Se colocó a Lara sobre la cadera y se marchó corriendo a buscar a su madre.
– ¿Qué es eso de que hay una limusina? -preguntó Ham-. ¿Se ha muerto alguien?
– No -respondió Joanie-. Tu esposa y tú os marcháis para hacer un pequeño viaje.
– ¿Un viaje? -repitió Loretta mientas Vanessa le entregaba el bolso.
– Cuando los recién casados hacen un viaje, se llama luna de miel -explicó Brady.
– Pero yo tengo pacientes a los que atender.
– No.
Brady y Jack escoltaron a Ham mientras Vanessa y Joanie hacían lo mismo con Loretta. Por fin, llegaron a la puerta principal de la casa.
– Dios mío -susurró Loretta, al ver la imponente limusina blanca.
– Vuestro avión despega a las seis -les informó Brady mientras se sacaba un sobre del bolsillo y se lo entregaba a su padre.
– ¿Qué es todo esto? -preguntó Ham-. Mis pacientes…
– Todo está solucionado -le aseguró Brady dándole una palmada en la espalda-. Hasta dentro de dos semanas.
– ¿Dos semanas? -repitió Ham, completamente asombrado-. ¿Adonde vamos?
– A1 otro lado de la frontera sur -dijo Joanie antes besar a su padre con fuerza-. Cuidado con el agua.
– ¿Vamos a México? -quiso saber Loretta. Tenía los ojos muy abiertos-. ¿Vamos a México? Pero si no podemos… La tienda. No tenemos equipaje.
– La tienda está cerrada por vacaciones -repuso Vanessa-, y vuestro equipaje está en el maletero de la limusina -añadió, tras besar a su madre-. Que os lo paséis muy bien.
– ¿En el maletero? -repitió Loretta, con una sonrisa-. ¿Mi blusa de seda azul?
– Entre otras cosas.
– Lo habéis organizado entre todos -susurró la novia. A pesar del fotógrafo, comenzó a llorar.
– Es cierto -afirmó Brady. Le dio un fuerte abrazo-. Adiós, mamá.
– Sois unos manipuladores -musitó Ham, sacando el pañuelo-. Bueno, Loretta, creo que vamos a tener luna de miel después de todo.
– Si perdéis el avión no -les recordó Joanie. Empezó a empujarlos en dirección a la limusina-. No os pongáis demasiado al sol. En México es mucho más intenso. Ah, y tenéis que regatear antes de comprar. Podéis cambiar el dinero en el hotel. Tenéis un libro de frases hechas en la maleta y si necesitáis…
– Despídete de ellos, Joanie -le dijo Jack.
– Demonios -susurró ella mientras se frotaba los llorosos ojos-. Adiós. Diles adiós a los abuelos, Lara.
– Oh, Ham, gardenias… -murmuró Loretta. Se echo de nuevo a llorar.
Con vítores y saludos de todos los habitantes del pueblo, la limusina empezó a avanzar tranquilamente por la calle principal de Hyattown, acompañada por el bullicio de las latas y los zapatos que alguien había atado en el parachoques trasero.
– Ya se van -consiguió decir Joanie. Enterró el rostro en el hombro de Jack. Él le acarició suavemente el cabello.
– Tranquila, cielo. Los niños se tienen que marchar de casa tarde o temprano. Vamos. Te traeré un poco de ensalada de patata.
Los dos se alejaron de Brady y Vanessa.
– Menuda despedida -dijo ella. Aún tenía un nudo en la garganta.
– Quiero hablar contigo. Podemos ir a tu casa o a la mía.
– Creo que deberíamos esperar hasta que…
– Ya hemos esperado demasiado.
Presa de pánico. Vanessa miró a su alrededor. ¿Cómo era posible que se hubieran quedado a solas tan rápidamente?
– La fiesta…Tenemos invitados.
– No creo que nadie nos eche de menos -afirmó Brady. Le agarró un brazo y la llevó hacia su coche.
– Doctor Tucker. ¡Doctor Tucker! -exclamó una voz. Brady se dio la vuelta y vio que Annie Crampton se dirigía corriendo hacia ellos-. ¡Venga rápidamente! ¡A mi abuelo le ocurre algo!
Brady echó a correr rápidamente. Cuando Vanessa llegó al jardín trasero, ya estaba arrodillado al lado del anciano aflojándole el cuello de la camisa.
– Tengo un dolor… en el pecho -decía el anciano-… No puedo respirar…
– Te traigo el maletín de papá -anunció Joanie. Rápidamente se lo entregó a Brady-. La ambulancia ya viene de camino.
Brady asintió.
– Tranquilícese, señor Benson -le dijo. Sacó una jeringuilla y un frasco muy pequeño del maletín-. Quiero que permanezca tranquilo -repitió. No dejó de hablarle mientras trabajaba para tranquilizarlo con la voz-. Joanie, tráeme su expediente -añadió en voz baja.
Sin saber qué hacer, Vanessa rodeó los hombros de Annie con un brazo y tiró de ella.
– Vamos Annie.
– ¿Se va a morir el abuelo?
– El doctor Tucker se está ocupando de él. Es un buen médico.
– También cuida de mi mamá. Va a ayudar a que nazca el niño y todo eso, pero el abuelo es muy viejo -susurró la pequeña, con lágrimas en los ojos-. Se cayó. Se puso muy raro y se cayó.
– El doctor Tucker ha empezado a atenderlo enseguida -afirmó ella mientras acariciaba el cabello de la pequeña-. Si se tenía que poner enfermo, éste era el mejor lugar para hacerlo. Cuando esté mejor, le podrás tocar tu nueva canción.
– ¿La de Madonna?
– Eso es -respondió Vanessa. En aquel momento se oyó la sirena de una ambulancia-. Ya vienen a llevárselo al hospital.
– ¿Irá con él el doctor Tucker?
– Estoy segura de ello.
Observó cómo los enfermeros sacaban una camilla. Brady intercambió unas rápidas palabras con ellos. Vanessa vio que colocaba las manos sobre los hombros de la madre de Annie y hablaba con ella tranquilamente. Mientras la mujer lo observaba con los ojos llenos de lágrimas. Cuando Brady echó a correr detrás de la camilla, Vanessa abrazó con fuerza a Annie.
– ¿Por qué no vas con tu madre? Seguro que te necesita -le dijo. Lo sabía muy bien. Recordó el miedo y la desesperación que había sentido cuando se llevaron a su propio padre. Se dio la vuelta y echó a correr detrás de Brady-. Espera -susurró. Sabía que no podía perder el tiempo, pero tenía que saber-. Por favor, mantenme informada de lo que ocurra.
Brady asintió y se montó en la ambulancia con su paciente.
Era casi medianoche cuando Brady llegó a su casa. En el cielo había una luna morisca que destacaba por su blancura sobre un cielo oscuro cuajado de estrellas. Permaneció allí sentado durante un momento, dejando que sus músculos se relajaran uno a uno. Como tenía bajadas las ventanillas del coche, podía escuchar como el viento susurraba entre los árboles.
La fatiga de aquel día tan largo había terminado por pasarle factura cuando regresaba a su casa. Afortunadamente, Jack le había llevado el coche al hospital. Sin él, probablemente se habría quedado dormido en la sala de espera. En aquellos momentos, lo único que deseaba era meterse en la bañera repleta de agua caliente, conectar el hidromasaje y tomarse una cerveza fría.
En la planta baja las luces estaban encendidas. Se alegraba de que se le hubiera olvidado apagarlas. Si las luces estaban encendidas, resultaba menos deprimente regresar a una casa vacía. De camino había pasado por delante de la casa de Vanessa, pero ella ya tenía las luces apagadas.
«Probablemente es lo mejor», pensó. Se sentía cansado y tenso. No era la actitud adecuada para una charla sensata y paciente. Tal vez era mejor que Vanessa pudiera pensar un poco a solas sobre el hecho de que él estaba enamorado de ella.
O tal vez no. Antes de abrir la puerta de la casa, dudó. Siempre había sido un hombre muy decidido. Cuando tomó la decisión de hacerse médico, se había dedicado en cuerpo y alma a sus estudios. Cuando decidió dejar el hospital de Nueva York para ir a ejercer a Hyattown la medicina general, lo había hecho sin arrepentirse y sin mirar atrás.
Aquellas decisiones habían cambiado por completo su vida. Entonces, ¿por qué diablos no era capaz de decidir lo que hacer sobre Vanessa?
Iba a regresar al pueblo. Si ella no le abría la puerta, subiría por el desagüe hasta llegar a su dormitorio. De un modo u otro, iban a aclararlo todo aquella misma noche.