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– Hay una en Frederick. No se me había ocurrido eso -comentó Brady. Sacó una libreta para tomar nota.

– Resérvales la suite nupcial. Si vamos a hacerlo, hay que hacerlo bien.

– Me gusta. Limusina, suite nupcial, dos billetes de primera clase… ¿Algo más?

– Champán. Una botella en la limusina y otra en la suite cuando lleguen. Y flores. A mi madre le gustan las gardenias -dijo. Se detuvo en seco mientras Brady seguía escribiendo. Había llamado madre a Loretta. Le había salido de un modo completamente natural-. Bueno… le gustaban las gardenias.

– Estupendo -afirmó Brady-. Vaya, veo que no me has dejado ninguna.

Atónita, Vanessa dirigió los ojos hacia donde él estaba mirando: su plato vacío.

– Yo… yo… Supongo que tenía más apetito de lo que había imaginado.

– Eso es buena señal. ¿Tienes acidez?

– No -contestó. Completamente asombrada, se levantó para llevar el plato al fregadero.

– ¿Dolor?

– No. Como ya te dije antes, tú no eres mi médico.

– Ya lo sé -afirmó Brady. Cuando Vanessa se volvió, estaba justo detrás de ella-, pero nos imaginaremos que yo me voy a hacer cargo de las citas del doctor Ham Tucker para hoy. Hagamos un reconocimiento vertical -dijo. Antes de que Vanessa pudiera apartarse, le apretó suavemente el abdomen-. ¿Te duele?

– No, ya te he dicho que…

Le apretó firmemente bajo el esternón. Vanessa hizo un gesto de dolor.

– ¿Te molesta?

– Un poco.

Brady asintió.

– Estás mejorando. Dentro de unos cuantos días hasta te podrás tomar un burrito.

– ¿Por qué está todo el mundo obsesionado con lo que como?

– Porque no has estado comiendo lo suficiente. Comprensible, con una úlcera.

– Te repito que no tengo úlcera. ¿Quieres apartarte?

– Cuando me hayas pagado por mis servicios.

Antes de que ella pudiera poner alguna objeción, Brady la besó firme y posesivamente. Tras murmurar su nombre, profundizó el beso hasta que ella tuvo que aferrarse a él para no perder el equilibrio. El suelo parecía hundirse a sus pies.

Brady pensó que Vanessa olía a mañana, a lluvia. Se preguntó cómo sería hacerle el amor en aquel instante y cuánto tiempo más tendría que esperar.

Por fin, levantó la cabeza, aunque dejó las manos enredadas en el cabello de la joven. En el verdor de sus ojos, se vio a sí mismo, perdido en ella. Entonces, con una dulzura infinita, volvió a besarla. Vanessa se abrazó a él con fuerza e inclinó la cabeza para que sus labios pudieran alinearse más perfectamente.

– Vanessa…

– No digas nada. Todavía no…

Le apretó la boca contra la garganta y la besó. Sabía que debía pensar, pero, por el momento, sólo quería sentir.

El pulso latía alocadamente sobre la garganta de Brady. Su cuerpo era firme y sólido. Poco a poco, él fue relajando el modo en el que le asía el cabello y comenzó a acariciárselo. Vanessa notó de nuevo el ruido de la lluvia y los aromas que flotaban en la cocina, Pero el deseo no desaparecía, como tampoco lo hacían «confusión y el miedo que batallaban dentro de ella.

– No sé qué hacer -dijo por fin-. No he podido pensar desde que te volví a ver.

– Ya sabes que te deseo, Van. No somos unos adolescentes.

– Para mí no resulta fácil…

– No. Ni quiero que lo sea. Si quieres promesas…

– No. No quiero nada que no pueda devolver.

– ¿Y qué es lo que me puedes devolver?

– No lo sé. Dios, Brady -susurró ella, tras dar un paso atrás-. Me siento como si estuviera atravesando un espejo.

– Esto no es ninguna ilusión, Vanessa. Somos sólo tú y yo.

– Mira, no voy a fingir que no quiero estar contigo. Al mismo tiempo, deseo salir corriendo en la dirección opuesta, tan rápido como pueda. Espero de todo corazón que tú puedas alcanzarme. Sé que mi comportamiento ha sido muy errático desde que llegué, y en parte se debe al hecho de que no había esperado encontrarte aquí ni revivir todos estos sentimientos del pasado. Eso es parte del problema. No sé cuánto de lo que siento por ti es sólo un eco del pasado y cuánto es real.

– Ahora somos personas muy diferentes. Van.

– Sí. Cuando yo tenía dieciséis años, me habría ido a cualquier parte del mundo contigo. Nos imaginaba juntos para siempre, Brady. Una casa, una familia…

– ¿Y ahora?

– Ahora los dos sabemos que las cosas no son tan sencillas ni tan fáciles. Somos personas diferentes, Brady, con vidas diferentes y sueños diferentes. Yo tenía problemas antes… y los sigo teniendo. No estoy segura de que sea sensato empezar una relación contigo, una relación física, hasta que los resuelva.

– Es algo más que física, Vanessa. Siempre ha sido mucho más.

– Lo sé -afirmó ella-. Razón de más para tomárselo todo con mucha calma. No sé lo que voy a hacer con mi vida ni con mi música. Tener una relación sentimental sólo conseguirá que todo sea mucho más difícil para los dos cuando yo me marche.

Brady sintió que el pánico se apoderaba de él. Si Vanessa se marchaba otra vez, le rompería el corazón.

– Si me estás pidiendo que me olvide de mis sentimientos y me marche, no lo haré. Ni tú tampoco.

– Lo único que te estoy pidiendo es que me dejes organizar mis ideas. La decisión es mía, Brady. No pienso dejar que se me presione, ni que se me amenace ni que se me seduzca. Créeme si te digo que la gente ya ha intentado eso en muchas ocasiones.

– Yo no soy ninguno de tus elegantes y educados amantes, Van -replicó él-.Yo no presiono, ni amenazo ni seduzco. Cuando llega el momento, tomo lo que puedo.

– Pues te aseguro que no tomarás nada que yo no te quiera dar -repuso ella, irguiéndose ante lo que le parecía un desafío-. Ni tú ni ningún hombre. No sabes lo que me gustaría enseñarte algunos modales educados y elegantes, pero haré algo mucho mejor que eso. Te diré la verdad. No ha habido ningún amante porque yo no he querido que los hubiera -añadió, dándose la vuelta-. Si decido que tú tampoco lo seas, tendrás que unirte a todos los demás que he desilusionado.

Nadie. No había habido nadie. Brady dio un paso nacía ella, pero se detuvo. Si la tocaba en aquellos instantes, uno de los dos terminaría arrastrándose por el suelo y no quería ser él. Se dirigió a la puerta y la abrió antes de que pudiera controlarse lo suficiente como para darse cuenta de que lo que ella deseaba precisamente era que se marchara.

– ¿Qué te parece si vamos al cine esta noche? -le sugirió entonces.

– ¿Cómo dices? -preguntó ella, muy sorprendida.

– Que si vamos al cine. ¿Te apetece?

– ¿Por qué?

– Porque me apetece mucho tomar palomitas de maíz -le espetó él-. ¿Quieres ir o no?

– Yo… sí…

– Muy bien.

Se marchó dando un portazo.

Vanessa decidió que la vida era un rompecabezas. A ella le estaba costando mucho encajar las piezas. Llevaba una semana inmersa en los planes de boda y del picnic de aquel fin de semana. Estaba segura de que era un error tratar de coordinar un picnic con una boda familiar e íntima.

A medida que fue pasando la semana definitiva, estaba demasiado ocupada y demasiado confusa como para darse cuenta de que no se había sentido mejor desde hacía años. Además de los preparativos secretos de la luna de miel, había que encargar flores y… cientos de hamburguesas.

Salió con Brady casi todas las noches. Al cine, a cenar, a un concierto… Era una compañía tan agradable y tan divertida que empezó a preguntarse si la pasión y la ira que habían vivido en la cocina de su casa habrían sido reales.

Cada noche, cuando la acompañaba a la puerta, le daba un beso de buenas noches. Al fin, ella comprendió que con el beso le estaba dando también cosas en las que pensar. Y eran muchas.

La noche de antes de la boda, se quedó en casa. Sin embargo, no dejó de pensar en él, a pesar de que Joanie y Loretta no dejaban de enredar en la cocina.