Quizá tuviese razón y la pena de mi espíritu provenía acaso de que, en mis venas, la sangre sagrada de los faraones se mezclaba con la sangre pálida de los crepúsculos de Mitanni. Pero a pesar de todo, estas palabras me hicieron reír, y me puse la mano delante de la boca por cortesía. Y, sin embargo, me sentía lleno de temor, porque Tebas era mi ciudad; en ella había nacido y vivido y no quería vivir en otro sitio que Tebas. Mi risa hirió a Horemheb, que había pensado que me postraría a sus pies implorando el perdón. Y por esto blandió su fusta y dijo:
– Está decidido; te destierro para siempre y cuando mueras tu cuerpo no podrá ser enterrado en Egipto pese a que te autorizo a hacerte conservar para siempre según la tradición. Tu cuerpo reposará en la ribera del mar oriental, en el lugar donde se embarca hacia Punt, y allá es donde te destierro, porque no puedo enviarte a Siria, donde quedan muchos carbones medio apagados, y tampoco al país de Kush, porque dices que todos los hombres son iguales y que los egipcios y los negros valen lo mismo y podrías sembrar ideas locas en la cabeza de los negros. Pero la ribera del mar está desierta y podrás hacer discursos a las rocas rojas, al viento del desierto y a las olas y tendrás como auditores a los chacales, los cuervos y las serpientes. Los guardias medirán el espacio en el que podrás moverte y te matarán con sus lanzas si tratas de moverte del lugar fijado. Pero por lo demás, no carecerás de nada; tu lecho será blando y tu comida abundante, y te mandarán todo lo que pidas y sea razonable, porque el destierro en la soledad es un castigo suficiente para ti y no quiero perseguirte porque has sido mi amigo.
Yo no temía la soledad, porque toda la vida había sido solitario, pero mi corazón se fundía de tristeza al pensar que no volvería nunca más a ver Tebas, que jamás volvería a pisar la muelle tierra del país de Kemi y que nunca más volvería a beber agua del Nilo. Y por esto le dije:
– No tengo muchos amigos, porque la gente me huye a causa de mi lengua acerada y amarga, pero me permitirás, sin embargo, despedirme de ellos. Quisiera también decir adiós a Tebas y recorrer una vez más la Avenida de los Carneros; respirar el olor del incienso entre las grandes columnas del templo y aspirar por la noche el olor del pescado frito, en el barrio de los pobres, cuando las mujeres encienden fuegos delante de las cabañas de barro y los hombres regresan del trabajo con los hombros caídos.
Horemheb hubiera seguramente accedido a mi demanda si me hubiese arrojado llorando a sus pies, porque era muy vanidoso, y la principal causa de su rencor contra mí era que no lo admiraba ni lo adulaba. Pero pese a que fuese débil y tuviese un corazón de oveja no quería humillarme delante de él, porque la ciencia no debe inclinarse ante el poder. Oculté mi boca para disimular un bostezo, porque un miedo intenso me da siempre ganas de dormir, y sobre este punto creo diferir de la mayoría de la gente. Y entonces Horemheb dijo:
– No me gustan los retrasos ni las efusiones, porque soy soldado. Vas a partir inmediatamente y tu partida será fácil y no habrá manifestaciones ni alborotos en Tebas, porque te conocen, y mejor de lo que te figuras. Partirás en una litera cerrada, y si alguien quiere acompañarte lo permito, pero tendrá que permanecer contigo en tu lugar de deportación para siempre, incluso después de tu muerte, y morir él también allí. Porque las ideas peligrosas son contagiosas como la peste, y no quiero que el contagio se extienda por Egipto. En cuanto a tus amigos, si piensas en un esclavo de molino de dedos deformados y en un artista borracho que dibuja dioses agachados en los bordes del camino y algunos negros que han frecuentado tu casa, los buscarás en vano, porque han emprendido un largo viaje del que no se regresa nunca.
En aquel instante odiaba a Horemheb, pero me detestaba a mí mismo mucho más, porque mis manos habían sembrado de nuevo la muerte y mis amigos habían sufrido por causa mía. No dije ni una palabra más, coloqué mis manos a la altura de las rodillas y salí. Horemheb dijo simplemente:
– El faraón ha hablado.
Los guardias me metieron en una litera cerrada que salió de Tebas y me dirigí hacia el Este, más allá de las montañas siguiendo un camino empedrado que Horemheb había hecho construir. El viaje duró veinte días y llegamos a un puerto donde cargaban los navíos que partían con destino a Punt. Pero el puerto estaba habitado y los guardias me llevaron siguiendo la ribera hasta un pueblo abandonado, a tres jornadas del puerto. Allí midieron el espacio en que me podía mover, y me construyeron una casa en la cual he vivido todos estos años, y no me faltó en ella jamás nada de lo que pude desear, y he vivido la vida del rico y he tenido papiro fino y lo necesario para escribir y cofres de madera negra en los que conservo lo que escribo y mis instrumentos de medicina. Pero éste es el último libro que escribo y no tengo gran cosa que añadir, porque estoy cansado y soy viejo y mis ojos están fatigados, de manera que no distingo ya claramente los signos.
Creo que no hubiera podido soportar esta vida si no hubiese imaginado escribir mis recuerdos y revivir de esta forma mi existencia. Quisiera comprender por qué he vivido, pero al final de este último libro lo sé todavía menos que nunca.
Cada día el mar se extiende delante de mí y lo he visto rojo y negro, verde de día y blanco de noche, y durante los grandes calores más azul que las piedras azules, y estoy cansado de contemplar el mar porque es demasiado grande y demasiado espantoso para que se pueda contemplar toda la vida. Y he contemplado también las montañas rojas en torno a mí y he estudiado las pulgas de arena, y los escorpiones y las serpientes han sido mis amigos y no me huyen, sino que me escuchan. Pero creo que los escorpiones y las serpientes son malos amigos para el hombre, y por esto estoy cansado de ellos, como estoy cansado de las olas eternas de este mar sin fin.
Debo todavía mencionar que el primer año después de mi destierro, cuando llegó al puerto la caravana de Punt, me siguió mi fiel Muti. Llevó sus manos a la altura de las rodillas y me saludó, y lloró amargamente viendo mi triste estado, porque mis mejillas estaban hundidas y mi vientre se había fundido, y todo me era indiferente. Pero reaccionó pronto y comenzó a cubrirme de reproches y refunfuñando me dijo:
– ¿No te había puesto mil veces en guardia, Sinuhé, contra tu naturaleza, que no puede gastarte más que malas bromas? Pero los hombres son más sordos que las piedras, y son como chiquillos que tienen que romperse la cabeza contra los muros. En verdad ha llegado para ti el momento de calmarte y vivir con cordura, puesto que ese pequeño objeto que los hombres ocultan bajo sus vestiduras, porque se avergüenzan de él, no te atormenta ya ni te da fiebre, porque de él proviene todo el mal del mundo.
Pero cuando la reñi por haber abandonado Tebas para reunirse conmigo sin esperanza de regreso y ligar su existencia a la de un desterrado, me respondió bruscamente:
– Al contrario, creo que lo que te ha ocurrido es lo mejor que te podía ocurrir, y creo que el faraón Horemheb es verdaderamente tu amigo, puesto que te ha mandado a un lugar tan tranquilo para pasar tu vejez. También yo estoy fatigada de la agitación de Tebas y de los vecinos pendencieros que me piden prestados mis utensilios sin jamás devolverlos y vacían sus basuras en mi patio. Pensándolo bien, la casa del antiguo fundidor de cobre no era la misma después del incendio y el horno quemaba mis asados y el aceite se volvía rancio en mis jarras; había corrientes de aire en la cocina y los postigos crujían sin cesar. Pero aquí podremos empezarlo todo desde el principio y arreglarlo todo a nuestro gusto y he visto ya un terreno excelente para plantar mi huerto, y plantaré en él los berros que tanto te gustan, ¡oh mi dueño! En verdad voy a hacer trabajar a estos holgazanes que el faraón te ha dado para defenderte contra los bandoleros y ladrones, y los mandaré cada día a la caza y a la pesca, para procurarte caza y pescado fresco, y cogerán mariscos y moluscos, pese a que temo que los pescados del mar no serán tan sabrosos como los del Nilo. Y, además, quiero escogerme un buen sitio para mi tumba, porque no tengo intención de marcharme de aquí. Estoy harta de correr el mundo en tu busca y los viajes me asustan, porque hasta ahora no había puesto nunca los pies fuera de Tebas.