Revolví entre mi montón de papeles.
– Pero ¿la hija que presentó los cargos no era paciente privada de RheaWiell?
– Sí, pero Rhea todavía trabajaba para el Estado, por lo tanto aquel tipo podía habernos acusado de que ella estaba usando las oficinas estatales o nuestras instalaciones para fotocopiar o para lo que fuese, cualquier cosa que se le ocurriese y que nos pudiese llevar a una demanda. Nosotros no podemos correr esa clase de riesgos. Así que tuvimos que decirle que se fuese. Ahora, dígame usted, ya que he sido tan franca, ¿qué es lo que ha hecho Rhea para que una investigadora privada esté interesada en ella?
Ya sabía yo que iba a tener que desembuchar algo. Ojo por ojo, diente por diente, así es como se logran las informaciones.
– Uno de sus pacientes salió esta semana en las noticias. No sé si habrá visto a ese tipo que dice haber recuperado la memoria de lo que le sucedió en el Holocausto. Alguien quiere escribir un libro sobre él y sobre la forma de trabajar de Rhea. Me han pedido que investigue algunos antecedentes.
– Si hay algo que Rhea sabe hacer mejor que ningún otro psicólogo que haya trabajado para nuestra oficina es llamar la atención -dijo mi informante y luego colgó.
Capítulo 9
La princesa de Austria
– Así que es una auténtica psicóloga. Controvertida pero auténtica -dije, mirando el resplandor del cigarrillo encendido de Don-. Si hicieras un libro con ella, por lo menos no trabajarías con una farsante.
– La verdad es que los de Nueva York están como locos porque he conseguido una cita con la dama. Mañana a las once. Si no tienes nada que hacer, ¿te gustaría estar presente? Tal vez puedas elaborar un informe para la doctora Herschel que te ayude a disipar sus preocupaciones.
– Teniendo en cuenta las circunstancias, no creo que eso suceda. Pero sí que me gustaría conocer a Rhea Wiell.
Estábamos sentados en el porche trasero de la casa de Morrell. Eran casi las diez, pero Morrell todavía estaba en el centro de la ciudad en su reunión del Ministerio de Asuntos Exteriores. Yo tenía la desagradable sensación de que estaban intentando convencerle para que hiciera alguna labor de espionaje mientras estuviese en Kabul. Me había embutido en un viejo jersey de Morrell, que me procuraba cierto consuelo y me hacía sentirme un poco como Mitch y Peppy (a los perros les gusta jugar con mis calcetines viejos cuando estoy de viaje). Lotty me había dejado tan hecha polvo aquel día que agradecía cualquier consuelo que pudiera encontrar.
No había parado de correr desde que me había despedido con un beso de Morrell aquella mañana. Aunque todavía me quedaba una docena de cosas urgentes por hacer, estaba demasiado agotada como para seguir trabajando. Necesitaba descansar antes de dictar mis notas sobre el caso, antes de llamar a Isaiah Sommers, antes de volver a casa y sacar a los perros a dar una vuelta y antes de regresar a la casa de Morrell con un contrato para Don Strzepek que cubriera mis averiguaciones sobre Rhea Wiell. Pensé: me voy a tumbar sólo media hora en el catre que tengo en el cuarto de atrás. Media hora será suficiente para que me recupere y así poder meter toda una jornada de trabajo en lo que queda de tarde. Habían pasado casi noventa minutos cuando mi cliente me sacó de la cama.
– ¿Por qué ha ido a casa de mi tía a acusarla de todas esas cosas? -me preguntó después de que el teléfono me despertarse-. ¿Es que no puede respetar a una viuda?
– Pero ¿de qué la he acusado? -sentía como si tuviese los ojos y la boca llenos de algodón.
– Usted fue a su casa y le dijo que le había robado dinero a la compañía de seguros.
Si no hubiese estado adormilada le hubiese contestado con más frialdad. O tal vez no.
– Siento un gran respeto por el dolor de su tía pero no fue eso lo que le dije. Y antes de llamarme y acusarme de un comportamiento tan abominable, ¿por qué no me pregunta qué fue lo que dije?
– Muy bien, se lo pregunto ahora -su voz denotaba una gran carga de furia contenida.
– Le mostré a su tía el cheque cancelado que la compañía extendió cuando se cobró su seguro de vida hace nueve años. Le pregunté qué sabía al respecto. Eso no es ninguna acusación. La Agencia de Seguros Midway extendió un cheque a su nombre. Yo no podía comportarme como si su nombre no figurase en el cheque. Yo no podía comportarme como si en Ajax no hubieran extendido el cheque si hubieran pensado que el certificado de defunción no era auténtico. Tenía que preguntarle al respecto.
– Tendría que haber hablado conmigo antes. Fui yo quien la contrató.
– No puedo consultar a mis clientes cada uno de los pasos que vaya a dar en una investigación. Así no lograría hacer nunca nada.
– Usted aceptó mi dinero y lo ha empleado en acusar a mi tía. Su contrato dice que puedo dar por terminado nuestro acuerdo cuando quiera. Pues lo doy por terminado ahora mismo.
– Muy bien -le repliqué-. Lo damos por terminado. Alguien ha cometido un fraude con la póliza de su tío. Si lo que quiere es que se salgan con la suya, que así sea.
– Por supuesto que no quiero eso, pero investigaré el asunto por mi cuenta, sin faltarle el respeto a mi tía. Debí imaginarme que una detective blanca iba a actuar del mismo modo que la policía. Tendría que haberle hecho caso a mi mujer -colgó el teléfono.
No era la primera vez que un cliente furioso me despedía, pero nunca he sabido tomármelo con ecuanimidad. Podía haber hecho las cosas de otro modo. Podía haberlo llamado, telefonearle antes de haber ido a visitar a su tía para tenerlo de mi lado. O por lo menos haberlo llamado antes de irme a dormir. O no haber perdido la paciencia, que sigue siendo mi principal defecto.
Intenté recordar lo que le había dicho exactamente a su tía. ¡Mierda! Debería hacerle caso a Mary Louise y dictar mis notas a la grabadora nada más acabar las entrevistas. Pero bueno, mejor tarde que nunca: podía empezar por mi conversación telefónica con mi cliente. Ex cliente. Marqué el número del servicio del procesador de texto que utilizo y dicté un resumen de la llamada, añadiendo una carta para Sommers en la que le confirmaba la cancelación de mis servicios; junto con la carta le enviaría la póliza de su tío. Una vez que acabé con Isaiah Sommers, dicté las notas sobre el resto de las conversaciones del día, empezando por la última, por mi informante que trabajaba en los Servicios Familiares, hasta llegar a mi encuentro con Ralph en Ajax.
Lotty llamó por la otra línea cuando estaba en medio de la reconstrucción de la visita que le hice al agente de seguros Howard Fepple.
– Max me ha contado lo del programa que vio contigo anoche en casa de Morrell -dijo sin preámbulo alguno-. Me pareció muy inquietante.
– Lo era.
– Max no sabía si creerse o no la historia de ese hombre. ¿Grabó Morrell la entrevista?
– No que yo sepa. Pero hoy he conseguido una copia, así que puedo…
– Quiero verla. Puedes traerla esta noche a mi apartamento, por favor -sonaba como una orden, no como si estuviese pidiéndome un favor.
– Lotty, no estás en tu quirófano. Esta noche no tengo tiempo para pasar por tu casa, pero mañana por la mañana…
– Lo que te estoy pidiendo es un favor muy sencillo, Victoria, que no tiene nada que ver con mi quirófano. No tienes que dejarme el vídeo, sólo quiero verlo. Puedes quedarte conmigo mientras lo estoy viendo.