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Tenemos, por otra parte, la transpiración de la piel, cuyo objeto es refrescar el cuerpo en el rigor del verano por medio de la evaporación del sudor.

Excreta el individuo generalmente de un cuarto dé litro a medio litro de transpiración en 24 horas, y como se comprende fácilmente, es más intensa en verano que en invierno.

En circunstancias extraordinarias, como les sucede a quienes trabajan en los hornos y los fogoneros de las máquinas de vapor terrestres y marítimas, transpira la piel de uno a dos y medio litros por hora.

En la cuarta función de la piel, cual es la expulsión de parte de los residuos del organismo, vemos otro ejemplo de la obra admirable de la Naturaleza.

La mayor parte de los desgastes y desechos del organismo se eliminan por el intestino grueso y los riñones.

Pero se eliminan desechos también en el acto respiratorio de la espiración y a través de la piel.

Este maravilloso órgano, de múltiple funcionamiento, tiene unos tres millones de glándulas sudoríficas, que si se colocaran una junto a otra en hilera llenarían una longitud de cerca de ocho kilómetros.

Los desechos de todas las partes del cuerpo van a parar a las venas, cuya sangre está cargada de impurezas.

Parte de estas impurezas se queman en los pulmones cuando en la inspiración el oxígeno del aire convierte la sangre venosa en arterial.

Los riñones van segregando lentamente otra porción de la sangre, y se excreta en forma de orina.

Otra parte de las impurezas y desechos se expulsa por la piel, en forma de transpiración.

Cuando los riñones están débiles o funcionan perezosamente, la piel acude en, su auxilio y realiza mayor trabajo de eliminación.

Las glándulas sudoríficas de la sangre filtran el agua en que los desechos están disueltos y la llevan a la superficie, por donde sale a través de la infinidad de agujeritos denominados poros que acribillan la piel.

No se nota la transpiración a menos que haga mucho calor o que trabajemos con gran esfuerzo muscular o con demasiada nerviosidad a veces.

La piel en estos casos se cubre de gotas más o menos gruesas de sudor, las cuales la bañan a veces copiosamente al juntarse en chorro.

No obstante, si el clima es muy seco, tampoco suele notarse en verano la transpiración, porque la sequedad del aire evapora inmediatamente el sudor.

Pero si el clima es húmedo, la transpiración alcanza extremos sofocantes.

Analizando químicamente el sudor se encuentran residuos orgánicos, materias excrementicias e impurezas muy semejantes a las contenidas en la orina.

Tales desechos son ponzoñosos, y el organismo se esfuerza en eliminarlos.

Cuando el intestino grueso, particularmente el colon, se encuentra obstruido o cargado de materias fecales, la transpiración es fétida, porque elimina mucha parte de la materia excrementicio que los intestinos deberían evacuar.

Se advierte fácilmente cuán importante es mantener la piel sana y limpia, a fin de que lleve a cabo cumplidamente sus diversas funciones, todas ellas a cual más necesaria.

Refiérese el caso de un niño de pocos años a quien, con motivo de un festejo popular, disfrazaron de amorcillo, y para que estuviera más en carácter le cubrieron todo el cuerpo con hojas engomadas de papel dorado.

En otras oportunidades, para representar el papel de comparsa salvaje en un espectáculo teatral, hubo quien se embadurnó con betún o barniz negro la piel.

En tales casos se pagó con la vida el error tan inconscientemente cometido.

Muchas enfermedades contagiosas provienen de que, por una parte, la cloaca intestinal está cargada hediondamente, y por otra, la suciedad acumulada obstruye los poros de la piel.

Respecto a la función de la piel, que también consiste en absorber ciertas substancias con las que se la pone en contacto indicaremos algo al describir los tratamientos hidroterápicos fundándose en la propiedad física de la materia líquida denominada ósmosis, en sus dos fases la endósmosis y exósmosis.

Al estudiar la sexta función de la piel, o sea la de servir de accesorio a. la respiración, vemos que actúan los poros de la piel del mismo modo que los pulmones, pero en mucho menor grado.

Los poros absorben una pequeña cantidad de oxígeno del aire y exhalan una cantidad proporcional de anhídrido carbónico.

Opinan algunos fisiólogos que la piel efectúa la quincuagésima parte de la función respiratoria.

En los salvajes, que van desnudos o casi desnudos, es muy probable que la piel desempeñe una parte mucho mayor de la función respiratoria que la que corresponde a los individuos de los países civilizados.

La ya vieja costumbre de cubrirse con pesados indumentos aminoró sin duda el funcionamiento respiratorio de la piel y aumentó el de los pulmones.

Se ha observado que cuando a los salvajes que van desnudos se los viste a la europea, muchos de ellos enferman, casi todos se desazonan y algunos mueren.

Además de las seis funciones indicadas, la piel cumple otra en beneficio propio, pues segrega una especie de fluido oleaginoso que la suaviza y mantiene flexible.

En las personas aseadas y sanas, dicho lubricante llena su finalidad y se evapora enseguida.

Pero si el individuo descuida la higiene personal, se espesa el líquido oleaginoso y agruma en la superficie del tegumento, mezclándose con los desechos que segrega la transpiración, dé manera que embadurnan la piel y obstruyen sus poros, haciendo difícil la función que debe cumplir.

De ahí que sean tan necesarios los baños de limpieza, que no es posible llevar a cabo cumplidamente en las poblaciones donde el agua escasea o las viviendas no reúnen los requisitos elegidos por la higiene en sus dos modalidades: privada y pública.

El baño no es un lujo, sino un hábito de primera necesidad.

A buen entendedor, pocas palabras.

CAPÍTULO VIII. EL BAÑO CIENTIFICO

Desde los más remotos tiempos, los indos recurrieron al baño como medio de estimular, conservar, favorecer y recobrar la salud.

Efectivamente, puede considerarse el baño como un primigenio instinto del hombre.

El hombre primitivo no se bailaba con el propósito deliberado de higienizarse el cuerpo, sino obedecía tan sólo a la inclinación natural de sumergirse en el lago, en el río o en el mar que le brotaba de las profundidades de la subconsciencia.

La limpieza para él era un insignificante incidente del baño, pues lo que le interesaba más era experimentar la reconfortante sensación que disfruta toda persona sana al bañarse.

Ese placer era el móvil que lo llevaba a insistir en tan saludable costumbre.

Desde su infancia le enseñaron a ceder a este instinto natural, y, por supuesto, lo convirtió en hábito, a la manera de los patos.

Los antiguos griegos y romanos, ya con mayor conocimiento, se dieron cuenta del valor medicinal del baño, así como de su, eficacia higiénica, y el baño fue una institución pública entre ellos.

Pronto advirtieron que no sólo servía para conservar las condiciones naturales del cuerpo, sino que, administrado convenientemente, podía ser un remedio excelente para ciertas enfermedades.

Es así que, al iniciarse la hidroterapia, en los modernos tiempos, sus adeptos primeros recurrieron a las enseñanzas de los antiguos y restauraron el baño terapéutico como uno de los elementos de su sistema.

Después de lo explicado en el capítulo anterior, con relación a la piel, huelga una argumentación más amplia para explicar por qué el baño es un factor necesario a la salud del ser humano.

Si recordamos la parte relevante que tiene la piel en la eliminación de los desechos del organismo, reconoceremos la importancia capital del baño para remover los desechos aglomerados que obstruyen los poros.

Presta el baño a la piel igual servicio que la irrigación al intestino grueso.

En los dos casos arrastra el agua los desechos acumulados, elimina las materias excrementicias fétidas y capacita a los órganos para que funcionen normalmente.