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Los ejecutivos de Global no se cuentan entre mis mejores seguidores en Chicago, pero ya había trabajado con Beth Blacksin antes de que esa empresa comprara el Canal 13. Beth estaba en la oficina preparando una sección de las noticias para el informativo de la noche. Salió enseguida al hall de recepción, enfundada en los pantalones vaqueros raídos que no puede llevar cuando está en antena, y me saludó como a una amiga a la que no había visto hace mucho tiempo o como a una valiosa fuente de información.

– Me fascinó tu entrevista de ayer con ese tal Radbuka -le dije-. ¿De dónde lo has sacado?

– ¡Warshawski! -me dijo con una expresión de emoción en el rostro-. No me digas que lo han asesinado. Tengo que salir en directo.

– ¡Tranquila, infatigable reportera! Por lo que sé sigue estando entre los vivos. ¿Qué me puedes contar sobre él?

– Entonces es que has encontrado a la misteriosa Miriam.

La agarré por los hombros.

– ¡Blacksin, cálmate, si puedes! En estos momentos estoy simplemente en una excursión de pesca. ¿Tienes alguna dirección que estés dispuesta a facilitarme? De él o de la psicóloga.

Pasamos la cabina de los guardias de seguridad y me llevó hasta un laberinto de cubículos, donde tenían sus despachos los redactores de las noticias. Se puso a examinar un montón de papeles que estaban al lado de su ordenador y encontró el formulario estándar que han de firmar las personas que conceden una entrevista. Radbuka había apuntado el número de un apartamento en un edificio situado en la avenida Michigan, que copié. Su firma era grande y su letra descuidada, como su aspecto dentro de aquel traje que le quedaba demasiado holgado. Rhea Wiell, por el contrario, tenía una firma con las letras muy cuidadas, casi de imprenta. Mientras me fijaba bien en cómo se escribía su nombre, me di cuenta de que la dirección de Radbuka era la misma que la de Rhea: la de su consulta en Water Tower.

– ¿Podrías darme una copia de la cinta con tu entrevista y la discusión entre la psicóloga y el tipo ese de la fundación contra la hipnosis? Estuvo muy bien eso de hacer que hablaran los dos en el último minuto.

Sonrió abiertamente.

– Mi agente está feliz. Mi contrato vence dentro de seis semanas. Praeger está obsesionado con Rhea Wiell. Han sido antagonistas en un buen número de casos, no sólo aquí, en Chicago, sino por todo el país. El cree que ella es la encarnación del demonio y ella opina que él es lo más cercano a un pederasta. Los dos saben muy bien cómo estar ante los medios de comunicación, pero tendrías que haber visto lo que se decían cuando estaban fuera de cámara.

– ¿Y qué piensas de Radbuka? -le pregunté-. Visto de cerca y en persona, ¿te pareció que su historia era verdad?

– ¿Es que tienes pruebas de que es un fraude? ¿Es eso de lo que estamos hablando en realidad?

Me puse a refunfuñar.

– No sé nada acerca de él. Zippo. Niente. Nada [2]. No sé decirlo en más idiomas. ¿A ti qué te pareció?

– Ay, Vic, yo le creí absolutamente todo. Ha sido una de las entrevistas más desgarradoras que he hecho jamás y mira que hablé con un montón de gente después de lo de Lockerbie [3]. ¿Puedes imaginarte lo que debe ser crecer en un ambiente como el suyo y averiguar luego que el hombre que decía ser tu padre era como tu peor enemigo?

– ¿Cómo se llamaba su padre, bueno, el que decía ser su padre?

Buscó en el texto que tenía en pantalla.

– Ulrich. Cuando Paul se refería a él, siempre le nombraba así en vez de llamarle papá, padre o lo que sea.

– ¿Y sabes qué es lo que encontró en los papeles de Ulrich para darse cuenta de que tenía una identidad que había perdido? En la entrevista que le hiciste dijo que estaban en clave.

Negó con la cabeza mientras seguía mirando la pantalla.

– Sólo me dijo que había trabajado con Khea y que así había logrado interpretarlos. Dijo que probaban que en realidad Ulrich había sido un colaborador de los nazis. Hablaba mucho de lo brutal que había sido con él, dijo que le pegaba por comportarse como un mariquita, que le encerraba en un armario cuando se iba a trabajar y que le mandaba a la cama sin cenar.

– ¿Y no había ninguna mujer en ese escenario o es que ella también participaba de esos abusos? -le pregunté.

– Paul me dijo que Ulrich le había contado que su madre, o bueno, más bien la señora Ulrich, había muerto durante el bombardeo de Viena a finales de la guerra. Creo que no se casó nunca aquí, en Estados Unidos, y que ni siquiera llevaba mujeres a la casa. Parece que Ulrich y Paul eran un auténtico par de solitarios. Papá se iba a trabajar, volvía a casa y pegaba a Paul. Al parecer quería que Paul fuera médico, pero él no pudo soportar la presión de esos estudios y acabó siendo un simple técnico de rayos X, lo cual sirvió para que le ridiculizara aún más, pero nunca se marchó de casa de su padre. ¿No te parece escalofriante? Que siguiera con él incluso cuando ya era lo suficientemente mayor como para ganarse la vida…

Aquello era todo cuanto Beth podía, o quería, contarme. Me prometió que aquel mismo día me enviaría por mensajero una cinta a mi oficina con la entrevista completa que le había hecho a Radbuka y el debate con los terapeutas.

Todavía me quedaba tiempo para trabajar un poco en mi oficina antes de acudir a la cita que tenía en Ajax. Estaba a sólo unos pocos kilómetros al noroeste de Global, aunque eran mundos que se encontraban a años luz uno del otro. Para mí no había torres de cristal. Hacía tres años una escultora amiga mía me había ofrecido que compartiéramos un alquiler por siete años de un viejo almacén reconvertido en Leavitt. Puesto que estaba a quince minutos en coche del distrito financiero, donde se concentraba la mayor parte de mis clientes y la renta era la mitad de lo que se paga en una de esas torres relucientes, firmé de inmediato.

Cuando nos instalamos allí, la zona seguía siendo una tierra de nadie bastante mugrienta, entre el barrio latino, que queda un poco más hacia el oeste, y un barrio bastante pijo, de yuppies, cerca del lago. Por aquel entonces, las bodegas y los que se dedican al esoterismo competían con las tiendas de música por los escasos locales pequeños de lo que había sido un polígono industrial. Los sitios para aparcar abundaban. A pesar de que los yuppies están empezando a trasladarse al barrio, abriendo cafés y boutiques, sigue habiendo muchos edificios que están que se caen y un montón de borrachos.

Yo estaba en contra de un mayor aburguesamiento, no quería ver cómo mi renta se disparaba cuando expirase el contrato vigente.

La furgoneta de Tessa ya estaba en nuestra parcelita cuando aparqué. Tessa había recibido un encargo muy importante el mes anterior y estaba haciendo horas extraordinarias para construir maquetas tanto de la obra como de la plaza en la que se iba a instalar. Cuando pasé ante la puerta de su estudio, estaba inclinada sobre su enorme mesa de dibujo, haciendo bocetos. Como se pone de muy mal humor si se la interrumpe, seguí por el pasillo hacia mi despacho sin decir nada.

Hice un par de fotocopias de la póliza de seguros del tío de Isaiah Sommers y metí el original en mi caja fuerte, que es donde guardo todos los documentos de mis clientes mientras estoy llevando a cabo una investigación. La verdad es que mi despacho es una cámara acorazada con paredes ignífugas y puerta blindada.

En la póliza figuraba la dirección de la Agencia de Seguros Midway, que era quien se la había vendido a Aaron Sommers hacía tantos años. Si no conseguía nada positivo de la compañía de seguros, tendría que dirigirme al agente con la esperanza de que recordara qué había hecho hacía treinta años. Consulté la guía de teléfonos. La agencia seguía estando en la calle Cincuenta y tres a la altura de Hyde Park.

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[2] En español en el original. (N. de las T.)

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[3] Se refiere al atentado de unos terroristas libios contra un avión de PANAM que explotó en el aire y cayó sobre la localidad escocesa de Lockerbie. (N. de las T.)