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Ya desnuda, Vanessa extendió las manos y le tiró frenéticamente de los pantalones. Como él sabía que sus propias necesidades le estaban volviendo loco, la cubrió con la mano y la empujó hacia el abismo del deseo.

Vanessa gritó, atónita, indefensa… Suavemente dejo que la mano se le cayera del hombro de Brady. Entre los temblores del placer, él se deslizó dentro de ella, lenta, suavemente, murmurando su nombre una y otra vez. El amor requería ternura.

Vanessa perdió su inocencia dulce e indoloramente, plena de gozo.

Estaba tumbada sobre la cama de Brady, enredada entre sus sábanas. Un gorrión anunció la llegada del nuevo día. Durante la noche, el perro se había metido en la habitación para ocupar su lugar a los pies de la cama. Perezosamente, Vanessa abrió los ojos.

El rostro de Brady estaba a poco más de un centímetro del de ella. Estaba profundamente dormido, rodeándole a ella la cintura con el brazo, y una respiración lenta y pausada. En aquellos momentos, se parecía mucho más al muchacho que recordaba que al hombre que estaba empezando a conocer.

Lo amaba. Ya no le quedaba ninguna duda de ello. Su corazón casi podía estallar del amor ingente que sentía. Sin embargo, ¿amaba al muchacho o al hombre?

Con mucha suavidad, le apartó el cabello que le cubría la frente. De lo único de lo que estaba segura era de que era feliz. Por el momento, le bastaba.

Se estiró lentamente. Durante la noche, Brady le había mostrado lo hermoso que hacer el amor podría resultar cuando dos personas se querían y lo excitante que podía llegar a ser cuando se cubrían las necesidades y los deseos. Fuera lo que fuera lo que ocurriera después, al día o al año siguiente, jamás olvidaría lo que habían compartido.

Como no quería despertarlo, le tocó los labios con los suyos muy suavemente. Incluso aquel breve contacto despertó su deseo. Llena de curiosidad, le acarició suavemente los hombros con el dedo. La necesidad creció y se extendió aún más.

En lo que se refería a los sueños, a Brady le pareció que aquél era uno de los mejores. Estaba debajo de un cálido edredón mientras amanecía. Vanessa estaba en la cama a su lado. Su cuerpo estaba apretado con fuerza contra el de él y se movía suavemente, excitándolo con rapidez. Aquellos hermosos dedos tan llenos de talento le acariciaban la piel. Su hermosa boca jugaba con la de él. Cuando la abrazó, ella suspiró y se arqueó bajo sus manos.

Por donde tocaba, sólo encontraba piel cálida y suave. Ella lo había abrazado y lo tenía atrapado contra su cuerpo. Cuando dijo su nombre una, dos veces, las palabras se deslizaron por fin bajo la cortina de su fantasía. Abrió los ojos y la vio.

No era un sueño. Vanessa sonreía. Sus hermosos ojos verdes vibraban de pasión. Su cuerpo esbelto y suave se curvaba contra el de él.

– Buenos días -murmuró ella-. No estaba segura si tú…

Brady la besó. Los sueños y la realidad se mezclaron en uno cuando se deslizó dentro de ella.

La luz del sol era mucho más fuerte cuando Vanessa se tumbó encima de él, colocando la cabeza sobre su corazón. El cuerpo aún le vibraba de gozo.

– ¿Qué decías?

– Mmm… -susurró ella. El esfuerzo que le suponía abrir los ojos era ingente, por lo que los mantuvo cerrados-. ¿Yo?

– ¿Que no estabas segura de si yo qué?

– Ah… Que no estaba segura de si tenías alguna cita esta mañana.

Brady siguió acariciándole el cabello.

– Es domingo -le recordó-. La consulta está cerrada, pero tengo que ir al hospital para ver cómo está el señor Benson y un par de pacientes más. ¿Y tú?

– No mucho. Preparar las clases, ahora que tengo diez alumnos.

– ¿Diez? -preguntó Brady, muy sorprendido.

– Ayer, durante el picnic, me sometieron a una emboscada -confesó ella, tras abrir los ojos.

– Diez alumnos… ¡Vaya! Menudo compromiso. ¿Significa eso que estás pensando en volver a instalarte aquí?

– Al menos durante el verano. Todavía no he decidido si accederé a hacer una gira de conciertos en el otoño.

– ¿Qué te parece si salimos a cenar?

– Pero si todavía no hemos desayunado.

– Me refería a esta noche. Podríamos celebrar nuestro propio picnic con las sobras de ayer. Tú y yo solos.

– Me gustaría…

– Bien. ¿Por qué no empezamos bien el día?

Vanessa soltó una carcajada y le dio un beso en el torso.

– Pensaba que ya lo habíamos empezado bien.

– Lo que quería decir era que tú me podías frotar la espalda -replicó Brady. Con una sonrisa en los labios se incorporó y la sacó de la cama.

Vanessa descubrió que no le importaba estar a solas en la casa. Después de que Brady la dejara allí, se puso unos vaqueros y una camiseta. Quería pasar el día tocando el piano, preparando sus clases, practicando y, si se lo permitía su estado de ánimo, componiendo.

Cuando estaba de gira no había tenido mucho tiempo para componer, pero, en aquellos momentos, tenía todo el verano por delante. Aunque diez horas de su semana estuvieran ocupadas por las clases y otras tantas en prepararlas, tenía tiempo de sobra para disfrutar de lo que más le gustaba. De su primer amor.

«Mi primer amor», repitió, con una sonrisa. No era la composición, sino Brady. Él era su primer amor. Su primer amante, y lo más probable que también el último.

Él la amaba o, al menos, creía que lo hacía. Jamás hubiera empleado aquellas palabras si no hubiera estado seguro de ello. Ella no podía ser menos. Tenía que asegurarse de lo que era mejor para sí misma, para él y para todos antes de poner en peligro su corazón con tan sólo dos palabras.

Cuando se las dijera, Brady no la dejaría escapar nunca más. Por mucho que él hubiera suavizado su carácter a lo largo de los años, por muy responsable que fuera, seguía habiendo en él una gran parte del muchacho salvaje y decidido que había sido. Sabía que aquello pertenecía al pasado, que en el pasado habían cometido errores y, precisamente por eso, no estaba dispuesta a arriesgar el futuro.

No quería pensar en el mañana. Todavía no. Quería tan sólo disfrutar del presente.

El teléfono comenzó a sonar justo cuando se dirigía hacia el cuarto de música. Dudó si contestar o no, pero, cuando sonó por quinta vez, cedió y fue a responder.

– ¿Sí?

– Vanessa, ¿eres tú?

– Sí. ¿Frank? -preguntó. Había reconocido la voz del devoto ayudante de su padre.

– Sí, soy yo…

– ¿Cómo estás, Frank?

– Bien, bien. ¿Cómo estás tú?

– Yo también estoy bien -respondió-. ¿Cómo va tu nuevo protegido?

– ¿Te refieres a Francesco? Es brillante. Muy temperamental, por supuesto. Arroja cosas, pero, después de todo, es un artista. Va a tocar en Cordina.

– ¿En la gala a beneficio de la princesa Gabriella? ¿Para ayudar a los niños discapacitados?

– Sí.

– Estoy segura de que lo hará estupendamente.

– Por supuesto. Sin duda. Sin embargo, la princesa… esta muy desilusionada de que no vayas a tocar tú. Me ha pedido personalmente que te convenza para que reconsideres tu postura.

– Frank…

– Por supuesto, te alojarías en el palacio. Es un lugar increíble.

– Sí, lo sé, Frank. Todavía no he decidido si voy a volver a actuar.

– Sabes que no lo dices en serio, Vanessa. Con tus dotes…

– Efectivamente, con mis dotes -replicó ella, con impaciencia-. Creo que ya va siendo hora de que nos demos todos cuenta de que son mías.

Frank guardó silencio durante un instante.

– Sé que tu padre se mostró a menudo muy insensible sobre tus necesidades personales, pero fue sólo porque era muy consciente de la profundidad de tu talento.

– No tienes que explicarme cómo era mi padre, Frank.

– No, no… Claro que no…

Vanessa lanzó un suspiro. No era justo emplear a Frank Margoni como chivo expiatorio de sus frustraciones, tal y como había hecho siempre su padre.