– Entiendo la situación en la que te encuentras, Frank, pero ya le he enviado mis disculpas, junto con una donación, a la princesa Gabriella.
– Lo sé. Por eso se ha puesto en contacto conmigo. No podía hacerlo contigo directamente. Por supuesto, no soy tu mánager oficialmente, pero la princesa conoce los vínculos que hay entre nosotros y…
– Si decido volver a hacer una gira, Frank, espero que tú te encargues de organizármela.
– Te lo agradezco mucho, Vanessa -comentó Frank, algo más alegre-, y me doy cuenta de que necesitas un poco de tiempo para ti misma. Sé que los últimos años han sido un tormento. Sin embargo, esa gala es muy importante…Y la princesa es muy testaruda.
– Sí, lo sé.
– Sólo sería una actuación -prosiguió Frank, viendo una salida-. Ni siquiera sería un concierto completo. Tendrás carta blanca sobre tu programa. Les gustaría que tocaras dos piezas, pero hasta una sería muy bienvenida. Tu nombre en el programa supondría tanto para esos niños… Es una causa muy noble.
– ¿Cuándo es esa gala?
– El mes que viene.
– El mes que viene… Pero si ya estamos prácticamente en el mes que viene, Frank.
– Es el tercer sábado de junio.
– Dentro de tres semanas… Está bien. Lo haré. Por ti y por la princesa Gabriella.
– Vanessa, no sabes lo mucho que te…
– Por favor, no. Sólo será una noche.
– Puedes quedarte en Cordina todo lo que desees.
– Una noche -reiteró ella-. Envíame los detalles a esta dirección y saluda a Su Alteza de mi parte.
– Lo haré, por supuesto. Estará encantada. Todos estarán encantados. Gracias, Vanessa.
Ella colgó el teléfono. Permaneció de pie, en silencio. Era muy extraño, pero no se sentía tensa y estregada al pensar que tenía una actuación tan importante. El teatro de Cordina era exquisito y enorme.
¿Qué ocurriría si volvía a sentir pánico? Lo superaría. Siempre lo había hecho. Tal vez el destino le había hecho recibir aquella llamada, cuando estaba dudando sobre una línea invisible. Seguir hacia delante o permanecer allí.
Tendría que tomar una decisión muy pronto. Sólo esperaba que fuera la adecuada.
Estaba tocando el piano cuando Brady regresó. Él oyó la música desde el exterior, romántica y poco familiar, a través de las ventanas abiertas. Tal era la magia que desprendía aquel momento que una mujer y un niño estaban en la acera, escuchando.
Vanessa le había dejado la puerta abierta. Sólo tenía que empujarla un poco para entrar. Avanzó sigilosamente. Le parecía que estaba caminando sobre notas líquidas.
Vanessa no lo vio. Tenía los ojos medio cerrados y una sonrisa en el rostro. Era como si las imágenes que estaba visualizando en el interior de su cabeza le fluyeran a través de los dedos para apretar las teclas del piano.
La música era lenta, soñadora, enriquecida por una pasión latente. Brady sintió que se le hacía un nudo en la garganta.
Cuando Vanessa terminó, abrió los ojos y lo miró. De algún modo, había sabido que estaría allí cuando sonara la última nota.
– Hola.
Brady avanzó y le tomó las manos.
– Hay tanta magia en estos dedos… Me deja atónito.
– Son sólo manos de pianista. Las tuyas sí que son mágicas. Son capaces de curar.
– Había una mujer en la calle con un niño. Los vi cuando llegué a la casa. Te estaban escuchando y la mujer tenía lágrimas en las mejillas.
– Entonces, no puede haber mayor cumplido. ¿Te ha gustado?
– Mucho. ¿Cómo se llama?
– No lo sé. Es algo en lo que llevo algún tiempo trabajando. Nunca me pareció bien hasta hoy.
– ¿Lo has compuesto tú? -preguntó él, atónito-. No sabía que también compusieras música.
– Espero hacerlo más en el futuro. Bueno -dijo Vanessa. Tiró de él para que se sentara a su lado sobre el taburete del piano-. ¿No vas a saludarme con un beso?
– Por supuesto -contestó. La besó muy cálidamente-. ¿Cuánto tiempo llevas componiendo?
– Varios años… cuando he podido conseguir tiempo. Entre viajes, ensayos, prácticas y actuaciones, no ha sido mucho.
– Nunca has grabado ninguna pieza propia.
– En realidad no he terminado nada. Yo… ¿Cómo lo sabes? -preguntó, atónita.
– Tengo todo lo que has grabado, pero háblame de tus composiciones.
– ¿Y qué quieres que te diga?
– ¿Te gusta?
– Me encanta. Es lo que más me gusta.
– Entonces, ¿por qué no has terminado nada? -quiso saber Brady. No había dejado de juguetear con los dedos de Vanessa.
– Ya te he dicho que no he tenido tiempo. Ir de gira no es sólo tomar champán y caviar, ¿sabes?
– Vamos -dijo Brady, de repente. Sin soltarle las manos, hizo que se pusiera de pie.
– ¿Adonde vamos?
– A donde haya un sofá cómodo. De hecho, aquí mismo. Siéntate. Ahora, háblame.
– ¿Sobre qué?
– Quería esperar hasta que estuvieras recuperada… No hagas eso -le suplicó Brady, al sentir que ella se tensaba-. Como tu amigo, como médico y como el hombre que te ama, quiero saber lo que provocó tu enfermedad para asegurarme de que nunca vuelve a ocurrir.
– Has dicho que ya me he recuperado…
– Las úlceras pueden reaparecer.
– Yo nunca tuve úlcera.
– Puedes negarlo todo lo que quieras, pero no cambiará los hechos. Quiero que me digas lo que te ha estado pasando todos estos últimos años.
– He estado de gira, actuando… ¿Cómo hemos pasado de hablar de mis composiciones a hacerlo de este tema?
– Porque uno tiene que ver con el otro, Van. A menudo, las úlceras se causan por sentimientos. Frustraciones, iras, resentimientos que están embotellados y que empiezan a supurar porque no se airean.
– Yo no estoy frustrada. Tú, mejor que nadie, deberías saber que yo no me guardo las cosas. Pregunta por ahí, Brady. Mi mal genio es famoso en tres continentes.
– No lo dudo, pero no recuerdo haberte visto nunca discutir con tu padre.
Al oír aquellas palabras, Vanessa quedó en silencio. Aquello era la pura verdad.
– ¿Querías componer o querías actuar?
– Es posible hacer las dos cosas. Es simplemente una cuestión de disciplina y de prioridades.
– ¿Y cuáles eran tus prioridades?
Vanessa se sintió incómoda. Se rebulló en el asiento.
– Creo que es evidente que actuar.
– Antes me dijiste algo. Me dijiste que lo odiabas.
– ¿Que odiaba qué?
– Dímelo tú.
Vanessa se puso de pie y empezó a pasear por la habitación. Se dijo que ya no importaba, pero Brady estaba allí, observándola, esperando. Sus experiencias pasadas le decían que seguiría insistiendo hasta que descubriera lo que estaba buscando.
– Muy bien. Nunca me gustó actuar.
– ¿No querías tocar?
– No, lo que no quería era actuar. Necesito tocar igual que necesito respirar, pero… Tengo miedo escénico -confesó por fin-. Es una estupidez, es infantil, pero nunca he podido superarlo.
– No es ni estúpido ni infantil -afirmó Brady. Se puso de pie. Se habría acercado a ella, pero Vanessa dio un paso atrás-. Si odias actuar, ¿por qué seguiste haciéndolo? Por supuesto -añadió, antes de que ella pudiera responder.
– Era muy importante para él… -susurró ella, incapaz de quedarse quieta-. No lo comprendía. Había invertido toda su vida en mi carrera. La idea de que yo no pudiera actuar en público, que me asustara…
– Que te hiciera enfermar.
– Yo nunca he estado enferma. Nunca he cancelado ninguna actuación por motivos de salud.
– No, actuaste a pesar de tu salud. Maldita sea, Van. No tenía derecho.
– Era mi padre. Sé que era un hombre difícil, pero yo le debo mucho.
– ¿Consideraste alguna vez realizar terapia?
– No. Mi padre se oponía. No toleraba las debilidades. Supongo que ésa era su propia debilidad -contestó. Cerró los ojos durante un momento-. Tienes que comprenderlo, Brady. Era la clase de hombre que se negaba a creer lo que no era conveniente para él. En lo que a él se refería, mi problema dejó de existir. Nunca pude encontrar el modo de que aceptara o comprendiera mi fobia.