– Yo sigo pensando que los hombres también deberían ayudar -musitó Joanie.
– Sólo serían un estorbo -comentó Loretta, mientras le daban forma a la carne para las hamburguesas-. Además, esta noche estoy demasiado nerviosa como para estar con Ham.
– Te aseguro que lo estás haciendo muy bien -replicó Joanie, entre risas-. Cuando fue a mi casa hoy, me pidió tres veces una taza de café. Y llevaba una en la mano desde que me la pidió la primera vez.
– Me alegra saber que él también está nervioso -dijo Loretta, también riendo-. Espero que no llueva mañana.
Vanessa, que estaba colocando la carne de las hamburguesas entre papel encerado, dijo:
– Han dicho que estará soleado y que hará mucho calor.
– Oh, sí -susurró Loretta con una sonrisa-.Ya me lo habías dicho antes, ¿verdad?
– Solo cinco o seis veces.
– De todos modos, aunque lloviera -observó Loretta-, podríamos celebrar la boda en el interior, aunque sería una pena que se estropeara el picnic. A Ham le gusta tanto…
– No va a llover -prometió Joanie-, aunque es una pena que hayáis tenido que posponer la luna de miel.
– Bueno -dijo Loretta encogiéndose de hombros-. Ham no ha podido cambiar sus citas. Tendré que acostumbrarme a ese tipo de cosas si voy a ser la esposa de un médico… ¿Es eso lluvia? ¿Está lloviendo?
– No -respondieron Joanie y Vanessa al unísono.
Con una débil sonrisa, Loretta terminó su trabajo y se lavó las manos.
– Debo de estar imaginándome cosas. He estado tan nerviosa durante esta semana. Esta misma mañana, no podía encontrar una blusa azul de seda que tengo… ni tampoco unos pantalones de lino que me compré el mes pasado. Lo mismo me pasa con mis sandalias nuevas y un vestido de cóctel que tengo muy bonito. No sé dónde los he puesto.
Vanessa miró a Joanie para que su amiga no se echara a reír.
– Ya aparecerán, no te preocupes.
– Sí, sí, claro… ¿Estáis seguras de que no está lloviendo?
Exasperada, Vanessa se colocó una mano en la cadera.
– Mamá, por el amor de Dios. No está lloviendo. No va a llover. Ve a darte un baño caliente -rugió. Cuando los ojos de Loretta se llenaron de lágrimas. Vanessa se arrepintió de sus palabras-. Lo siento. No quería hablarte de ese modo.
– Me has llamado mamá -susurró Loretta-. Creí que no volverías a hacerlo…
Cuando las lágrimas empezaron a rodarle por las mejillas, salió rápidamente de la cocina.
– Maldita sea -dijo Vanessa-. He estado esforzándome toda la semana para mantener la paz y lo estropeo todo la noche antes de la boda.
– No has estropeado nada -le aseguró Joanie. Se acercó a su amiga y le colocó una mano sobre el hombro-. No voy a meterme en lo que no es asunto mío, porque somos amigas y mañana seremos familia. Desde que regresaste, os he estado observando muy atentamente a Loretta y a ti. He visto el modo en el que te mira cuando tú estás de espaldas o cuando te marchas de una habitación.
– No sé si puedo darle lo que desea.
– Te equivocas. Claro que puedes. En muchos sentidos, ya lo has hecho. ¿Por qué no subes y te aseguras de que está bien? Yo llamaré a Brady y le diré que me ayude a cargar toda esta comida para llevarla a casa de mi padre.
– Muy bien.
Vanessa subió lenta y silenciosamente, tratando de pensar en lo que iba a decir. Cuando vio a Loretta sentada en la cama, nada le pareció bien.
– Lo siento -murmuró Loretta mientras se secaba los ojos con un pañuelo-. Supongo que esta noche estoy muy sensible.
– Y tienes derecho a estarlo -dijo Vanessa, desde la puerta-. ¿Prefieres estar sola?
– No. ¿Te importaría sentarte conmigo un rato?
Incapaz de negarse, Vanessa cruzó la distancia para sentarse al lado de su madre.
– Por alguna razón -prosiguió Loretta-, he estado pensando en cómo eras cuando sólo eras un bebé. Eras tan guapa… Me lo decía todo el mundo y así era. También eras muy inteligente y despierta y tenías mucho pelo… Algunas veces simplemente me sentaba para observarte mientras dormías. No me podía creer que fueras mía. Desde que tengo memoria he deseado tener una casa llena de niños. Era mi única ambición. Cuando te tuve a ti, fue el día más feliz de mi vida. Lo comprenderás mucho mejor cuando tengas un hijo propio.
– Sé que me querías mucho. Por eso, me resulta tan difícil comprender el resto. Sin embargo, no creo que éste sea el momento más adecuado para que hablemos.
– Tal vez no, pero quiero que sepas que entiendo que estás intentando perdonar sin pedir explicaciones. Eso significa mucho para mí -dijo. Agarró la mano de su hija-.Te quiero ahora más aún de lo que te quise cuando te vi por primera vez, cuando te colocaron entre mis brazos. Vayas donde vayas o hagas lo que hagas, siempre te querré.
– Yo también te quiero -susurró Vanessa. Se llevó las manos unidas a la mejilla durante un instante-. Siempre te he querido -añadió. Aquello era precisamente lo que más le dolía. Se levantó y trató de sonreír-. Creo que deberías intentar dormir un poco. Quiero que mañana estés guapísima.
– Sí. Buenas noches, Van.
– Buenas noches.
Se dirigió a la puerta y la cerró muy suavemente a sus espaldas.
Capítulo VIII
Vanessa oyó un golpeteo contra el cristal de la ventana y se despertó. ¿Estaría lloviendo? Trató de recordar por qué era tan importante que no lloviera precisamente ese día…
¡La boda! Se incorporó de un salto sobre la cama. El sol brillaba desde el cielo. Atravesaba el cristal de la ventana como si se tratara de dedos dorados. Entonces, volvió a escuchar otra vez el golpeteo.
Decidió que no estaba lloviendo. Eran guijarros, rué corriendo a la ventana y la abrió de par en par.
Brady estaba en el jardín de su casa, vestido con unos pantalones de deporte muy viejos y unas zapatillas deportivas igual de raídas.
– Ya iba siendo hora -susurró él-. Llevo arrojando guijarros contra tu ventana desde hace diez minutos.
– ¿Por qué?
– Para despertarte.
– ¿Has oído hablar de un invento que se llama teléfono?
– No quería despertar a tu madre.
– ¿Qué hora es?
– Poco después de las seis -respondió él. Al ver que Kong estaba cavando en el lugar exacto en el que estaban plantadas las caléndulas, le silbó para que se acercara a él-. Bueno, ¿vas a bajar?
– Me gusta la vista desde aquí -contestó ella, con una sonrisa.
– Tienes diez minutos antes de que trate de recordar si sé escalar por una tubería.
Vanessa soltó una carcajada y cerró la ventana. En menos de diez minutos salía por la puerta trasera vestida con sus vaqueros y su sudadera más vieja. Descartó los pensamientos románticos cuando vio también a Joanie, Jack y Lara.
– ¿Qué es lo que pasa? -preguntó.
– Vamos a decorar un poco -contestó Brady. Entonces, le mostró una caja-. Guirnaldas, globos, campanillas de boda… Todo. Pensamos que podríamos decantarnos por lo discreto y elegante para la ceremonia y luego sacar todo lo demás en el picnic de mi padre.
– Estupendo. ¿Dónde empezamos?
Trabajaron en medio de susurros y risas ahogadas, discutiendo el modo más adecuado de colgar una guirnalda sobre uno de los árboles. La idea que Brady tenía de la discreción era colgar media docena de campanillas de boda de las ramas del árbol y rematarlo todo con globos. Cuando se dirigieron a la casa de los Tucker, se desmelenó por completo.
– Es un banquete de boda, no un circo -le recordó Vanessa, al ver la alegría con la que colgaba guirnaldas y globos de un viejo árbol.
– Es una celebración -replicó él-. Dame un poco más de rosa.
A pesar de que estaba en contra, Vanessa obedeció.
– Parece que lo ha hecho un niño de cinco años.
– Se llama expresión artística.