11.30 Deambulo por el hospital perdido en mis propias reflexiones y también perdido, a secas. La proposición del señor Joaquín me ha sumido en un mar de confusiones. Ahora, pasado el entusiasmo inicial y sopesando el asunto con frialdad, comprendo que mi primera reacción ha sido optimista en exceso. Es evidente que no puedo quedarme con el bar la posibilidad de arrendar o comprar un bar con fines de explotación (lucrativa) ni siquiera figura en el pliego de órdenes que nos fue dado al inicio de nuestra misión espacial. Cierto que tampoco había una prohibición taxativa al respecto. Habría que hacer una consulta. Temperatura, 26 grados centígrados; humedad relativa, 70 por ciento; vientos suaves del sudeste; estado de la mar, marejadilla.
12.30 Continúo deambulando por el hospital sin encontrar salida a mis tribulaciones. En cambio, encuentro la cafetería del hospital. Decido hacer un alto y comer algo, aunque sea un poco temprano. Siempre se piensa mejor con el estómago lleno, dicen los que tienen estómago.
12.31 La cafetería está vacía. Por suerte, el mostrador está bien surtido y el sistema self-service, que impera, me encanta, porque me permite comer como a mí me gusta sin tener que dar explicaciones a nadie. Si a mí se me antoja mojar los pimientos de Padrón en el café con leche, ¿qué pasa?, ¿eh?
13.00 Cuanto más como y más medito, más descabellada encuentro la idea de establecerme en la Tierra. Ante todo, eso supondría abandonar la misión que nos fue encomendada a Gurb (desaparecido) y a mí. Sería una verdadera traición. El argumento, sin embargo, es de poco peso, porque, en definitiva, todo se reduce a una cuestión de principios y yo me paso los principios por un lugar que los humanos denominan partes. Más peso tiene, en cambio, el argumento fisiológico. Ignoro cuánto tiempo puede resistir mi organismo las condiciones de vida en este planeta tan cutre. No sé qué tipo de peligros me amenazan. Ni siquiera sé si mi presencia aquí constituye o no un peligro para los humanos. Está demostrado que mi peculiar constitución y la carga energética que llevo encima causan problemas allí donde voy. No puede ser casual que el ascensor de mi casa esté siempre averiado o que los programas de televisión empiecen con retraso cuando yo quiero verlos (o grabarlos). Ahora mismo, cuando deambulaba por los pasillos del hospital, he oído una conversación que me ha alarmado. Un médico le decía a una enfermera, con el ceño fruncido, que los aparatos del hospital parecían haberse vuelto locos esta mañana. Al parecer, los enfermos de la UVI estaban bailando la lambada y en la pantalla del scanner salía Luis Mariano cantando Maitechu mía.estos fenómenos inexplicables, ha agregado el médico del ceño fruncido, habían empezado a producirse a las 10.50. Como si a esa hora, ha acabado diciendo, hubiese entrado un marciano en el hospital. Me ha ofendido que alguien pudiera confundirme con uno de esos cursis, que sólo saben jugar al golf y hablar mal del servicio, pero me he guardado mucho de manifestar mi enojo.
Siempre cabe la posibilidad de modificar mi fisiología, adaptándola a la estructura molecular de los seres humanos. Si me decidiese a hacerlo, tendría que elegir el modelo cuidadosamente, porque el proceso sería irreversible. La decisión es tremenda. ¿Qué pasaría si, después de efectuada la mutación, descubriese que no soy feliz? ¿Qué sería de mí si el asunto con mi vecina acaba como el rosario de la aurora? ¿Seré capaz de superar la nostalgia de mi antigua patria? ¿Cuál será la coyuntura económica después del 92? Demasiadas incógnitas. ¡Si al menos tuviera a alguien a quien confiar mis cuitas!
13.30 Decido marcharme de la cafetería. Cuando intento pagar la comida descubro que la cafetería no era un self-service. En realidad, el lugar donde he estado comiendo no era una cafetería. Salgo sin ser visto.
14.15 Me siento a reflexionar en un banco de la plaza de Cataluña. No me cabe duda de que lo único razonable sería dar por concluida la misión y regresar. No sé si los objetivos de la misión se han cumplido, pero, en el fondo, lo mismo da. Al fin y al cabo, nadie va a leer el informe. El problema estriba en que no puedo regresar solo. La nave continúa rota y no la sé arreglar. Aunque se arreglara ella sola, tampoco la sabría poner en marcha; y menos aún conducirla. Estas naves están hechas para ser tripuladas por dos entes. De este modo se evita que algún ente vivales use las naves para sus propios fines, como ligar o hacer el taxi. Podría pedir auxilio a la Estación de Enlace AF, en la constelación de Antares, pero eso serviría de poco. Aun cuando enviaran en mi ayuda otra nave, esa otra nave iría tripulada por dos entes y si uno de ellos se viniera conmigo, ¿cómo haría el otro para regresar?
15.00 Decido abandonar la reflexión y la plaza Cataluña, porque las palomas me han cubierto de excremento de la cabeza a los pies y los japoneses me hacen fotos creyendo que soy un monumento nacional.
15.45 En casa. El piso es caluroso, sobre todo a esta hora. Instalaría aire acondicionado, si no fuera porque los aparatos producen una vibración que acaba con mis articulaciones. Lo mismo ocurre con la nevera: pasa ratos tranquila, pero de pronto, sin previo aviso, le entra un dengue que me saca de quicio. Ayer, sin ir más lejos, con sólo poner en marcha el minipimer, me rompí el fémur en tres trozos. Menos mal que tengo piezas de repuesto. El ventilador es más soportable, pero cuando está en marcha me mareo, porque no puedo apartar los ojos de las aspas. En fin de cuentas, lo mejor es prescindir de los aparatos e irse despelotando a medida que aumenta la temperatura. Me quedo en camiseta y calcetines.
17.00 No hay en todo el Universo chapuza más grande ni trasto peor hecho que el cuerpo humano. Sólo las orejas pegadas al cráneo de cualquier modo, ya bastarían para descalificarlo. Los pies son ridículos; las tripas, asquerosas. Todas las calaveras tienen una cara de risa que no viene a cuento. De todo ello los seres humanos sólo son culpables hasta cierto punto. La verdad es que tuvieron mala suerte con la evolución.
18.00 Salgo a dar una vuelta. Las calles están más animadas de lo habitual, porque, con la llegada del calor, el buen ciudadano se apresura a ocupar su lugar en las terrazas que los bares habilitan entre cubos de basura. Allí el buen ciudadano se ensordece, contamina e intoxica, paga lo que debe y vuelve a casa. Animado por su ejemplo, me compro un helado de cucurucho. Como es la primera vez que veo semejante producto, me como primero la galleta. Luego no sé qué hacer con la bola en las manos, me armo un lío, me pongo perdido y acabo tirando lo que queda de helado a una papelera.
18.40 Cuando regreso de mi paseo, veo a lo lejos a mi vecina. Un encuentro verdaderamente providencial. Evito que ella me vea por razones de buena crianza, pero tomo la firme decisión de aclarar lo nuestro hoy mismo. En la papelería compro recado de escribir; en el estando, sellos. Temperatura, 28 grados centígrados; humedad relativa, 79 por ciento; viento encalmado; estado de la mar, llana.