Bajé la cabeza y le conté lo que había pasado. Me escuchó con la cabeza baja y, cuando hube terminado, dijo:
– Sabía que eras un hombre sencillo y alocado, ¡oh dueño mío!, pero creía que tu locura se curaría con la edad. Mas veo que no hace más que empeorar, pese a que hayas comprobado con tus propios ojos todo el mal hecho por Atón. Yo creo que sufres por tu inacción, que te deja demasiado tiempo para pensar. Por esto deberías volver a curar a los enfermos, porque un solo enfermo curado te causaría más alegría que tus palabras, que son peligrosas para ti y para los que seduces. Pero si no quieres trabajar podrías buscarte otro pasatiempo como los ricos ociosos. Como cazador de hipopótamos no valdrías nada, y sin duda el olor de los gatos te incomoda, de lo contrario podrías seguir el consejo de Pepitamon, que ha adquirido gran renombre como criador de gatos de lujo. Pero, ¿quién te impide recopilar viejos textos y establecer un catálogo de ellos o coleccionar objetos y joyas procedentes de la época de las pirámides? Podrías buscar los instrumentos de música de los sirios o los ídolos negros traídos por los soldados del país de Kush. En verdad, Sinuhé, que existen mil maneras de matar el tiempo para evitar verte obsesionado por vanas ideas, y las mujeres y el vino no son los peores remedios. Por Amón, juega a los dados, gasta tu oro con las mujeres, embriágate, haz cualquier cosa, pero deja de atormentarte por nada. -Y añadió-: En este mundo nada es perfecto, la corteza del pan está quemada, cada fruto oculta un gusano y el vino da dolor de cabeza. Por esto no hay tampoco justicia perfecta y las buenas intenciones pueden tener consecuencias desastrosas y las buenas acciones acarrean la muerte, como te lo ha demostrado el ejemplo de Akhenaton. Pero fíjate en mí, me contento con mi suerte modesta y engordo en buena armonía con los dioses, y los hombres y los jueces se inclinan ante mí y la gente me alaba, y en cambio los perros levantan la pata sobre tu pantorrilla. Cálmate, Sinuhé, dueño mío, porque no es tuya la culpa de que el mundo sea como es. Yo veía su obesidad y su riqueza y le envidiaba su serenidad, pero le dije:
– Tienes razón, Kaptah, voy a trabajar de nuevo en mi profesión, pero cuéntame si la gente se acuerda todavía de Atón para maldecirlo, porque has pronunciado este nombre y está prohibido mencionarlo.
Y él dijo:
– En verdad Atón ha sido olvidado en cuanto se han hundido las columnas de la Ciudad del Horizonte. Pero he visto artistas que han permanecido fieles al estilo de Atón y existen narradores que cuentan leyendas peligrosas, y algunas veces se ven dibujadas en la arena algunas cruces de Atón, así como en las paredes de los urinarios públicos, de manera que Atón no está quizá tan olvidado como podría creerse.
– Bien, Kaptah, según tus consejos voy a reanudar mi profesión, y comenzaré a coleccionar, pero como no quiero imitar a nadie coleccionaré a los hombres que se acuerden todavía de Atón.
Pero Kaptah creyó que bromeaba, porque se acordaba todavía de todo el mal que Atón había causado a Egipto y a mí. Muti nos sirvió vino y conversamos agradablemente, pero a poco vinieron los esclavos a levantar a Kaptah, que a causa de su obesidad no podía incorporarse solo. Se marchó, más al día siguiente me mandó grandes regalos que me hicieron la vida fácil e incluso lujosa, de manera que nada hubiera faltado a mi felicidad si hubiera sido capaz de alegrarme.
6
Así fue como hice poner de nuevo mi emblema de médico en mi puerta, y los enfermos me pagaban según sus medios, y no pedía nada a los pobres, de manera que el patio de mi casa estaba lleno de la mañana a la noche. Al cuidarlos los interrogaba prudentemente sobre Atón, porque no quería ni asustarlos ni incitarlos a propalar rumores enojosos, porque mi reputación era ya bastante mala en Tebas. Pero no tardé en darme cuenta de que Atón había caído completamente en el olvido y que nadie lo entendía ya, aparte los violentos y las víctimas de una injusticia, que no veían en él y en su cruz más que una manera mágica de vengarse.
Después de la crecida, murió el sacerdote Ai, y se dijo que había muerto de hambre, porque en su miedo al veneno no osaba comer nada, ni siquiera el pan que él mismo se fabricaba, porque creía que los granos de trigo habían sido envenenados mientras crecían en los campos. Entonces Horemheb puso fin a la guerra de Siria y dejó Kadesh a los hititas, puesto que no podía apoderarse de ella, y entró en triunfo en Tebas para celebrar sus victorias. No consideraba a Ai como un verdadero faraón y, por consiguiente, no ordenó duelo público, sino que proclamó inmediatamente que Ai había sido un falso faraón, que por sus guerras continuas y sus exacciones fiscales había causado a Egipto indecibles sufrimientos. Poniendo fin a la guerra y cerrando las puertas del templo de Sekhmet inmediatamente después de la muerte de Ai, consiguió convencer al pueblo de que él no había querido la guerra, sino que había obedecido al malvado faraón. Y por esto el pueblo lo aclamó a su regreso.
En cuanto llegó a Tebas, Horemheb me hizo llamar y me dijo: -Sinuhé, amigo mío, soy más viejo que cuando nos separamos y a menudo he estado atormentado por tus palabras y tus reproches de ser un hombre sanguinario y perjudicar a Egipto. Pero he conseguido mis fines y he restaurado el poderío de Egipto, de manera que ningún peligro exterior lo amenaza porque he quebrado la lanza de los hititas y dejo a mi hijo Ramsés la tarea de apoderarse de Kadesh, porque estoy harto de guerras y quiero consolidar el trono de mi hijo. Es cierto que Egipto está sucio como el establo de un pobre, pero pronto verás cómo hago sacar el estiércol y sustituir la injusticia por la justicia, y cada cual recibirá la medida de sus méritos. En verdad, Sinuhé, quiero restaurar los buenos viejos tiempos y todo volverá a ser como antes. Por esto haré borrar de la lista de los soberanos los nombres de Tutankhamon y Ai, de la misma manera que ha sido suprimido ya el de Akhenaton, y sus reinos serán como si no hubiesen existido jamás, y haré comenzar mi reino en la noche de la muerte del gran faraón, cuando llegué a Tebas con la lanza en la mano, mientras mi halcón volaba delante de mí.
Se sintió melancólico y se cogió la cabeza con las manos, y la guerra había trazado surcos en su rostro y sus ojos no expresaban ninguna alegría cuando dijo:
– En verdad el mundo es muy diferente de lo que era cuando nuestra juventud, y el pobre tenía su medida llena y el aceite y la grasa no faltaban en las cabañas de barro. Pero los buenos viejos tiempos volverán conmigo, Sinuhé, y Egipto será fértil y rico y mandaré mis navíos a Punt y volveré a abrir las canteras y las minas abandonadas para construir templos soberbios y hacer afluir el oro, la plata y el cobre a las arcas del faraón. En verdad te digo que dentro de diez años no reconocerás Egipto, porque no verás en él inválidos ni mendigos. Los débiles deben ceder la plaza a los fuertes, y extirparé de Egipto toda la sangre débil o enferma a fin de que nuestro pueblo sea de nuevo sano y fuerte y mis hijos puedan arrastrarlo a la conquista del universo.
Pero estas palabras no me causaron ninguna alegría y mi estómago se me cayó a los talones y el frío me encogió el corazón. Por esto permanecí mudo y sin sonreír. Se sintió vejado y frunció el ceño, y golpeándose el muslo con la fusta de oro, dijo:
– Eres tan desagradable como antes, Sinuhé, y pareces un estéril matorral espinoso; no comprendo por qué pensaba alegrarme al verte. Eres el primero a quien he llamado a mi presencia, antes incluso de haber visto a mis hijos o saludado a mi esposa, porque la guerra y el poder me han hecho solitario, de manera que en Siria no tenía a nadie con quien compartir mis penas y mis alegrías. A ti, Sinuhé, no te pido nada, sino tu amistad, pero me parece que se ha extinguido y que no estás contento de verme.