Выбрать главу

Vanessa se dio la vuelta y vio que Jack se había subido al tejado y que estaba colocando unos globos en el desagüe. Mientras que Lara estaba sentada en una manta con un montón de cubos de plástico y con Kong por única compañía, Joanie ató la última campanilla al emparrado. El resultado de sus esfuerzos no resultó demasiado elegante ni artístico, pero estaba fenomenal.

– Estáis todos locos -decidió Vanessa cuando Brady se bajó por fin del árbol-. ¿Y ahora qué hay que hacer?

– Aún nos queda un poco de esto -contestó Brady mostrándole un rollo blanco y un rollo rosa.

Vanessa se quedó pensando un momento y luego sonrió.

– Dame la cinta adhesiva -dijo. Con ella en la mano, echó a correr hacia la casa-.Vamos, Brady. Ayúdame.

– ¿A qué?

– Tengo que subirme encima de tus hombros -afirmó. Se colocó detrás de él y le enroscó las piernas alrededor de la cintura. Poco a poco, fue subiendo-. Ahora, dame lo dos rollos.

– Me gustan tus rodillas -comentó Brady, tras girar la cabeza y darle un bocado a una.

– Piensa que sólo eres una escalera -le recordó Vanessa mientras aseguraba las puntas de las guirnaldas a los aleros de la casa-. Ahora, regresa donde estábamos, pero hazlo muy lentamente ya que iré girando la cinta a medida que avancemos.

– ¿Hacía dónde?

– Hacia la parte más alejada del jardín… Hacia la monstruosidad que hace unos minutos era un hermoso árbol -bromeó.

Con mucho cuidado, Brady hizo lo que ella le había pedido.

– ¿Qué estás haciendo?

– Estoy decorando el jardín -contestó, mientras entrelazaba las dos guirnaldas-. Ten cuidado. No te choques con el árbol -añadió, cuando llegaron al lugar indicado-. Ahora, sólo tengo que atarlas a esta rama. Ya está.

– ¿Y ahora qué?

– Ahora, vamos a ir desde aquí hacia el otro lado de la casa. Eso sí que es artístico.

Cuando hubieron terminado, Vanessa se colocó las manos sobre las caderas y observó los resultados.

– Está muy bien -concluyó-. Muy bien, a excepción del destrozo que tú hiciste en ese pobre árbol.

– Ese árbol es una obra de arte. Está lleno de simbolismo.

En aquel momento, Joanie se acercó a ellos. Sonrió a Vanessa, que seguía subida encima de Brady.

– Creo que es mejor que nos demos prisa. Sólo quedan dos horas para la boda. Recuerda, Brady, que tú debes ocuparte de papá hasta que nosotros regresemos.

– No se va a ir a ninguna parte.

– No es eso lo que me preocupa. Está tan nervioso que es capaz de atarse los cordones de los zapatos entre sí.

– Tal vez incluso se olvide de ponerse zapatos -comentó Jack, agarrando a su esposa del brazo-. O podría ponerse los zapatos, pero olvidarse de los pantalones y todo, querida mía, porque tú estás aquí preocupándote por lo que puede pasar en vez de irte a casa y cambiarte para regresar con tiempo para gruñirle y ocuparte de que no ocurra ningún contratiempo.

– Yo no gruño -protestó Joanie, entre risas, mientras su esposo se la llevaba a rastras-. Brady, no te olvides de hablar con la señora Leary para lo del pastel. Oh y…

El resto se perdió cuando Jack le tapó la boca con la mano.

– Y yo que solía taparme las orejas con las manos -murmuró Brady-. ¿Quieres que te lleve a casa?

– Claro.

Brady echó a andar, aún con ella sobre los hombros.

– ¿Has engordado? -le preguntó. Había notado que llenaba un poco más los vaqueros.

– Ordenes del médico. Ten cuidado.

– Se trata puramente de una pregunta profesional. ¿Qué te parece si te examino? -le preguntó Brady mientras levantaba la cabeza para mirarla con cierta lujuria.

– Ten cuidado con… -le advirtió Vanessa mientras se agachaba para no golpearse con unas ramas-. Podrías haberlas evitado.

– Sí, pero no habría podido oler tu cabello -replicó él. La besó antes de que ella pudiera incorporarse-. ¿Me vas a preparar el desayuno?

– No.

– ¿Un café?

– No -reiteró ella. Había empezado a bajarse de los hombros de Brady.

– ¿Ni siquiera uno instantáneo?

– No -contestó ella, entre risas-. Me voy a dar una buena ducha para luego pasarme una hora arreglándome y admirándome frente al espejo.

Él la tomó entre sus brazos.

– A mí me parece que estás bastante bien ahora.

– Puedo estar aún mejor.

– Ya te lo diré. Después del picnic, ¿quieres venir a mi casa para que te enseñe las muestras de pintura? -susurró.

Vanessa le besó rápida e impulsivamente.

– Ya te lo diré -dijo, antes de desaparecer en el interior de la casa.

Loretta parecía haberle pasado los nervios a su hija. Mientras la novia se vestía tranquilamente, Vanessa no hacía más que retocar los arreglos florales, ocuparse de que todo estuviera preparado e ir de un lado a otro buscando al fotógrafo.

– Debería haber llegado hace diez minutos -dijo, cuando oyó que Loretta bajaba la escalera-. Sabía que era un error contratar al cuñado del nieto de la señora Driscoll. No comprendo por qué… -comentó mientras se daba la vuelta. Al ver a su madre, se quedó sin palabras-. ¡Oh! ¡Estás guapísima!

Loretta había elegido un vestido de seda verde claro, con un sencillo toque de encaje a lo largo del bajo. Era muy sobrio y elegante. Se había comprado un sombrero a juego y se había acicalado muy bien el cabello por debajo del ala.

– ¿No te parece que el sombrero es demasiado? Es sólo una boda íntima e informal.

– Es perfecto. De verdad. Creo que nunca te he visto más guapa.

– Me siento guapa. No sé lo que me pasó anoche, pero hoy me siento estupendamente. Soy tan feliz… No quiero llorar -susurró mientras sacudía la cabeza-. Me he pasado una eternidad maquillándome.

– No vas a llorar -dijo Vanessa-. El fotógrafo… Oh, gracias a Dios. Acaba de llegar. Yo… Oh, espera. ¿Lo tienes todo?

– ¿Todo?

– Ya sabes, algo viejo, algo nuevo…

– Se me había olvidado. Veamos -musitó Loretta. Las supersticiones de una novia se acababan de apoderar de ella-. El vestido es nuevo, los pendientes de perlas eran de mi madre, por lo que son viejos…

– Buen comienzo. ¿Llevas algo azul?

Loretta se sonrojó.

– Si -confesó-. Debajo del vestido tengo… La combinación que llevo puesta tiene unos lacitos azules. Supongo que creerás que soy una tonta por comprar lencería algo atrevida.

– Claro que no -afirmó Vanessa. Tocó el brazo de su madre y se sintió abrumada por el impulso que sintió de abrazarla. Para no hacerlo, dio un paso atrás-. Ya sólo nos queda lo prestado.

– Bueno, yo…

– Aquí tienes -dijo Vanessa. Se quitó una delicada pulsera de oro que llevaba puesta-. Ponte esto y estarás toda preparada -añadió. Volvió a asomarse por la ventana-. Oh, ahí viene Ham y todos los demás. Parecen un desfile. Métete en el cuarto de música hasta que todo esté preparado.

– Van -susurró Loretta. Aún tenía la pulsera en la mano-. Gracias.

Vanessa esperó hasta que su madre hubo desaparecido para abrir la puerta. La confusión entró en la casa. Joanie estaba discutiendo con Brady sobre el modo más adecuado de colocarse la flor en el ojal. Ham, por su parte, no hacía más que pasear de arriba abajo de la casa. Por fin, Vanessa pudo sacarlos al exterior.

– Veo que has traído al perro -dijo Vanessa mirando a Kong. El animal llevaba un clavel rojo sujeto al collar.

– Es parte de la familia -afirmó Brady-. No podía herir sus sentimientos de esa manera.

– ¿Y no le podrías haber puesto una correa?

– No le insultes.

– Está olisqueando los zapatos del reverendo Taylor.

– Con un poco de suerte, eso será lo único que haga con los zapatos del reverendo Taylor. Por cierto, tenías razón -comentó, mirándola fijamente.

– ¿Sobre qué?

– Podías tener aún mejor aspecto.