Ahora el concejal parecía Don Perfecto. Me había dedicado una sonrisilla al pasar junto a mí. La sonrisilla de un hombre que había quedado limpio con la muerte de Colby Sommers y que, además, contaba con un buen botín para su campaña de lanzamiento en toda la ciudad. Le había confesado a Terry Finchley, más con pena que con odio, que algunos de los jóvenes de su grupo OJO no estaban tan rehabilitados como él hubiese deseado. Y Finch, que suele ser uno de los polis más rectos y sensatos de la ciudad, me soltó un sermón sobre mi tendencia a acusar al concejal. Si tuviese que ganar todos los asaltos del combate para ser feliz, sería una detective tristísima, pero la verdad es que haber perdido ése me daba una rabia tremenda.
La enfermera entró en la habitación.
– Este paciente está recuperándose de un trauma. Ya ha tenido sus cinco minutos multiplicados por dos, así que márchese ahora mismo.
Ralph se había dormido. Me incliné para besarle la frente, cubierta por un mechón de pelo gris.
Ya en el aparcamiento del hospital Beth Israel, me masajeé los hombros antes de subir al coche. Todavía me dolían por haber tenido los brazos atados a la espalda. Después de hablar con la policía me había ido a casa a descansar, pero todavía estaba molida.
Una vez en casa, había pensado que tenía la obligación moral de contarle al señor Contreras lo que había sucedido, antes de arrastrarme hasta mi cama. Había dormido unas pocas horas, pero cuando me desperté seguía reventada. Todas aquellas muertes y toda la energía que había empleado en intentar desentrañar los casos habían acabado por desvelar algo tan sórdido: Fillida Rossy, protegiendo la empresa de su bisabuelo. Protegiendo su fortuna y su posición social. No es que fuese una Lady Macbeth detrás de Bertrand, él no necesitaba que su esposa le azuzase para enfrentarse a los escollos del camino. Tenía su propia arrogancia y una idea muy particular de sus derechos.
Cuando me levanté, antes de ir al hospital a ver a Ralph, había pasado por mi oficina para mandarle un email a Morrelclass="underline" «¡Cómo me gustaría que estuvieses aquí! ¡Cómo necesito tus abrazos esta noche!».
Me contestó de inmediato, enviándome su amor, su comprensión y… un resumen de los artículos sobre Edelweiss que le había enviado el día anterior. No porque importase ya mucho, no era más que otro aspecto de la fortuna amasada por la familia de Fillida. Nesthorn había asegurado a un montón de peces gordos nazis durante la guerra e incluso había obligado a ciudadanos de la Holanda y la Francia ocupadas a contratar con ellos sus seguros de vida. En la década de 1960 consideraron prudente cambiar el nombre de la empresa por el de Edelweiss, ya que en la Europa Occidental todavía había mucho resentimiento contra Nesthorn.
Allí, de pie en el aparcamiento, solté una risa amarga y volví a masajearme los hombros. Una figura gigantesca apareció de entre las sombras y vino hacia mí.
– ¡Murray! -dije, ahogando un grito y con la pistola en la mano, sin siquiera haberme dado cuenta de que la había sacado-. No me des estos sustos después del día que he tenido.
Me pasó un brazo por los hombros.
– Ya te estás haciendo mayor para escalar edificios tan altos, Warshawski.
– En eso tienes razón -le dije, guardando mi arma-. Sin la ayuda de Ralph y de la señora Coltrain, ahora estaría bajo una losa.
– Y no te olvides de Durham -me dijo.
– ¿Durham? -pregunté-. Ya sé que ahora va por ahí de Don Limpio, pero ese pedazo de político mentiroso sabe muy bien que se ha librado por poco de que lo acusen de asesinato.
– Tal vez, tal vez. Pero esta tarde he tenido algunas palabras con el concejal. Por desgracia, con los micrófonos apagados. Pero dijo que anoche te miró a ti y miró a Rossy y decidió apostar por el talento local. Dijo que había estudiado tu ficha y que había visto que siempre te llevabas muchas patadas en el culo pero que solías caer de pie. ¿Quién sabe, Warshawski? Si llega a alcalde tal vez acabe nombrándote comisario de policía.
– Y tú dirigirás su oficina de prensa -le contesté con tono seco-. Ese tipo ha hecho un montón de cosas horribles, entre las que se incluye delatar a Isaiah Sommers achacándole el asesinato de Howard Fepple.
– No sabía que se trataba de Isaiah Sommers, o al menos eso es lo que me han dicho mis contactos en el Departamento de Policía. O sea, él no sabía que Isaiah era pariente de la misma familia Sommers a la que había ayudado en la década de los noventa -Murray seguía rodeándome con el brazo-. Cuando se enteró, obligó a Rossy a pagarle el seguro a Gertrude Sommers. E intentó hacer que la policía no trabajase a partir de ideas preconcebidas en la investigación del asesinato. Por eso no acusaron a Isaiah Sommers. Ahora te toca a ti. Quiero ver esos misteriosos cuadernos o libretas de contabilidad o lo que fuesen y que los Rossy habían estado buscando por toda la ciudad con tanta desesperación.
– Yo también querría -me desembaracé de su brazo y me giré para quedar de frente a él-. Lotty se ha esfumado con ellos.
Cuando le conté a Murray que Lotty había desaparecido después de su altercado con Rhea junto a la cama de Paul HoffmanRadbuka, me miró con tristeza.
– La vas a encontrar, ¿verdad? ¿Por qué se llevó los libros?
Sacudí la cabeza.
– No lo sé. Ella veía algo en ellos… Algo que los demás no podíamos ver.
Saqué mi maletín del coche y busqué las fotocopias que había hecho del cuaderno.
– Puedes quedarte con esto y puedes reproducirlas si quieres.
Entrecerró los ojos, intentando leer lo que ponía con aquella luz tan débil.
– Pero ¿esto qué quiere decir?
Me recosté con aire cansado contra mi coche y señalé el renglón que ponía «Omschutz, K 30 Nestroy (2h.f) N13426ÓL».
– Según mi entender, estamos viendo un registro de K. Omschutz, que vivía en el número 30 de la calle Nestroy, en Viena. El «2h.f» significa que vivía en el apartamento 2 f, interior. Las cifras corresponden al número de póliza y luego hay una seña que le servía para recordar que era una póliza de vida austríaca: la O de Osterreich, que significa Austria en alemán. ¿Vale?
Tras observar el papel durante un minuto, asintió con la cabeza.
– En esta otra página sólo vienen los valores nominales de las pólizas en miles de chelines austríacos y el pago semanal acordado. No era ningún código. Significa algo muy claro para Ulrich Hoffman: sabía que le había vendido una póliza a K. Omschutz por un valor nominal de cincuenta y cuatro mil chelines contra una iguala semanal de veinte chelines. En cuanto Ralph Devereux, el de Ajax, se dio cuenta de que aquello se refería a pagos de seguros de vida anteriores a la guerra, lo asoció enseguida con el material que encontró en los archivos de mesa de la empleada del Departamento de Reclamaciones que había sido asesinada. Aquello fue lo que le hizo abandonar toda precaución y salir como un vendaval hacia el despacho de Bertrand Rossy.
Ralph me había estado contando todo aquello esa misma noche cuando llegué al hospital, torciendo la boca con una mueca burlona ante su imprudencia. Yo ya estaba cansada de todo aquel asunto, pero Murray estaba tan entusiasmado por haber conseguido en primicia unas cuantas páginas de los libros de Hoffman que casi no podía contenerse.
– Gracias por darme la exclusiva, Warshawski. Sabía que no podías estar enfadada conmigo para siempre. ¿Y qué va a pasar con Rhea Wiell y Paul Hoffman o Radbuka? Esta tarde Beth Blacksin estaba muy contrariada después de haber estado en la clínica y enterarse de que todo el asunto podía acabar siendo un fraude.
Beth Blacksin había estado revoloteando alrededor de los polis en la clínica con sus omnipresentes cámaras. En aquel momento les respondí la mayor cantidad de preguntas que pude, para no tener que someterme a ellas más tarde. Les hablé de los Rossy, de los cobros de las pólizas del Holocausto y de los cuadernos de Ulrich.