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Vanessa se imaginó lo que venía a continuación y se preparó para ello.

– Bueno, en realidad no…

– Annie Crampton está encantada contigo -afirmó Nancy, interrumpiéndola-. Su madre es prima segunda mía. Cuando lo hablé con Bill, mi marido, estuvimos de acuerdo en que las clases de piano le vendrían muy bien a Scott. Nos vendría mejor los lunes por la tarde, si no tienes otra clase entonces.

– No, no tengo otra clase porque…

– Estupendo. La tía Violet me dijo que cobras diez dólares por Annie, ¿no es así?

– Sí, pero…

– Podemos pagarlo. Yo trabajo a tiempo parcial en el almacén de grano. Scott estará aquí a las cuatro en punto. Te aseguro que es muy agradable que hayas vuelto, Vanessa. Ahora tengo que irme a trabajar.

– Ten cuidado con el coche -le advirtió Loretta-. Está lloviendo mucho.

– Lo tendré. Oh y enhorabuena, señora Sexton. El doctor Tucker es el mejor.

– Lo es -afirmó-. Es una buena chica -comento, tras cerrar la puerta, cuando Nancy se hubo marchado-. Veo que se parece bastante a su tía Violet.

– Aparentemente.

– Te advierto que Scott Snooks es un diablillo -dijo Loretta, mientras se preparaba una taza de té.

– Genial -susurró Vanessa. Era demasiado temprano para pensar. Se sentó y apoyó la cabeza sobre las manos-. No me habría atrapado si hubiera estado más despierta.

– Claro que no. ¿Quieres que te prepare unas tostadas a la francesa?

– No tienes por qué prepararme el desayuno -replicó Vanessa. Las manos le ahogaban la voz.

– No es molestia -afirmó Loretta, mientras canturreaba una canción. Se había visto privada de su hija durante doce años. No había nada que le apeteciera más que mimar a su hija con un buen desayuno.

– No quiero entretenerte -dijo Vanessa, mirando la taza de té que su madre acababa de prepararle-. ¿No tienes que abrir la tienda?

– Lo mejor de tener tu propio negocio es que tú dictas el horario -contestó Loretta. Rompió un huevo en un bol y añadió una pizca de canela, azúcar y vainilla-. Además, tú necesitas un buen desayuno. Ham dice que te estas recuperando, pero quiere que engordes cinco kilos.

– ¿Cinco kilos? -repitió Vanessa, a punto de atragantarse con el té-. Yo no necesito…

Lanzó una maldición cuando alguien volvió a llamar a la puerta.

– Yo iré a abrir esta vez -anunció Loretta-. Si se trata de otro posible cliente, le diré que se marche.

Era Brady. Estaba empapado. Sin el resguardo de un paraguas, el agua le caía abundantemente por el cabello. Al ver a Vanessa, sonrió. El placer que le produjo a ella esa sonrisa se transformó en enojo en el momento en el que él abrió la boca.

– Buenos días, Loretta -dijo. Entonces, le guiñó un ojo a Vanessa-. Hola, guapa.

Tras lanzar un bufido, Vanessa se concentró de nuevo en su té.

– Brady, ¡qué sorpresa tan agradable! -exclamó Loretta. Después de aceptar un beso en la mejilla, cerró la puerta-. ¿Has desayunado? -preguntó mientras se dirigía a la cocina para remojar el pan.

– No. ¿Estás preparando tostadas francesas?

– Sí. Tardaré tan sólo un minuto. Siéntate y te haré un plato.

Loretta no tuvo que repetir la invitación dos veces. Después de sacudirse un poco el cabello, Brady se sentó a la mesa con Vanessa. Le dedicó una alegre sonrisa que ocultó convenientemente el hecho de que estaba observando el color de cara que tenía. El hecho de que no hubiera ojeras le compensó por el gesto arisco que ella tenía en el rostro.

– Bonito día -bromeó.

– Sí, claro -replicó ella.

Al ver que ella no tenía ganas de hablar, Brady giro la silla y se puso a charlar con Loretta mientras ésta preparaba el desayuno.

«No lo he visto desde hace dos días y ahora se presenta aquí», pensó Vanessa. Ni siquiera le había preguntado cómo se sentía, a pesar de que no quería que le prestara atención. Sin embargo, era médico y al que se le había ocurrido aquel ridículo diagnóstico.

– Ah, Loretta. Mi padre es un hombre con suerte -dijo Brady, cuando ella le colocó un plato de tostadas sobre la mesa.

– Supongo que saber cocinar es una prioridad cuando un Tucker está buscando esposa -comentó Vanessa. Tenía toda la intención del mundo de ser desagradable.

– No vendría mal -replicó Brady mientras se servía un buen chorro de sirope.

Vanessa se puso de muy mal genio, no porque ella no supiera cocinar, sino porque aquella idea machista y retrógrada la enfureció. Antes de que tuviera tiempo de encontrar una respuesta adecuada, Loretta le colocó un plato de tostadas sobre la mesa.

– Yo no me puedo comer todo esto.

– Yo sí -dijo Brady mientras devoraba sus propias tostadas-.Yo me comeré lo que tú no quieras.

– Bueno, si los dos ya estáis servidos, me voy a abrir la tienda -anunció Loretta-. Van, queda mucha sopa de pollo de la que Joanie te trajo ayer. Si la calientas en el microondas, te la puedes tomar para almorzar. Si sigue lloviendo así, probablemente regresaré temprano. Buena suerte con Scott.

– Gracias.

– ¿Scott? -preguntó Brady, cuando Loretta se hubo marchado.

– No me preguntes -respondió Vanessa.

– Como quieras. En realidad he venido porque quena hablarte de la boda.

– ¿De la boda? ¡Ah, de la boda! Sí. ¿Qué pasa?

– Mi padre ha estado ejerciendo su poder de convicción. Cree que ha convencido a Loretta para que se casen el sábado de la semana que viene.

– ¿Tan pronto?

– ¿Por qué esperar? Así pueden aprovechar el picnic que él celebra precisamente ese fin de semana como conmemoración de los caídos para invitar a todos los amigos.

– Entiendo -susurró Vanessa. Ni siquiera se había acostumbrado a vivir con su madre otra vez y ella… Se recordó que no era decisión suya-. Supongo que se mudarán a casa de tu padre.

– Creo que sí. Han estado pensando que acabarán alquilando esta casa. ¿Te importa?

Vanessa se concentró en cortar un trozo de tostada. ¿Cómo lo iba a saber? No había tenido tiempo para descubrir si aquella casa seguía siendo su hogar o no.

– Supongo que no. No pueden vivir en dos casas al mismo tiempo.

– No creo que Loretta vaya a venderla. Esta casa lleva años siendo propiedad de tu familia.

– A menudo me he preguntado por qué la ha conservado.

– Igual que tú, ella creció aquí -dijo Brady mientras se servía una taza de café-. ¿Por qué no le preguntas qué planes tiene al respecto?

– Tal vez lo haga. No hay prisa.

– En realidad, de lo que yo quería hablar contigo es del regalo de boda -comentó Brady. Como la conocía, decidió cambiar de conversación-. Evidentemente, no necesitan ni la vajilla ni el tostador.

– No, supongo que no…

– He estado pensando. Se lo he preguntado a Joanie y le ha gustado la idea. ¿Por qué no juntamos un poco de dinero y les regalamos una luna de miel? Un par de semanas en Cancún. Ya sabes, una hermosa suite con vistas al mar Caribe, noches tropicales… Todo. Ninguno de los dos ha estado nunca en México. Creo que les gustaría.

Vanessa lo miró atentamente. Era una idea estupenda, algo que sólo se le podía haber ocurrido a Brady.

– ¿Y será una sorpresa?

– Creo que podremos conseguirlo. Mi padre ha estado tratando de organizar sus citas para tener un fin de semana libre. Comprar los billetes y hacer las reservas es muy fácil. Luego, tendremos que hacerles las maletas sin que se den cuenta.

Vanessa sonrió. Le gustaba la idea.

– Si tu padre está en este momento tan cegado por el amor como mi madre, creo que podremos conseguirlo. Podríamos darles los billetes durante el picnic y luego meterlos en una limusina. ¿Hay limusinas por aquí?