– Despierta ya, dormilón, a ver si voy a tener que hacer yo todo el trabajo.
– Llevo en pie desde las ocho de la mañana. Ya me he leído el periódico. Iba a llamarte ahora.
– Eso se llama sincronización -dijo Julia-. Yo he hecho lo mismo.
– Por eso estamos en el mismo equipo.
– Puedes jurarlo -cantó ella-. ¿No me digas que también los has comprado todos para cotejar la noticia con los demás?
Gil miró la pequeña montañita de periódicos, con sus correspondientes regalos dominicales. Se puso rojo y casi estuvo a punto de decir que no. Pero comprendió que era una estupidez y una galantería fuera de lugar.
– Sí -admitió.
– ¡Genial! -era una de sus expresiones favoritas. Al pronunciarla, a Julia se le encendía la mirada. A veces incluso apretaba los puños.
– ¿Cuándo nos vemos?
– Ahora mismo, ¿no?
– Voy a buscarte. Con la moto son cinco minutos.
– Te espero abajo.
Gil cortó la comunicación, metió los periódicos en la bolsa que a veces llevaba colgada del hombro y recogió su casco y el del pasajero; casi nunca llevaba a nadie, y menos a una chica, por lo que estaba nuevo. Desde su llegada a Barcelona para estudiar en la Pompeu Fabra, había tenido que concentrarse al cien por cien en la carrera y controlar sus gastos. Su padre estaba enfermo y su economía era limitada. Salir con alguien representaba un exceso. Así que, los fines de semana que no subía al pueblo, como mucho, iba al cine.
Nunca le había pedido a Julia que le acompañara.
A veces no estaba seguro de nada, salvo de sí mismo.
Tardó los cinco minutos previstos y, al doblar la esquina de su calle, divisó a Julia en su portal. No se veía un alma a lo largo y ancho de aquel tramo de acera. Detuvo la moto, se quitó el casco y los dos se quedaron mirando con una sonrisa en los labios, sin saber muy bien qué hacer, hasta que ella rompió el hielo:
– ¡Comienza la aventura!
– ¿Adónde vamos?
– Yo no he desayunado y ahí hay una cafetería. ¿Te parece?
– Yo sí, pero te acompaño, claro.
Recogió la bolsa y los dos cascos. Julia no llevaba más que el periódico elegido.
– He pensado que los otros ya los traerías tú y que, si no lo hacías, subiría a buscarlos.
– Claro.
– Oye -le detuvo-. Sé que estás estudiando en Barcelona y que no eres hijo de millonario, así que, antes de empezar, dejemos claro que en los gastos vamos a medias, ¿de acuerdo?
– Bien.
– Y si hay algún extra, yo puedo…
Se puso algo roja por si él se molestaba.
– Siempre he querido que una chica me invite a algo. Es uno de mis sueños -bromeó Gil.
– Ah, bueno -suspiró Julia-. Entonces vale.
Cruzaron la calle y se metieron en la cafetería. Parecía antigua, una de las de antes. Se sentaron en una mesa junto al ventanal que daba a la calle y ella pidió una taza de chocolate con nata y dos cruasanes. Mientras esperaban, Julia propuso:
– Dame el periódico con tus tres noticias seleccionadas y tú mira el mío. A ver qué tal.
Se los intercambiaron. Justo habían terminado de leer sus noticias cuando el chocolate y los cruasanes aterrizaron en la mesa. Su aspecto era magnífico, y Julia pasó incluso del periódico para concentrarse en su desayuno. El olor a cacao, fuerte y puro, los invadió con su magia. Gil se arrepintió de no haberse apuntado.
– Coincidimos en dos noticias, y luego cada uno ha escogido una tercera distinta -dijo Julia-. Eso es bueno. Empieza tú, que yo ahora me voy a poner ciega.
– ¿Eliminamos ya la noticia sobrante de cada cual?
– No, discutámoslas también -dijo mientras se llevaba a la boca el primer pedazo de cruasán-. Y haz el favor de no mirarme, porque me voy a poner hasta arriba de chocolate, nata y cruasanes.
– Tú no eres coqueta.
– ¿Y tú qué sabes?
Siempre tenía la adrenalina a tope, pero esa mañana la encontraba diferente, más combativa que nunca, llena de dinamismo y empuje. Gil se daba cuenta de que, pasara lo que pasara, era cierto que formaban un buen equipo. Algo así como los de Expediente X.
Incluso en lo personal.
– Has elegido la de los cinco chicos que murieron la madrugada del sábado en un accidente de carretera, la de la chica que identificaron tras encontrarla muerta el día anterior, y la de la mujer asesinada por el marido -recapituló Gil.
– Mucho muerto, lo sé -consiguió decir Julia-. Morbosa que soy.
– Yo he elegido las dos primeras y la de los ancianos de ochenta años que se han casado en un asilo.
– ¿Por qué te gustó la de los ancianos?
– Podríamos escarbar en sus vidas, su historia, sus familias, si es que las tienen; cómo han llegado a ese asilo, cómo se enamoraron y qué esperan ahora de la vida. Un tema de carácter humano.
– Todos son de carácter humano -consideró Julia.
– Imagino que escogiste la noticia de la mujer asesinada por el marido por lo mismo, para investigar en su historia, conocer su pasado, cuándo y cómo se enamoraron, qué pasó para que ese amor se convirtiera en odio.
– Sí.
– Veamos las noticias coincidentes.
– Sigue tú -dijo ella, que comía a toda velocidad más por hambre que por prisa.
– He escogido la de los cinco chicos muertos para poder hablar de las discotecas, las fiestas, el éxtasis, el alcohol y todo eso. Por qué cinco tíos sanos y con toda una vida por delante se ponen ciegos y se matan en una carretera yendo a ninguna parte.
– ¿Cómo sabes que iban ciegos?
– Porque en otro periódico dice que han encontrado pastillas.
– Bien. ¿Y la de la chica asesinada?
– Es la más misteriosa. Aquí dice que tenía quince años, que llevaba una semana fuera de casa y que nadie denunció su desaparición. La encontraron muerta anteayer y la identificaron ayer. Según el periódico, tenía antecedentes, pese a su edad. O sea, que era una buena pieza. Además, fue hallada desnuda, como una muñeca rota. No hay muchos datos, pero… Me pregunto por qué una adolescente acaba así.
– También es morboso -reconoció Julia.
– Voy a hacer de abogado del diablo -reflexionó él-. Escogemos la de los cinco chavales. ¿Te imaginas hablando con los cinco padres y madres, sus amigos y todo eso?
– Duro.
– Mucho. En cambio, en este caso solo hay una víctima. Y existe un aliciente más, se trata de un asesinato, no de un giro del destino en cualquier curva de una carretera. Las preguntas son múltiples: ¿en qué andaba metida?, ¿por qué la mataron?, ¿por qué los padres, o la familia, si la tenía, no denunciaron el hecho…? Creo que podemos retratar un ambiente, posiblemente una marginalidad; realizar un análisis humano e incluso social, generacional, no sé. Ver si era un demonio o una víctima.
– Oye, muy bueno -dijo Julia mientras rebañaba su taza con el último pedazo de cruasán.
– ¿Te refieres al chocolate, o a lo que he dicho?
– A lo que has dicho, hombre -se sorprendió ella-. Aunque me tomaría otro, ¿qué quieres que te diga? Estaba… -puso los ojos en blanco-. ¿Te animas?
– ¿Te tomarías otro, en serio?
– Aja.
– Entonces vale, pero solo con un cruasán.
Julia levantó la mano y llamó a la camarera. Se lo indicó por señas: dos chocolates con nata y dos cruasanes.
– ¿Así que te parece bien? -preguntó Gil cuando ella volvió a mirarle.