– Me cae muy bien Jack -dijo ella.
– A mí también.
– Joanie parece muy feliz aquí, en la granja, con su familia. A menudo he pensado en ella.
– ¿Has pensado alguna vez en mí? Después de que te marcharas, de que te convirtieras en alguien importante, ¿pensaste alguna vez en mí?
– Supongo que sí -contestó ella, sin mirarlo.
– Yo no hacía más que esperar que me escribieras.
– El tiempo fue pasando, Brady. Al principio, me sentía demasiado furiosa y herida. Contigo y con mi madre. Me llevó muchos años perdonarte por haberme dejado plantada la noche del baile.
– Yo no te dejé plantada -replicó él-. Mira, es una tontería y ocurrió hace mucho tiempo, pero estoy cansado de cargar con la culpa.
– ¿De qué estás hablando?
– Yo no te dejé plantada, maldita sea. Había alquilado mi primer esmoquin y había comprado por primera vez un adorno de flores para una chica. Supongo que estaba tan emocionado con aquella noche como tú.
– Entonces, ¿por qué te estuve esperando dos horas y media en mi habitación, ataviada con mi vestido nuevo?
– Aquella noche me arrestaron -confesó él.
– ¿Cómo dices?
– Fue un error, pero, para cuando conseguí aclararlo todo, era demasiado tarde para ir a darte explicaciones. No tenían nada importante contra mí, pero yo tampoco había sido un santo hasta entonces.
– ¿Por qué te arrestaron?
– Por violación de una menor. Yo tenía más de dieciocho años. Tú no.
– Eso es ridículo. Nosotros nunca…
– Sí -dijo él, con cierto arrepentimiento-. Nunca.
– Brady, eso es una estupidez. Aunque hubiéramos tenido relaciones íntimas, en ningún caso habría sido violación. Tú sólo tenías dos años más que yo y nos queríamos.
– Ése era precisamente el problema.
– Lo siento mucho -declaró ella. Se llevó una mano al estómago. El dolor era casi insoportable-. ¡Qué mal debiste de sentirte! ¡Y también tus padres! Nadie debería pasar por algo tan horrible. ¿Quién querría que te arrestaran? -le preguntó. Al ver el gesto que Brady tenía en el rostro, supo inmediatamente la respuesta-. ¡Oh, no! ¡Dios!
– Estaba completamente seguro de que yo me había aprovechado de ti y de que te arruinaría la vida. Tal y como me explicó la situación, iba a ocuparse de que yo pagara por lo primero e iba a hacer lo necesario para evitar lo segundo.
– Me lo podría haber preguntado a mí -susurró ella-. Por una vez en la vida, me lo podría haber preguntado a mí… Es culpa mía…
– No digas tonterías…
– No son tonterías. Es culpa mía porque yo nunca le hice comprender lo que sentía. Ni sobre ti ni sobre nada. No hay nada que yo pueda decir para compensarte por lo que él hizo -musitó, mirándolo.
– No tienes que decir nada -le aseguró Brady tras colocarle las manos sobre los hombros-. Tú eras tan inocente como yo, Van. Nunca hablamos de esto porque, durante algunos días, yo estaba demasiado furioso como para intentarlo y tú demasiado enojada como para preguntar. Después, te marchaste.
– No sé qué decir -murmuró, con los ojos llenos de lágrimas-. Debiste de sentir mucho miedo.
– Un poco. Nunca me acusaron formalmente, sino que se limitaron a detenerme para interrogarme. Supongo que te acordarás del sheriff Grody. No sentía ninguna simpatía por mí. Más tarde, comprendí que simplemente estaba aprovechando la oportunidad para hacerme sudar un poco. Otra persona hubiera manejado el asunto de un modo muy diferente. Además, aquella noche ocurrió algo más, algo que ayudó a equilibrar la balanza un poco. Mi padre se puso de mi lado. Yo nunca me habría imaginado que me apoyaría de ese modo, sin preguntas, sin dudas. Simplemente me dio su apoyo total. Supongo que eso cambió mi vida.
– Mi padre sabía lo mucho que aquella noche significaba para mí -dijo Vanessa-. Lo mucho que tú significabas para mí. Toda mi vida había hecho lo que él quería… excepto en lo que se refería a ti. Se encargó de ocuparse también de eso.
– Todo esto ocurrió hace mucho tiempo, Van…
– Yo no creo que pueda…
Una exclamación ahogada de dolor interrumpió sus palabras. Alarmado, Brady la giró para tenerla frente a frente.
– Vanessa, ¿qué te pasa?
– No es nada… -susurró. Desgraciadamente, la segunda oleada vino demasiado fuerte, demasiado rápidamente y la hizo doblarse en dos. Con rapidez, Brady la tomó en brazos y se dirigió directamente hacia la casa- No, no hace falta. Estoy bien. Sólo ha sido un pinchazo.
– Respira lentamente.
– Maldita sea, te he dicho que no es nada. Espero que no vayas a montar una escena -susurró, a duras penas.
– Si tienes lo que creo que tienes, vas a verme montar una buena escena.
Cuando entraron en la cocina, ésta estaba vacía. Brady subió rápidamente las escaleras y tumbó a Vanessa sobre la cama de Joanie. Encendió la lámpara y comprobó que la piel de la joven estaba pálida y sudorosa.
– Quiero que trates de relajarte, Van.
– Estoy bien -respondió ella, a pesar de que el ardor no había pasado-. Sólo es estrés y tal vez un poco de indigestión.
– Eso es lo que vamos a descubrir ahora mismo. Quiero que me digas si te hago daño -dijo, mientras se sentaba a su lado. Muy suavemente, le apretó la parte inferior del abdomen-. ¿Te han operado de apendicitis?
– No.
– ¿Alguna otra cirugía abdominal?
– No.
Brady la miró fijamente a los ojos mientras proseguía con el examen. Cuando apretó justamente debajo del esternón, vio que el dolor se dibujaba en los ojos de Vanessa antes de que ella gritara. Aunque tenía un gesto serio en el rostro, le tomó la mano suavemente.
– ¿Cuánto tiempo hace que sientes dolor?
– Todo el mundo siente dolor -replicó ella. Se sentía avergonzada de haber gritado.
– Contesta a mi pregunta.
– No lo sé.
– ¿Cómo te sientes ahora?
– Bien, sólo quiero…
– No me mientas. ¿Tienes sensación de ardor?
– Un poco -admitió, al ver que no le quedaba elección.
– ¿Te ha ocurrido esto antes, después de haber tomado alcohol?
– En realidad ya no bebo.
– ¿Porque es esto lo que te ocurre?
Vanessa cerró los ojos. ¿Por qué no la dejaba en paz?
– Supongo que sí.
– ¿Sientes algo que te corroe por dentro, justo aquí, debajo del esternón?
– A veces.
– ¿Y en el estómago?
– Supongo que es una molestia algo más fuerte.
– Como cuando tienes hambre, aunque mucho más agudo.
– Sí, pero se pasa.
– ¿Qué te estás tomando para el dolor?
– Medicamentos que puedo comprar sin receta. Mira, Brady, veo que convertirte en médico se te ha subido a la cabeza. Estás creando una enfermedad a partir de nada. Me tomaré un par de antiácidos y me pondré bien.
– La úlcera no se trata con antiácidos.
– Yo no tengo úlcera. Eso es ridículo. No vomito nunca.
– Escúchame. Vas a ir al hospital para hacerte unas pruebas y también vas a hacer lo que yo te diga.
– No pienso ir al hospital -replicó ella. Aquella idea le hacía recordar el horror de los últimos días de su padre-.Tú no eres mi médico. Ahora, déjame marchar.
– Vas a quedarte aquí. Y quiero decir aquí mismo.
Vanessa obedeció, aunque sólo porque no estaba segura de poder ponerse de pie. Se preguntó por qué había tenido que ocurrirle allí. Había tenido ataques tan virulentos como aquél, pero siempre había estado sola. Siempre había podido superarlos y los superaría también en aquella ocasión. Justo cuando estaba levantándose de la cama, Brady regresó con su padre.
– ¿A qué se debe todo esto? -preguntó Ham.
– Brady está exagerando -respondió ella con una sonrisa. Se habría levantado si Brady no se lo hubiera impedido.
– El dolor la hizo doblarse en dos cuando salimos a dar un paseo. Tiene ardor y sensación de dolor agudo bajo el esternón.