero esta lectura, tantas veces hecha en compañía de Gurb, a quien siempre debía explicar los pasajes más picantes, porque a bobalicón no había quien le ganara, en lugar de distraerme, me entristece.

22.30 Harto de dar vueltas por la nave, decido retirarme. Hoy ha sido un día cansado. Me pongo el pijama, rezo mis oraciones y me acuesto.

DÍA 12

08.00 Todavía sin noticias de Gurb. Llueve a cántaros. En Barcelona llueve como su Ayuntamiento actúa: pocas veces, pero a lo bestia. Decido no salir y aprovechar la mañana para asear un poco la nave.

09.00 Llevo una hora haciendo sábado y no puedo más. Siempre se había encargado Gurb de estos quehaceres, que ahora me pillan desentrenado. Quiera Dios que vuelva pronto.

09.10 Para matar el tiempo veo un rato la televisión. Salen varios individuos, todos ellos pertenecientes al género humano. Al cabo de un rato de presenciar su actuación colijo estar viendo un concurso bastante similar a los que tanto gustan en mi planeta, pero mucho más tosco de contenido. A una pareja de sexo biológicamente diferenciado (aunque no visible, por el momento) le preguntan cómo se llamaba de apellido Napoleón. Cuchicheos. La mujer contesta en tono dubitativo. ¿Benavente? La respuesta no es correcta. Ahora le toca el turno al matrimonio rival, que ocupa un podio situado en el extremo opuesto del estudio. ¿Bombita? Tampoco es correcta la respuesta. El presentador aplaude e informa a las parejas concursantes que han perdido o ganado medio millón de pesetas. Zapatiestas de los concursantes en sus podios respectivos. Entra en liza una concursante nueva, que lleva viniendo al concurso veintidós meses seguidos. Le preguntan cuál era el nombre de soltero de Alberto Alcocer. Decido interrumpir la recepción. Temperatura, 16 grados centígrados; humedad relativa, 90 por ciento; vientos fuertes del nordeste; estado de la mar, marejada.

09.55 Bajo la apariencia de Julio Romero de Torres (en su versión con paraguas), me naturalizo en el bar del pueblo, me arreo un par de huevos fritos con bacon y hojeo la prensa matutina. Los humanos tienen un sistema conceptual tan primitivo, que para enterarse de lo que sucede han de leer los periódicos. No saben que un simple huevo de gallina contiene mucha más información que toda la prensa que se edita en el país. Y más fidedigna. En los que acaban de servirme, y a pesar del aceitazo que los empaña, leo las cotizaciones de bolsa, y un sondeo de opinión sobre la honradez de los políticos (un 70 % de las gallinas cree que los políticos son honrados) y el resultado de los partidos de baloncesto que se disputarán mañana. ¡Oh, cuán fácil les sería la vida a los humanos si alguien les hubiera enseñado a descodificar!