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01.46 Me viene a la mente el recuerdo de James Bond, que más persistía cuanta más caña le daban. Ídem María Goretti. Me avergüenzo de mi laxitud. Clavo el freno. Pierdo el cárter, el cigüeñal, el chasis y un letrero graciosísimo que decía I♥MI SUEGRA.

01.50 Regreso al local oculto en las sombras. Llevo entre los dientes un cuchillo del ejército suizo. Me doy miedo a mí mismo.

01.55 Localizo sin dificultad la rejilla que cierra la instalación de aire acondicionado del local. La abro con la ayuda de mi cuchillo, que dispone de destornillador, abrelatas, sacacorchos, sierra y media docena de bigudís de campaña (quién lo iba a decir, con lo serios que parecen los suizos).

02.00 Me introduzco en el conducto del aire acondicionado. ¡Qué aventi!

02.20 Llevo veinte minutos reptando por estos tubos asquerosos son encontrar ninguna salida. Si encontrara al menos el boquete por el que he entrado, me iba a casa, y a James Bond que le frían un paraguas.

03.00 Sigo reptando por los tubos. Ya debo llevar hechos varios kilómetros. El frío es intensísimo, porque los ejecutivos de verdad siempre tienen mucho calor y exigen aire acondicionado a tope allí donde estén y en todas la épocas del año. También reina una oscuridad absoluta, pero esto me importa menos, porque puedo ver en la oscuridad, lo que supone un ahorro importante cada mes. Esta capacidad, además, me permite sortear los obstáculos que voy encontrando en el camino: ratas, desperdicios industriales, pedruscos y cadáveres. Los cadáveres presentan síntomas claros de congelación. Después de un somero examen, llego a la conclusión de que estos cuerpos pertenecieron en vida a ejecutivos de medio pelo que, habiéndoles sido negada la entrada al local por la puerta grande, han tratado de acceder a él por el mismo camino que yo estoy empleando ahora.

03.40 Diviso a lo lejos un leve resplandor. ¡Es la salida! Hago un último esfuerzo. Ya estoy. Una rejilla me corta el paso. La hago saltar de un puntapié. Me deslizo por el agujero que ha dejado la rejilla. Caigo sobre una mesa dispuesta para veinte comensales. Por fortuna, ninguno de ellos está presente.

03.41 Al oír el estrépito acude un camarero y me ordena que deje libre la mesa de inmediato. Me informa de que esta mesa ha sido reservada por Estefanía de Mónaco, su prometido y unos acompañantes. En realidad, añade, la reserva fue hecha el 9 de abril de 1978 y aún no ha comparecido nadie, pero tratándose de quien se trata, la gerencia del local no ha estimado oportuno dar por cancelada la reserva. Una vez por semana, continúa diciendo el camarero, los manteles y servilletas son lavado, los cubiertos abrillantados, los arreglos florales, renovados, las hormigas, exterminadas, y los panecillos (de pan blanco, integral y de soja) reemplazados por otros recién salidos del horno. En un rincón hay media docena de fotógrafos cubiertos de telarañas.

03.44 Rehecho de la caída, el camarero me dice que, si deseo cenar, puedo hacerlo en cualquiera de las mesas libres del local, que son todas, pues la gente verdaderamente fina nunca cena antes de las cinco o cinco y media de la madrugada, para no ser confundida con el común, que cena antes porque tiene que levantarse pronto. Respondo que, por el momento, tomaré una copa (de cava) en el bar.

03.45 Como el cava me sienta mal, me entretengo contando las burbujas, sin ingerir el líquido que la produce (inexplicablemente) y escuchando la conversación de tres individuos que comparten conmigo la barra del bar. La conversación sería interesante si el insumo inmoderado de cava por parte de los conversantes no les provocara unos borborigmos que les hacen apenas inteligibles. No es difícil, con todo, inferir de qué están hablando, porque los catalanes siempre hablan de lo mismo, es decir, de trabajo. En cuanto se reúnen dos catalanes o más, cada uno cuenta su trabajo con gran lujo de detalles. Con siete u ocho términos (exclusivas, comisiones, carteras de pedidos, y unos pocos más) arman un debate de lo más movido, que puede durar indefinidamente. No hay en toda la Tierra gente más aficionada al trabajo que los catalanes. Si supieran hacer algo, se harían los amos del mundo.

04.00 Se me acerca una chica muy joven y atractiva. Con gran desenvoltura me pregunta si estudio o trabajo. Le respondo que, en realidad, no puede hacerse esta distinción, porque quien estudia aplicadamente realiza el más importante de los trabajos (para el día de mañana), del mismo modo que, quien pone los cinco sentidos en su trabajo, algo nuevo aprende cada día. Sin duda satisfecha con mi respuesta, la chica se aleja a buen paso.

06.00 Las horas pasan sin aportar ninguna de las pistas que he venido a buscar a este local. Empiezo a pensar que, por primera vez, me ha fallado la intuición. La gente ha venido, ha cenado y se está yendo. Algunos han adelgazado tanto durante su cena de negocios que se han esfumado antes del café. Yo sigo aquí, viendo pasar cogotes de merluza y contando burbujas de cava. Ya me han cambiado cuatro veces la copa para que no decaiga la diversión. Estoy por irme.

06.15 Sólo quedo yo en todo el local. El sueño me vence. Incluso creo que he dado un par de cabezadas involuntariamente, porque delante de mí la barra presenta varias abolladuras. Pido la cuenta con ánimo de retirarme y dar por terminadas las pesquisas.

06.16 Cuando estoy considerando la forma menos peligrosa de bajarme del taburete, llega un individuo solo, coloca el codo izquierdo en la barra y hace chascar los dedos pulgar y medio de la mano derecha. Acude el camarero y el individuo pide un whisky. ¿De qué tipo? Malta. ¿En vaso alto? Bajo. ¿Con hielo? Sí. ¿Dos cubitos? Tres. ¿Un poco de agua? Sí. ¿Mineral? Sí. ¿Con gas? Sin. El camarero se retira. El individuo se desmaya,

06.20 Le practico la respiración boca a boca y le abofeteo enérgicamente las mejillas para que reaccione. Como simultaneo ambas operaciones, la mayoría de las bofetadas las recibo yo.

06.25 El individuo recobra el conocimiento en el momento en que el camarero trae lo que ha pedido. Se lo bebe de un trago. Se cae redondo. Vuelta a empezar.

07.00 El individuo y yo salimos juntos del local. Él apoyándose en mí y yo, en las paredes. Fuera, los pájaros gorjean en las ramas y el sol asoma su chocarrera faz por el horizonte, lo que me indica haber entrado ya en el

DÍA 22

07.00 Lo mismo que el párrafo precedente.

07.05 Con una fuerza de la que no habría creído capaz a un individuo tan enclenque, mi nuevo amigo (y protegido) se desprende de mis brazos. Más aún: me desprende mis brazos. Mientras los vuelvo a colocar en su sitio, me pide disculpas. Por el amor de Dios, no tiene importancia. Mi nuevo amigo (y protegido) me explica que, en contra de lo que pudiera parecer, no está ebrio. Sólo fatigado en extremo. Lleva varias noches sin dormir. Meses enteros sin dormir. Indago la causa.

07.30 Las tribulaciones del ejecutivo: lectura y comprensión parcial de las cotizaciones de bolsa, mercado de divisas, mercado de futuros; café con leche (desnatada), biscotes con margarina, las pastillas; ducha, afeitado, violenta aplicación de after-shave. El ejecutivo se pone su impedimenta: Ermenegildo Zegna por aquí, Ermenegildo Zegna por allá. Los niños lavados, vestidos y peinados suben al coche del ejecutivo. Papá los llevará al cole. Anoche cenaron en casa de su madre, pero han dormido en casa de su padre. Esta noche cenarán en casa de su padre, pero dormirán en casa de su madre y mañana los llevará al cole su madre y los irá a buscar él para que cenen en su casa o en casa de su madre (telefoneará). Uno de los niños es suyo; al otro no lo ha visto en su vida, pero prefiere no preguntar. Desde que se separó de su mujer (amigablemente) prefiere no preguntar nada a nadie. El ejecutivo conduce el coche con las rodillas; con la mano derecha sostiene el auricular del teléfono del coche; con la mano izquierda sintoniza la radio del coche; con el codo izquierdo sube y baja las ventanillas del coche; con el codo derecho impide que los niños jueguen con el cambio de marchas del coche; con la barbilla pulsa sin pausa el claxon del coche. En la oficina: telex, fax, cartas, mensajes en el contestador; consulta la agenda. Nena, cancélame la cita de las once; nena, conciértame una cita a las doce; nena, resérvame una mesa para cuatro en La Dorada; nena, cancela la mesa que tengo reservada en Reno; nena, resérvame plaza en el vuelo de mañana a Munich; nena, cancela el vuelo de esta tarde a Ginebra; nena, las pastillas. El ejecutivo aprovecha breves momentos de descanso para aprender inglés: