19.00 Me encierro en casa, me lavo los dientes y dispongo sobre la mesa lo necesario para escribir una carta: una resma de papel, falsilla, tintero, plumilla, mango, papel secante, un boli (de refuerzo), el María Moliner, un manual de correspondencia (amorosa y mercantil), el refranero, la antología de la poesía española de Sáinz de Robles y el libro de estilo de El País.
19.45 «Mi adorable vecina:
Soy joven y aspecto agraciado; romántico y cariñoso. Tengo una buena posición económica y soy muy serio para las cosas serias (pero me gusta divertirme). Me encanta (además de los churros) viajar en metro, lustrarme los zapatos, mirar escaparates, escupir lejos y las chicas. Aborrezco la verdura en todas sus manifestaciones, lavarme los dientes, escribir postales y oír la radio. Creo que podría ser un buen marido (llegado el caso) y un buen padre (tengo mucha paciencia con los niños). ¿Te gustaría conocerme mejor? Te espero a las 9.30. habrá comida (gratuita) y bebidas. Hablaremos de lo que te he dicho y de otros asuntos, ji, ji. R. S. V. P. Estoy por tus huesos.»
19.55 Releo lo escrito. Rompo la carta.
20.55 «Querida vecina:
Ya que vivimos en el mismo edificio, he pensado que sería bueno que nos conociéramos mejor. Ven a las 9.30. Prepararé algo de comer y comentaremos algunas cuestiones relacionadas con el inmueble (y otras no). Un cordial saludo, tu vecino.»
21.05 Releo lo escrito. Rompo la carta.
21.20 «Estimada vecina:
Tengo cosas en la nevera que se están echando a perder. ¿Por qué no vienes y nos las acabamos? De paso, hablaremos del inmueble y de sus reparaciones (nuevo motor en el ascensor, restauración de la fachada, etc.). Te espero a las 10. Atentamente, un vecino.»
21.30 Releo lo escrito. Rompo la carta.
22.00 «Tengo la casa llena de grietas…»
22.20 «Tengo comida agusanada…»
23.00 Ceno solo en el restaurante chino de la esquina. Puesto que soy el único comensal, el dueño del establecimiento se sienta a mi mesa y me da conversación. Se llama Pilarín Kao (lo bautizó un misionero desaprensivo) y es natural de Kiang-Si. De niño emigró a San Francisco, pero se equivocó de barco y llegó a Barcelona. Como no ha aprendido el alfabeto latino, todavía no se ha percatado de su error, no yo hago nada por sacarle de él. Se ha casado y tiene cuatro hijos: Pilarín (el primogénito), Chiang, Wong y Sergi. Trabaja de sol a sol, de lunes a sábado. El domingo es su día de asueto y lo dedica a buscar el Golden Gate (en vano) en compañía de toda su familia. Me dice que su ilusión es volver a China; que para eso trabaja y ahorra. Me pregunta a qué me dedico yo. Para no liarle, le digo que soy cantante de boleros. Ah, a él le gustan mucho los boleros, dice, porque le recuerdan a Kiang-Si, su añorada patria. Me invita a una copita de aguardiente chino, que él mismo fabrica destilando lo que la clientela se deja en los platos. Es un líquido de color marrón, algo espeso, de sabor indefinible, pero muy aromático.
00.00 Cantamos Bésame mucho. Otra copita.
00.05 Cantamos Cuando estoy contigo. Otra copita.
00.10 Cantamos Tu me acostumbraste. Otra copita.
00.15 Nos hacemos coletas de fideos, cantamos Anoche hablé con la luna y salimos en busca del Golden Gate. Para animar la travesía, me llevo la botella.
00.30 Bajamos por la calle Balmes cantando De nuevo frente a frente y preguntando a todo el mundo si alguien ha visto un puente colgante. ¡Qué risa!
00.50 Nos sentamos a la puerta del Banco Atlántico y cantamos Cuidado con tus mentiras. Lloramos.
01.20 Nos sentamos en las escaleras de la catedral y cantamos Permíteme aplaudir por la forma de herir mis sentimientos. Lloramos.
01.40 Nos estiramos en el suelo de la plaza de San Felipe Neri y cantamos Más daño me hizo tu amor. Lloramos.
02.00 Damos vueltas a la Sagrada Familia cantando a voz en cuello. En Golden Gate no aparece por ninguna parte, pero a la tercera vuelta se asoma Subirachs a un ventanuco a ver qué pasa. Le cantamos Voy a apagar la luz para pensar en ti.
02.20 Paramos un taxi, subimos y le decimos al taxista que nos lleve a China. En el taxi cantamos Se me olvidó que te olvidé.
02.30 El taxista nos deposita en la puerta de la comisaría y encima nos cobra la carrera. No le damos ni un real de propina.
02.55 Amonestado por la autoridad, regreso a casa. Subo las escaleras a cuatro patas. Quiera Dios que mi vecina no me vea en esta condición tan degradada.
03.10 Todo me da vueltas. Mascullo unas oraciones y me meto en la cama. Todavía sin noticias de Gurb.
DÍA 21
09.20 Me despierto embargado por una extraña sensación. Tardo un rato en recordar lo ocurrido ayer noche. La evocación de los hechos me permite entender el origen de la jaqueca y las náuseas, pero no el de la inquietud que me invade. Por más que hago memoria, no recuerdo en qué momento saqué la cama al balcón. Tampoco recuerdo haber comprado estas sábanas con estampados salaces. Ahuyento las palomas que se arrullan sobre la colcha y me levanto.
09.30 En el botiquín no hay sal de fruta; en su lugar hay una botella de pipermín. ¿Me estaré volviendo majareta? Me lo tengo merecido por crápula.
09.40 Llaman a la puerta. Abro. Es un mozo con un paquete. En el paquete, doce trajes de lino de Toni Miró, que, según reza el albarán, yo mismo me hice ayer. No sé a qué se refiere, pero no me siento con fuerzas para discutir. Pago y se va.
09.50 Llaman a la puerta. Abro. Es un mozo con una caja. En la caja, cinco kilos de caviar beluga y doce botellas de champán Krugg, que. Según reza el albarán, yo mismo compré ayer en Semon. Ni idea. Pago y se va.
10.00 Llaman a la puerta. Abro. Son unos operarios que vienen a instalar el jacuzzi que yo mismo encargué ayer. Los dejo, soplete en mano, destruyendo tabiques.
10.05 Salgo del piso algo aturdido. Bajo las escaleras con paso inseguro. Para no sufrir un accidente, opto por bajar sentado, dejándome resbalar de escalón en escalón. Cuando paso frente a la puerta de mi vecina, acelero para no ser sorprendido en esta pose vejatoria.
10.12 En el portal me aguarda la portera con el ceño fruncido. Intento esquivarla, pero se interpone. Me dice que esto no puede seguir así; que ella es muy liberal, pero con el buen nombre del edificio no transige, que a ver qué escándalo es éste. Si quiero arruinar mi salud, dilapidar mi hacienda y pisotear mi buen nombre, es asunto mío, pero lo otro es algo que atañe a todo el vecindario, y eso sí que no. Acto seguido me rompe la escoba (nueva) en la cabeza.