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– Hola, ¿qué hay? -se quedó expectante.

– Estamos escribiendo un reportaje sobre la muerte de Marta -dijo él.

A Elena le cambió la cara.

– La pobre -exclamó.

– Hemos intentado hablar con su amiga Úrsula, y ahora estamos buscando a otra, Patri.

– ¿La Patri? -asintió con la cabeza-. Ah, ya.

– Nos ha dicho Elena que tal vez tú…

– Pues hace como tres o cuatro semanas que no la veo ni sé de ella, a lo mejor incluso más, no sé -sus mandíbulas iban de arriba abajo sin parar, implacables-. Como va por libre…

– ¿Qué quieres decir?

– Pues que va y viene, eso -quiso ser explícita sin lograrlo.

– ¿Por su trabajo? -trató de ayudarla Gil.

– ¿Trabajo? ¡No! -lo dijo con generosa expresividad-. La Patri se busca la vida como puede mientras espera ser mayor de edad y todo ese rollo.

– ¿Por qué?

– Porque si la pillan, igual la envían a un orfanato o donde sea que metan a la gente que no tiene a nadie. Y con lo libre que ha sido siempre ella…

– Así que Patri es huérfana.

– Sí, perdió a su madre hace unos meses, y después de lo que les pasó a la Neli y la Carolina…

– ¿Quiénes son esas?

– Dos de por aquí -abarcó el entorno.

– ¿Y qué les pasó a ellas?

– Ni idea.

Gil se impacientó. Parecía ser el denominador común de la mayoría: la parquedad oral. Miró a Julia en demanda de ayuda, pero se encontró con una fría ironía en sus ojos, como diciéndole que ya lo estaba haciendo bastante bien. Manu se ocupó en formar una enorme pompa con su chicle.

– Veamos, has dicho «después de lo que les pasó» -trató de centrar él sus palabras.

La pompa desapareció sin llegar a estallar.

– Bueno, les pasó que desaparecieron, pero no sé nada más.

– ¿Desaparecieron… desaparecieron? -insistió Gil.

– De la noche a la mañana.

– ¿Y eso no es raro?

– ¿Por qué iba a serlo? -Manu hizo un gesto lleno de naturalidad-. Si yo me quedo huérfana, sin nadie, no voy a ir por ahí contándole a todo el mundo lo que voy a hacer, y más si pienso que van a venir los de la Administración o los de la asistencia social, o los que sean. Así que, o las trincaron ellos y se las llevaron por ser menores, o se dieron el piro y estarán por ahí.

– Así que Patri también se quedó sola y, vistos los antecedentes, crees que no quiso jugársela.

– Fijo.

– ¿Alguien del barrio podría saber…?

– No sé -dobló las comisuras de los labios hacia abajo-. Podéis preguntar.

Era como dar palos de ciego.

Julia sacó su bloc. Era la primera vez que abría la boca en todo aquel rato.

– ¿Podríais darnos los apellidos de todas?

– Patri González…; bueno, en realidad es Petra, pero la llamaban Patri -Manu se dirigió a ella, ahora convertida en la estrella del momento-. Neli era Analía García, y Carolina… -hizo memoria hasta que lo recordó-. Sí, Carolina Santaclara. Yo me llamo Manu Pérez. ¿Lo tienes?

– Manuela Pérez. Lo tengo.

– Manu -la corrigió.

– Manu -asintió Julia.

La muchacha volvió a dirigirse a Gil.

– Lo de esa chica, Marta, fue todo un golpe, ¿eh? Yo es que, cuando lo supe, aluciné en colores. Un asesinato, tú. Hay gente bestia, pero eso… Oye, ¿y para qué periódico trabajáis?

No quería dar excesivas explicaciones, así que no se lo pensó dos veces.

– Para el Avui.

– Ah, en catalán, claro.

No iban a sacar mucho más. Lo comprendieron al ver aparecer por la boca de Manu otro globo de color rosa. Este sí llegó a estallar. Ella devoró el chicle y retiró los restos con la lengua. Daba la sensación de estar encantada y de ser una chica despreocupada, abierta y cargada de fresca inocencia.

– Yo tengo que volver a casa -dijo Elena-. ¿Os quedáis, o venís conmigo a buscar la moto?

Capítulo 3

No se alejaron demasiado del ÍES El Fortín, ni de la casa de Elena, ni de la zona. Gil detuvo la moto a unos doscientos metros y los dos pusieron pie en tierra para hacer una valoración de los últimos acontecimientos. Escogieron un lugar sombreado porque el día estaba siendo caluroso. Les bastó una mirada de inteligencia para darse cuenta de que ambos se encontraban en la misma sintonía. Aun así, Julia lo expresó con palabras:

– ¿Piensas lo mismo que yo?

– Tres chicas desaparecidas y Marta muerta.

– ¿Casualidad?

No hubo respuesta. Julia siguió hablando.

– Ninguna de ellas tenía familia.

– Marta sí.

La muchacha rebuscó en el interior de su bolso hasta dar con el móvil. Lo tenía desconectado, así que lo primero que hizo fue insertar su código personal y abrir la línea.

– ¿A quién llamas? -quiso saber Gil.

– A mi padrino.

El chico asintió con la cabeza y esperó. Julia acabó de marcar el número y se enfrentó a sus ojos. Por extraordinario que pareciera, empezaban a sentirse como verdaderos profesionales, como si aquello no fuese un trabajo escolar, sino un auténtico reportaje. La determinación de sus gestos, sus miradas, todo confluía en un vértice muy agudo que actuaba igual que una cuña: el rompehielos de su destino.

– ¿Tía Cinta? Soy yo, ¿está el padrino?

– Se ha pasado por la Central, hija.

– Le llamo allí. Si cuando llegue no hemos hablado, dile que me llame, ¿de acuerdo?

– A saber en qué lío te estarás metiendo.

– Que no, mujer. ¿Tienes su número?

– Apunta.

Julia sacó su bloc con la otra mano y se lo tendió a Gil. Su compañero tomó nota y luego ella cortó la comunicación. Marcó de nuevo los nueve dígitos facilitados por la mujer de su padrino y esperó. La voz del otro lado fue ahora mucho más aséptica.

– ¿Pablo Barrios, por favor?

– Ahora mismo está ocupado, ¿quién le llama?

– Su ahijada, Julia Montornés. ¿Podrían decirle que me telefonee, que es… urgente? Le dejo el número de mi móvil.

El dueño de la voz apuntó las nueve cifras y, tras ello, Julia volvió a guardar el teléfono en su bolso. La mirada de Gil y la suya convergieron en un profundo y críptico silencio.

– Aquí está pasando algo -suspiró ella.

– Y la dichosa Úrsula no quiere hablar.

– ¿La secuestramos y la torturamos? -se enfadó Julia.

– Serías capaz.

Había animación por la calle, así que se sintieron islas en mitad del bullicio que los envolvía. Dos pedazos de nada, cargados de preguntas sin respuestas, buscando la forma de encontrar un paso en el laberinto, o la forma de apartar las brumas que se cerraban en torno a la vida de Marta Jiménez Campos.

Al menos su vida inmediata, de la que nadie les había hablado.

– Esto ya no es un trabajo escolar, ¿verdad? -preguntó de pronto Gil.

– No, ya no -se rindió Julia.

– ¿Crees que conseguiremos algo?

– No lo sé, pero no voy a rendirme así como así.

– ¿Alguna idea brillante?

– ¿Y si seguimos a Úrsula? -propuso ella.

– ¿Con qué objeto?

– Tal vez nos lleve a alguna parte, hasta Patri o…, no sé.

– Por mí, de acuerdo. Lo malo es saber cuándo va a salir. O trabaja en el bar, como ayer por la tarde, o está en su casa del callejón.

– Anoche daba la impresión de ir a alguna parte. Puede ser cuestión de paciencia. No tiene clases; estamos en vacaciones de Pascua… Seguro que sale a tomar algo, o a ver a un chico.

– ¿Qué hacemos hasta la noche?

– ¿Insistir con Paco?

– No -fue categórico Gil-. Era su ex y no dirá nada si es que sabe algo o andaba metido en lo del robo de recambios.