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– Ah.

– Son como palpitaciones y, por las noches, tengo sueños…

– ¿De verdad? -preguntó Brady. Se levantó y se sentó sobre el escritorio-. ¿Y qué clase de sueños?

– Son personales -respondió, mostrándose muy tímida.

– Soy médico.

– Eso es lo que usted dice -replicó ella, con una sonrisa-, pero ni siquiera me ha pedido que me quite la ropa.

– Tiene razón -dijo él. Se puso de pie y le tomó la mano-.Venga conmigo.

– ¿Adonde?

– Creo que su caso requiere una exploración completa.

– Brady…

– Doctor Brady para usted -le recordó. Encendió las luces de la sala de exploraciones-. Ahora, hábleme de ese dolor.

Vanessa lo miró atentamente.

– Doctor, creo que ha estado bebiéndose un poco del alcohol de dar friegas.

Brady simplemente la agarró por las caderas y la subió encima de la camilla de exploraciones.

– Relájate, cielo. No me llaman doctor Bueno por nada -dijo. Se sacó el oftalmoscopio y dirigió la luz a los ojos de Vanessa-. Sí, son verdes.

– Vaya, es un alivio.

– Ahora, quítate la blusa y comprobaremos qué tal tienes los reflejos.

– Bueno -susurró. Entonces, se pasó la lengua por los labios. Se desabrochó los botones de la blusa. Debajo, llevaba ropa interior de seda azul transparente-. No me voy a tener que poner una de esas cosas de plástico, ¿verdad?

Brady contuvo el aliento al ver que ella se quitaba la blusa.

– Creo que podremos prescindir de ese detalle. Me parece que tienes una salud excelente. De hecho, puedo decir sin reservas que estás estupenda.

– Pero tengo este dolor…-musitó. Agarró una mano a Brady y se la colocó encima de un seno-. En estos momentos, el corazón me late a toda velocidad. ¿Lo siente?

– Sí -dijo él. Suavemente, acarició la seda y la carne-. Creo que es contagioso.

– Tengo la piel muy caliente. Y las piernas se me doblan…

– Sí, creo que es algo contagioso -reiteró él. Con un dedo, le bajó un tirante del sujetador-. Tal vez tengas que pasar cuarentena.

– Con usted, espero…

– Ésa es la idea -replicó Brady mientras le desabrochaba los pantalones.

Cuando ella se quitó las sandalias de una patada, el otro tirante se le resbaló solo del hombro. Vanessa tenía la voz cada vez más ronca y agitada. Brady le bajó por completo los pantalones. Entonces, cuando empezó a besarle la clavícula suavemente, ella ronroneó:

– ¿Puede ayudarme, doctor?

– Voy a hacer todo lo que pueda.

Deslizó la boca sobre la de ella. El ligero suspiro que ella lanzó se mezcló con el de él. De repente, ella cambió el ángulo del beso para poder disfrutar más de su sabor. Fuera cual fuera la enfermedad que tenía, Brady era justamente la medicina que necesitaba.

– Creo que ya me siento mejor -musitó-. Más…

– Van…

Ella abrió los ojos. Mientras le mesaba el cabello con los dedos, sonrió. La luz le brillaba en los ojos, haciendo que Brady se viera atrapado en ellos. Todo lo que había deseado siempre, lo que había necesitado, estaba allí. Sin poder contenerse, lanzó una maldición y volvió a besarla.

Aquella vez no hubo paciencia. Aunque el cambio sorprendió a Vanessa, no la asustó. Brady era su amigo, su amante. Su desesperación y su efervescencia la excitaban, la poseían. Cuando empezaron a reflejarse en ella idénticas emociones, lo abrazó con más fuerza.

Decidió que nadie la podría desear tan apasionadamente. Sin dejar de besarlo, le quitó la bata y le arrancó prácticamente la camiseta casi antes de que la primera prenda cayera al suelo. Deseaba sentir su carne, su calor. Deseaba saborear aquella carne, su suculencia, con sus propios labios.

Hasta entonces, Brady le había demostrado lo tranquilo y dulce que podía ser el amor. Aquella vez, Vanessa ansiaba fuego, oscuridad, locura.

Brady ya había perdido por completo el control. La hizo tumbarse sobre la estrecha camilla y le quitó la ropa interior. En aquellos momentos, no podía tolerar que nada se interpusiera entre ellos. Necesitaba sentir carne contra carne, corazón contra corazón. Deseaba saborear cada centímetro de su piel.

Sin embargo, lo que Vanessa deseaba era tan poderoso como lo que deseaba él. Lo estrechó contra ella y se colocó hábilmente sobre él de modo que sus labios pudieron recorrerle garganta, torso y más allá. Duras y avariciosas, las manos de Brady la acariciaban por todas partes al tiempo que la indagadora boca de Vanessa lo volvía loco.

El sabor de Brady, cálido, oscuro y masculino, hizo que la cabeza le diera vueltas. Su cuerpo firme y musculoso la volvía loca. Como ya estaba húmeda, la piel se le deslizaba con facilidad sobre los dedos. Ella lo tocaba con habilidad, como si fuese el más apasionado concierto.

Temió que el corazón le fuera a explotar por la velocidad a la que le latía. El cuerpo le temblaba. A pesar de las vertiginosas sensaciones, sintió que algo se despertaba en ella. ¿Cómo iba ella a saber que podía dar tanto y recibir más a cambio?

El pulso de Brady le latía bajo las yemas de los dedos. Él murmuraba frenéticamente y tenía la respiración entrecortada. Vanessa vio el eco de su propia pasión reflejado en los ojos de su compañero, la saboreó cuando le besó los labios. Aquella pasión era por ella. Se dejó ahogar en aquel beso…

Brady le agarró las caderas con fuerza. Cada vez que respiraba el aroma de Vanessa lo inundaba por dentro, tan potente como cualquier narcótico. El cabello de ella le tapaba el rostro, bloqueando la luz y obligándolo a mirarla tan sólo a ella. Con cada movimiento, ella lo provocaba un poco más.

– Por el amor de Dios, Van…

Si no la poseía en aquel mismo instante, moriría de necesidad. Como si le hubiera leído el pensamiento, Vanessa se movió un poco, se arqueó y dejó que él se hundiera en ella. Durante un instante, el tiempo pareció detenerse. Brady sólo podía verla a ella, su cuerpo desnudo reluciendo bajo la potente luz de los focos y el rostro bollándole con un poder que ella acababa de descubrir.

Entonces, todo fue velocidad y gemidos mientras Vanessa se movía por los dos.

Aquello era la gloria. Vanessa se entregó por completo. Levantó los brazos y los enterró en su propio cabello. Aquello era una maravilla, una delicia. Ninguna sinfonía la había excitado nunca tanto. Ningún preludio había sido tan apasionado. A medida que las sensaciones se despertaron dentro de ella, suplicó más.

Había libertad en su avaricia, éxtasis en el conocimiento de que podía tomar tanto como deseara. Excitación al comprender que podía darse igual de generosamente.

El corazón le rugía en los oídos. Cuando buscó las manos de Brady, él las entrelazó automáticamente con las suyas. Permanecieron agarrados hasta que alcanzaron juntos el clímax.

Vanessa se deslizó sobre él. La cabeza le daba vueltas y el corazón amenazaba con salírsele del pecho. La piel de Brady estaba tan húmeda como la suya y su cuerpo igual de agotado. Cuando le dio un beso en la garganta, sintió el frenético palpitar de su pulso.

Asombrada, Vanessa se dio cuenta de que ella lo había provocado. Se había hecho con el control y les había dado a ambos placer y pasión. Ni siquiera había tenido que pensar, sino tan sólo sentir, actuar. Se apoyó sobre un codo y le sonrió.

Brady tenía los ojos cerrados y el rostro tan relajado…Vanessa comprendió que estaba a punto de quedarse dormido. Los latidos de su corazón se habían convertido en un mero ronroneo. A pesar de que se sentía satisfecha, Vanessa sintió que la necesidad volvía a florecer.

– Doctor -murmuró.

– Mmm…

– Me siento mucho mejor.

– Bien. Recuerda que tu salud es lo más importante para mí -dijo, tras respirar profundamente.

– Me alegro de saberlo, porque creo que voy a necesitar más tratamientos -susurró ella, mientras le acariciaba suavemente el torso con un dedo-. Sigo teniendo dolor…