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Las cifras precedidas por una N, que figuraban en los cuadernos de Ulrich, podrían ser pólizas de seguros de vida de Nesthorn. Después de la fusión con Edelweiss… Me volví hacia mi ordenador y entré en LexisNexis.

Los resultados de mi búsqueda anterior acerca de Edelweiss estaban allí, pero sólo se trataba de información reciente. De todos modos, la ojeé por encima. Hablaba sobre la adquisición de Ajax, la decisión de Edelweiss de participar en un foro sobre compañías de seguros europeas y las pólizas inactivas de seguros de vida pertenecientes a víctimas del Holocausto. Había informes de resultados trimestrales, informes sobre la adquisición de un banco de negocios londinense. La familia Hirs seguía siendo la accionista mayoritaria, con un once por ciento de las acciones. Así que la inicial H grabada en la vajilla de porcelana de Fillida Rossy se debía al apellido de su abuelo. El mismo abuelo con quien solía ir a esquiar a las pistas más difíciles de Suiza. Alguien a quien le gustaban los riesgos, a pesar de su suave voz y de su preocupación por la loción de romero para el pelo rubio de su hija.

Guardé los resultados de aquella búsqueda y emprendí una nueva para conseguir información más antigua sobre Nesthorn y Edelweiss. La base de datos no admitía una fecha tan lejana como para incluir información acerca de la fusión. Desvié el teléfono para que el servicio de contestador atendiera las llamadas mientras luchaba con un vocabulario y una gramática demasiado complejos para un lego en la materia.

La revue d'histoire finanáére et commercial del mes de julio de 1979 contenía un artículo que me pareció que trataba sobre compañías alemanas que intentaban abrir mercados en los países ocupados durante la guerra, Le nouveau géant économique estaba poniendo nerviosos a sus vecinos. En uno de los párrafos del artículo decía on voudrait savoir si la mayor compañía suiza de seguros ha cambiado su nombre de Nesthorn a Edelweiss porque demasiada gente les recordaba por su histoire peu agréable.

Una historia poco agradable. ¿Sería eso? Con toda seguridad no podía referirse a contratar unos seguros de vida que no tenían intención de reembolsar. Tendría que tratarse de otra cosa. Me pregunté si en los demás artículos habría alguna explicación. Los adjunté al correo electrónico que envié a Morrell, porque él lee bien el francés.

Le escribí: «¿Alguno de estos artículos explica qué es lo que hizo la compañía de seguros Nesthorn durante los años cuarenta para convertirse en poco agradable para sus vecinos europeos? ¿Cómo va tu permiso para viajar a la frontera noroccidental?». Di a la tecla de enviar, pensando en lo sorprendente que resultaba que Morrell, a más de veinte mil kilómetros de distancia, pudiera leer casi instantáneamente lo que acababa de escribirle.

Me recosté contra el respaldo de la silla, con los ojos cerrados y pensé en Filuda Rossy durante la cena, acariciando los cubiertos de plata maciza con la H grabada en el mango. Lo que poseía lo tocaba, lo agarraba… Lo que tocaba lo poseía. Aquel gesto compulsivo al colocarle bien el pelo a su hija o el cuello del pijama a su hijo… También a mí me había sostenido la mano de la misma forma inquietante cuando me llevó a presentarme a los demás invitados, el martes por la noche.

¿Podría sentirse igual de posesiva con respecto a Edelweiss como para llegar a matar para proteger a la compañía frente a quienquiera que le reclamase algo? Paul HoffmanRadbuka había afirmado, sin el menor atisbo de duda, que le había disparado una mujer. Malvada, con un gran sombrero y gafas de sol. ¿Podría haber sido Fillida Rossy? Lo cierto era que tras su lánguida apariencia se escondía una mujer decidida. Recordé que Bertrand se había cambiado de corbata después de que ella comentase que era demasiado llamativa. Y también sus amigos se habían esforzado para que nada en la conversación le resultase molesto.

Y, por otro lado, el concejal Durham seguía nadando alrededor de las rocas sumergidas de la historia. Colby, el primo de mi cliente, el que se había encargado de vigilar durante el robo en casa de Amy Blount y el que había dirigido a la policía contra mi cliente, era simpatizante del grupo OJO de Durham. Y la entrevista entre Durham y Rossy del martes… ¿Habría acordado Rossy abortar el proyecto de ley sobre la Recuperación de Bienes del Holocausto a cambio de que Durham le proporcionara una asesina a sueldo para matar a Paul HoffmanRadbuka? Durham era un político tan hábil que costaba pensar que fuese a hacer una cosa que podría exponerle a un chantaje. Tampoco podía imaginarme a un hombre tan sofisticado como Rossy envuelto en un complot para contratar un asesino a sueldo. Me era difícil aceptar que cualquiera de ellos intentase involucrar al otro en algo tan burdo como el robo en casa de Amy Blount.

Llamé a la oficina de Durham. Su secretaria me preguntó quién era y qué quería.

– Soy detective -dije-. El señor Durham y yo nos conocimos la semana pasada. Lamento comunicarle que algunas personas involucradas en su maravilloso proyecto OJO están implicadas en la investigación sobre un asesinato en el que estoy trabajando. Antes de revelar sus nombres a la policía, querría tener la cortesía de informar directamente al concejal.

La secretaria me dijo que esperara. Mientras lo hacía, volví a pensar en los Rossy. A lo mejor podía pasarme por allí un momento para ver si Irina, la doncella, quería hablar conmigo. Si me proporcionase una coartada para los Rossy durante la noche del pasado viernes… Bueno, por lo menos, podría eliminarlos como sospechosos del asesinato de Fepple.

La secretaria de Durham volvió a ponerse al teléfono. Me dijo que el concejal estaría en varios comités hasta las seis de la tarde, pero que podría recibirme en su oficina del South Side a las seis y media, antes de ir a una reunión comunitaria en la iglesia. Tal como se estaban desarrollando las cosas, no quería estar a solas con Durham en su territorio, así que le dije a la secretaria que estaría en el Golden Glow a las seis y cuarto. Durham me vería en mí territorio.

Capítulo 47

Bourbon con una rodajita de limón

Me puse a revisar los mensajes que tenía, tanto en el contestador telefónico como en el ordenador. Michael Loewenthal había pasado por la oficina para dejarme la biografía de Anna Freud. El día me había resultado tan largo que me había olvidado por completo de aquella conversación y también me había olvidado de las chapitas de identificación de Ninshubur.

La biografía era demasiado larga como para ponerme a leerla buscando alguna referencia a Paul Hoffman o Radbuka. Miré las fotografías: Anna Freud sentada junto a su padre en un café, Anna Freud en la guardería de Hampstead donde Lotty trabajó fregando platos durante la guerra. Intenté imaginarme a Lotty cuando era una adolescente. Entonces sería idealista y fogosa, pero sin la pátina de ironía y eficacia con la que, en la actualidad, mantenía a raya al resto del mundo.

Fui hojeando hasta el final para mirar Radbuka en el índice. No estaba. Busqué campos de concentración. La segunda entrada bajo ese epígrafe remitía a un estudio que había escrito Anna Freud sobre un grupo de seis niños llegados a Inglaterra desde Terezin después de la guerra. Eran seis niños, de tres y cuatro años, que habían vivido juntos como si fueran un pequeño equipo, cuidándose unos a otros y estableciendo unos lazos tan fuertes entre sí que las autoridades pensaron que no podrían sobrevivir si los separaban. No se daban nombres ni más datos familiares. Sonaba al grupo que había descrito HoffmanRadbuka en la entrevista de la televisión la semana anterior, el grupo donde lo había encontrado Ulrich y del que lo había arrancado, apartándolo de su amiguita Miriam. ¿Sería cierto que Paul había formado parte de aquel grupo? ¿O se habría apropiado de la historia para hacerla suya?