»Por supuesto que ahora me he enterado de que durante los primeros quince años de historia de Ajax seguía habiendo esclavitud en Estados Unidos -continuó diciendo-. Y acabo de sugerirle a Ralph que debíamos conseguir que la señorita Blount, la historiadora que ha escrito sobre nuestra historia, buscara en los archivos para saber quiénes eran clientes nuestros en aquellos días tan lejanos. Eso, dando por sentado que no haya decidido pasarle información sobre nuestros archivos a ese concejal, ese tal Durham. Pero ¡qué caro es rebuscar en el pasado! ¡Qué costoso!
– ¿Su historia? Ah, ya, el librito que se llama Ciento cincuenta años de vida. Tengo un ejemplar, aunque he de confesar que aún por leer. ¿Cubre los primeros años de Ajax anteriores a la emancipación de los esclavos? ¿Cree de verdad que la señorita Blount entregaría sus documentos a una persona ajena a su compañía?
– ¿Es ése el auténtico motivo de su visita? Ralph me ha dicho que es usted detective. ¿Está usted haciendo algo muy sutil, muy a lo Humphrey Bogart, fingiendo estar interesada en la reclamación de los Sommers e intentando tenderme una trampa con sus preguntas sobre las reclamaciones de los supervivientes del Holocausto y los descendientes de esclavos? Ya me parecía que esa póliza era poca cosa, muy poca cosa, para planteársela a un director de Reclamaciones -dijo sonriendo abiertamente, invitándome a que me lo tomara como una broma, si quería.
– Estoy segura de que en Suiza, igual que aquí, la gente suele recurrir a alguien conocido -le dije-. Y Ralph y yo trabajamos juntos hace un montón de años, antes de su «exaltación» y, aprovechando que lo conozco, confiaba en lograr una respuesta rápida para mi cliente.
– «Exaltado» es justo el término para definirme -dijo Ralph, que acababa de volver-. Vic tiene la deprimente costumbre de olfatear los delitos financieros, así que es mejor estar de su parte desde el comienzo que enfrentarse a ella.
– Entonces, ¿cuál es el delito relacionado con esta reclamación? ¿Qué es lo que ha olfateado usted hoy? -preguntó Rossy.
– Hasta el momento, nada. Pero es que no he tenido tiempo de consultar al vidente.
– ¿Vidente? -repitió con recelo.
– Indovina -dije sonriéndole-. Abundan en el barrio en el que tengo mi oficina.
– ¡Ah, ya! Vidente -exclamó Rossy-. Me he pasado años pronunciándolo mal. A ver si me acuerdo de decírselo a mi mujer. Lo que más le interesa son las cosas raras que me ocurren en el trabajo. Vidente y gallinero. Eso le va a encantar.
La secretaria de Ralph me salvó de tener que responder. Venía acompañando a una joven que agarraba con fuerza una carpeta muy gruesa. Llevaba unos vaqueros de color caqui y un jersey que había encogido de tantos lavados.
– Señor Devereux, ésta es Connie Ingram -dijo la secretaria-. Tiene la información que ha pedido.
Ralph no nos presentó, ni a Rossy ni a mí, a Connie Ingram. Ella nos miró con aire de tristeza, pero le entregó la carpeta a Ralph.
– Éstos son todos los documentos de la L14693 872. Siento venir con vaqueros y estas pintas, pero es que la supervisora no está y me han dicho que le trajera el expediente yo misma. He sacado una copia del estado financiero a partir de la microficha, así que no está demasiado nítida, pero es todo lo que he podido hacer.
Bertrand Rossy se levantó también cuando me acerqué para ver los papeles por encima del hombro de Ralph. Connie Ingram pasó varias páginas hasta llegar a los documentos de pago.
Ralph los sacó de la carpeta y se puso a estudiarlos. Los estuvo leyendo un buen rato y, luego, se volvió hacia mí con una expresión contrariada.
– Parece que la familia de tu cliente ha intentado cobrar la misma póliza dos veces, Vic. Ya sabes que eso no nos hace ninguna gracia.
Agarré las hojas. La póliza se había cubierto en 1986. En 1991 alguien había presentado un certificado de defunción y allí estaba la fotocopia del cheque con el que se había pagado la póliza a nombre de Gertrude Sommers, a la atención de la Agencia de Seguros Midway, y estaba debidamente endosado.
Durante unos instantes me quedé sin habla. La afligida viuda tenía que haber sido toda una actriz para convencer al sobrino de que soltara la pasta para el funeral y el entierro de su tío habiendo cobrado la póliza hacía diez años, pero ¿cómo diantre había conseguido un certificado de defunción en aquel entonces? Mi primer pensamiento fue malévolo: me alegré de haber exigido el pago por adelantado.
Dudaba de que Isaiah Sommers me hubiera pagado si le hubiese ido con aquella historia.
– Esto no será una broma, ¿verdad, Vic? -me preguntó Ralph.
Estaba contrariado ante la idea de parecer un incompetente a los ojos de su nuevo jefe, así que yo no iba a echar más leña al fuego.
– Palabra de boyscout. La historia que he contado es exactamente la que me contó mi cliente. ¿Has visto alguna vez una cosa así? ¿Un certificado de defunción falso?
– A veces sucede -dijo Ralph, echando una mirada a Rossy-. Por lo general se trata de alguien que finge su muerte para huir de los acreedores. Las circunstancias de la póliza, la magnitud, el tiempo transcurrido entre cuando se suscribió y cuando se cobró, hacen que investiguemos antes de pagarla. Pero, en un caso como éste -dijo golpeando con el dedo el cheque cancelado-, por un valor nominal tan bajo y en el que hemos cobrado la prima completa hace años, no nos ponemos a investigar.
– O sea, que existe esa posibilidad: la posibilidad de que haya gente que presente una solicitud de pago que no le corresponde -dijo Rossy mientras cogía la carpeta que tenía Ralph y empezaba a mirarla con cuidado, página por página.
– Pero sólo se paga una vez -dijo Ralph-. Como podrá ver, cuando la funeraria reclamó la póliza, disponíamos de toda la información y no la pagamos por segunda vez. No creo que nadie de la agencia se molestase en verificar si el tomador… -miró la etiqueta que llevaba la carpeta-, si Sommers había muerto realmente cuando su mujer presentó la solicitud de pago.
Connie Ingram preguntó si debía decirle a su supervisora que llamara a la agencia o a la funeraria. Ralph se volvió hacia mí.
– Vas a hablar con ellos de todos modos, ¿verdad, Vic? ¿Te importaría decirle a Connie lo que averigües? Quiero decir, la verdad, no la versión que pretendas que se trague Ajax.
– Si la señora Warshawski tiene la costumbre de ocultar lo que averigua, tal vez no deberíamos confiar en ella en un asunto tan delicado como éste, Ralph -dijo Rossy, haciéndome una pequeña reverencia-. Estoy seguro de que formulará las preguntas con tanta habilidad que nuestro agente puede acabar contándole algo que debería quedar entre él y la compañía.
Ralph empezó a decir que Rossy sólo estaba intentando picarme, luego suspiró y le dijo a Connie que, por supuesto, hiciera cuantas preguntas necesitase para poder dar por zanjado aquel expediente.
– Ralph, ¿y qué pasaría si hubiese sido otra persona la que, haciéndose pasar por Gertrude Sommers, hubiese presentado la solicitud de pago? -le pregunté-. ¿Volvería a pagar la compañía la totalidad del seguro?
Ralph se frotó los surcos, cada vez más profundos, que tenía entre las cejas.
– No me pidas que haga disquisiciones morales sin conocer todos los datos. ¿Y si hubiera sido su marido o su hijo? El hijo figura como el segundo beneficiario, tras la esposa. ¿Y si fue su párroco? No voy a comprometer a la compañía antes de conocer los hechos.
Aunque me hablaba a mí, estaba mirando a Rossy, quien, a su vez, miraba el reloj de un modo nada discreto. Ralph murmuró algo sobre la cita que tenían a continuación. Aquello me inquietó más que la reclamación fraudulenta: no me gusta que mis amantes, incluso mis antiguos amantes, sean serviles.