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– ¿Podemos hablar en algún sitio?

– Ahí hay unos bancos -señaló hacia abajo, al otro lado de la parada de metro de Sant Andreu.

– Mejor -dijo ella.

Fue una larga distancia para tanto silencio. Como recorrer un kilómetro bajo el peso de la incertidumbre.

La mano de Julia rozó una vez la de Gil. En un segundo roce, uno de sus dedos se agarró a él. A la tercera, se la cogió del todo y se la presionó. Su compañero supo entenderla.

Tenían que decirle al muchacho que Marta estaba muerta.

Y si era lo que ella pensaba…

Llegaban a un banco absolutamente libre, porque estaba en la sombra, cuando David ya no pudo más.

– ¿Quiénes sois vosotros?

– Periodistas -fue la respuesta de Julia.

– ¿Periodistas? -los miró frunciendo el ceño-. ¿Qué tiene que ver Marta con…?

– ¿Podemos hacerte unas preguntas? Luego te contaremos el resto.

Se sentaron, David a un lado, Julia en medio y Gil en el extremo opuesto, pero ellos dos vueltos hacia el muchacho y él hacia ellos. Su ansiedad se hacía más y más evidente. Era guapo, un chico a la altura de la belleza de Marta. Probablemente habrían hecho una buena pareja. Probablemente.

Julia se quedó sin fuerzas.

– ¿Cuándo fue la última vez que viste a Marta? -preguntó Gil.

– Hace diez días.

– ¿Y por teléfono?

– Lo mismo. La he estado llamando sin parar y su abuela me decía que no estaba en casa, que no sabía nada de ella y que, cuando volviera, ya le daría el recado. Yo no podía creerlo, pero… Me dijo que no era la primera vez que pasaba unos días fuera sin avisarla. Es… increíble.

– No tenía móvil, ¿verdad? -quiso confirmarlo.

– No.

– ¿Por qué no fuiste a su casa?

– Porque Marta me prohibió que lo hiciera. Tengo sus señas, pero… Ella me dijo que si una vez, una sola vez, me veía en su casa, en su calle, en su barrio, cortaba conmigo. Y lo decía en serio. Le juré que no lo haría.

– ¿Cuándo fue la última vez que llamaste y hablaste con su abuela?

– El viernes pasado. Me dijo que no volviera a telefonear, que la estaba poniendo aún más nerviosa de lo que estaba. Me soltó unos gritos y…, ¿qué iba a hacer yo? Desde entonces me he vuelto loco.

– ¿Te extrañó?

– ¿Que si me extrañó? ¿Estáis de coña, o qué? ¡Estoy muy preocupado! ¿Adónde puede haber ido? ¡Por Dios, solo tiene quince años, y a nadie más que a su abuela y a mí! ¡Ella no se habría ido sin decírmelo!

– ¿Erais muy amigos?

David se puso rojo ante la primera pregunta de Julia. No hacía falta una respuesta. Bajó la cabeza y entonces se dio cuenta de que la fórmula para hacerla había sido empleando el pasado, no el presente. Hundió en la muchacha sus ojos repentinamente pequeños.

– ¿Erais?

Se lo dijo Gil. Ya no esperó más. Ninguno de los dos sabía si existía una forma de decir algo como aquello, porque nunca habían tenido que hacerlo. Su voz se llenó de crepúsculos cargados de dulzura.

Como si pudiera lanzarse una bomba atómica rodeada de flores.

– Marta ha muerto, David.

Se quedó muy quieto. Lo único que se movió en él fueron las pupilas, inundadas a una velocidad abismal. Una súbita marea que las desbordó. Cuando cayeron las dos primeras lágrimas, saltando hacia abajo en un torrente que laceró sus mejillas, se hundió sobre sí mismo. Julia lo estaba esperando, así que le abrazó. Fue un gesto instintivo.

Y David, igual que un androide sin resistencia, se fundió con ella.

La escena se congeló unos segundos, quizá un minuto.

– Dios mío -gimió el chico.

El mundo se movía a su alrededor, el tráfico era una locura, la gente entraba y salía del metro convertido en un hormiguero, prisas, carreras, olores, sensaciones. Y en su isla, la otra realidad.

Estaba abrazando y consolando a una persona a la que acababa de conocer.

– Ayúdanos, David -le pidió Julia.

– ¿A… qué?

– Dinos lo que sepas.

David se separó de ella. Se pasó la mano por los ojos. Su cara expresaba ahora el desconcierto y el dolor que le estaban destrozando por dentro.

– ¿Yo?

– ¿La querías?

– Sí, desde que nos conocimos…

– ¿Cuándo fue eso?

– No… hace mucho -llegó a sonreír con su primera evocación-. Mañana hubiera hecho… un mes.

– ¿Cómo fue?

– El día de la tromba de agua -se sumió en ese recuerdo y bajó los ojos-. Yo estaba cobijado en un portal cuando llegó ella, empapada y calada hasta los huesos. Nos pusimos a hablar y luego…, estornudó y le ofrecí mi chaqueta, para que se tapara. Estábamos aquí cerca, así que, al parar de llover, le sugerí que subiera a mi casa a secarse. Después…, bueno, quedamos en vernos aquel sábado y…

– ¿En este mes habéis hablado mucho?

– Si os referís a si me contó su historia, sí, lo hizo. Sé que apuñaló a aquel hombre, que tomó drogas después de que la violaran y que estuvo detenida por robo. Lo sé todo -volvió a levantar sus ojos con orgullo.

– Así que confió en ti.

– Sí.

– ¿Te contó por qué cometió esos robos?

– Salía con uno que la obligó. Un hijo de… -crispó los puños-. Marta es la persona más dulce, cariñosa y romántica que he conocido. Se vuelca siempre en lo que hace. Creo que tiene tanta necesidad de ser amada como de amar. Es un volcán en constante erupción, y tan llena de vida…

Hablaba de ella en presente. Todavía. La palabra «vida» le hizo darse de bruces con la muerte. La idea ya era una realidad, pero ahora tenía que aceptarla, y eso no era fácil. Penetraba en su mente igual que un taladro, causando mucho dolor.

– ¿Llegasteis a acostaros?

– ¡No!

Julia comprendió que era una pregunta estúpida. Y que él, incluso por aquella vehemencia, podía haber mentido. La idea de que estuviese embarazada o algo así se esfumó tan rápido como acababa de surgirle en la mente. Dejó que Gil continuara el interrogatorio mientras pudieran.

– ¿La notaste extraña los últimos días?

– Estaba muy feliz, ilusionada, contenta… Decía que su vida iba a cambiar.

– ¿Por qué?

– No lo sé. No quiso decírmelo. Era un misterio. Supuse que jugaba conmigo, pero no; la verdad es que nunca quería soñar despierta, sino basarse en realidades. Desde luego, estaba esperando algo. Y algo maravilloso.

– ¿Tú qué pensabas?

– Yo no pensaba nada. Era una chica sencilla, risueña, tan guapa… Siempre estaba riendo -ahora sí hablaba en pasado, y fue consciente de ello-. Ni siquiera me habéis dicho cómo… ha…

Volvió a llorar.

Y ni Julia ni Gil pudieron decirle la verdad.

– La policía lo está investigando -quiso ser evasivo él.

– ¿La policía?

– Aún es un misterio. La encontraron… muerta, ¿comprendes?

No, no lo comprendía. Era imposible. Se preguntaron cuánto lograrían sostenerle mínimamente consciente.

– No… es… justo… -gimió más y más destrozado.

– David, por favor. Solo unas preguntas más.

Lloraba erguido, sin volver a derrumbarse y sin que Julia le tendiera sus brazos. Ahora, algo les separaba. Los mensajeros siempre eran decapitados cuando traían malas noticias. Y ellos acababan de hundirle la vida.

– ¿Qué queréis que… os diga?

– ¿Te habló de una fundación llamada ASH, Ayuda Social Humanitaria?

– No.

– ¿Y de sus amigas?

Intentó regresar de su más allá del dolor.

– Patri… y Úrsula…

– ¿Qué decía de ellas?

– De Úrsula… -frunció el ceño, aturdido-. De Úrsula, que cuando me la presentase… alucinaría. No quería contarme más. De Patri decía que… que tenía mala suerte y que… lo sentía… por ella. La última semana estaba preocupada porque… -se llevó una mano a la sien-. Me comentó que… Sí, que había desaparecido, que llevaba días sin saber… nada de ella. Y luego…